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Complicidades

Arte y defecación

Arte y defecación

Hay que renovarse. Hay que darse un baldeo de cubierta, y petrolearse de vez en cuando los engranajes del cerebro. Conviene ponerse al día. Los de mi generación ya vamos para ciudadanos vetustos, así que he decidido rejuvenecerme como autor.

La juventud, antes, representaba sobre todo una época biográfica que llevaba aparejados el vigor, la belleza, la ilusión de todos los comienzos, la disponibilidad sentimental. Pero, de un tiempo a esta parte, los hechiceros del espíritu nos han convencido de que la juventud no tiene edad, y de que consiste en un corte de pelo, una tarde de tiendas en las rebajas, un par de sesiones de terapia cognitiva sexual («La memoria del útero», «Invocaciones pélvicas»), y en apuntarse a un gimnasio con clases de body combat. El que no se renueva es porque no quiere. Porque pertenece a la especie de los dinosaurios.

Por lo que a mí respecta, he decidido probar en la moderna disciplina de la Literary performance. Mi próxima obra es un ejemplo de multidisciplinareidad absoluta, la corroboración de que el lenguaje verbal, tal y como lo conocemos hoy en día, no es más que una oxidado artilugio de otros siglos, por fortuna superados.

Hablar y escribir son actividades interesantes, pero mohosas, polvorientas. Entretenimientos curiosos, pero como resultaría simplemente curioso ir vestido por la calle con una armadura. A partir de ahora nombraré mi Obra como Obra, porque ha adquirido vida independiente.

Obra -con mayúscula, porque está más allá de los géneros, más allá de las disciplinas conocidas- no tiene título. Titular de una forma concreta es una estupidez que limita las infinitas posibilidades de los títulos que podrían ser. Un título es una castración de la fuerza genésica de titular.

Ello (no se me ocurre una forma mejor de referirme a Obra) es una sucesión de lienzos blancos de papel verjurado, de diez por diez metros, en cuya inabarcable blancura he caligrafiado una sola palabra. Desde lejos, el lienzo parecerá impoluto, pero lo cierto es que estará profanado por mi escritura. Por ejemplo, en la primera página (en claro homenaje póstumo a Piero Manzoni), se lee MIERDA (con mayúsculas). En la segunda, se lee Desoxirribonucleico. En la tercera se lee Archiepiscopal.

Cada una de las partes de Obra, que son Obra en sí mismas, y que pueden y deben disfrutarse, juzgarse y entenderse a gusto del consumidor, se venderán a 24.756 euros cada una, y la cantidad recaudada se destinará de forma íntegra a las actividades de la Fundación Marzal Para el Mundo, entidad con ánimo de lucro.

Los compradores se comprometen ante notario a leer la obra de manera íntegra, y, una vez leída, a introducirla en la cadena trófica de manera inmediata, para devolver al universo matérico lo que nunca debió de arrancarse al universo matérico. Para ello, Obra deberá ser masticada por su dueño-comensal-autor, deglutida, digerida y defecada. Una vez transmutada Obra en posibilidad fecal, el dueño-comensal-autor deberá escribir, untando el dedo con Obra transfigurada, una nueva palabra en un lienzo idéntico. De tal forma, con este ritual incesante y cíclico, el Arte, y, por consiguiente, la vida, se garantizan la eternidad.

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