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El Maestro Esplá

Me interesa la figura del maestro, porque respeto la tradición por encima de casi todas las cosas. La tradición, tal y como la entiendo, consiste en conocer, cuidar y estar a la altura de nuestras diferentes herencias.

Somos herencia biológica que hemos recibido de nuestros padres, y que estos, a su vez, recibieron de los suyos, y, así, remontándonos en el tiempo, hasta el primer hombre, en el Jardín del Edén, antes de caer en la tentación hortofrutícola de la famosa manzana del Conocimiento.

Somos herencia cultural, en el sentido más elevado de la palabra cultura; es decir, como el inabarcable conjunto de acciones forjadas por nuestro instinto y nuestra inteligencia, a lo largo de la Historia, para sobrevivir en el mundo, y hacer de él un lugar mejor. La cultura como una herramienta, como un instrumento mediante el que proporcionarnos una vida más feliz a la especie.

Somos herencia verbal. En gran medida somos animales sintácticos, bestezuelas narrativas que se han encontrado en la realidad con el inusitado artefacto del lenguaje, y lo han perfeccionado y depurado hasta convertirlo en un fenómeno difícil de distinguir de la realidad misma, porque ese lenguaje representa el único sistema con el que explicarla.

Somos una herencia de herencias innumerables.

La tradición de la que hablo no pertenece al tradicionalismo. De tener que adscribirla a algún dichoso ismo, lo haría al Conservacionismo, porque aspira a conservar nuestros más altos logros, lo que sin duda nos constituye en seres humanos.

Un Maestro (con mayúscula de respeto y admiración) sería siempre, en el ámbito particular al que nos refiramos, un sostén de la alta tradición, de la profunda herencia recibida. Considero al maestro Luis Francisco Esplá un Maestro. Pero no sólo un Maestro por haber recogido la gran tradición taurina en su persona, durante sus años de matador de toros, y haberla mantenido encendida para las generaciones venideras, sino un Maestro vital, un ejemplo de cómo se debería construir una vida ética y estética encaminada a la alegría.

El otro día escribí en una red social que, si yo fuese Ministro de Cultura, trataría de convencer a Esplá -sabiendo que no tendría ningún éxito, porque ningún maestro verdadero se deja convertir en oráculo-, para pasearlo por las escuelas de España, en unas renacidas Misiones Pedagógicas, como Catedrático, por ejemplo, de Artes Sensoriales, o de Ciencias de la Felicidad, o de cualquier otra cátedra que inventásemos para él.

Los principios por los que rige su vida, en su finca de El realet, en el campo alicantino, constituyen un programa de esencialismo filosófico. Sale poco, y cuando sale lo hace para estar en compañía de quien le apetece de verdad y para participar sólo en cosas que le merezcan la pena. Habla lo justo, sobre aquello de lo que sabe y ha meditado antes con hondura. Está en contacto permanente con los animales que cría. Dedica su tiempo a leer, pintar, cazar, pasear, cocinar. La sobriedad en todo lo que ejecuta es la regla por la que se gobierna: que no haya nada innecesario, gratuito. Un Maestro.

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