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Funes el memorioso

Un amable lector se me queja de que casi nunca cito escritores, que prefiero los ensayistas. Es posible, si bien para mí estos últimos también son escritores, aunque tal vez no puedan considerarse creadores de mundos ficticios, como los novelistas, los poetas o los periodistas. A ver si esta columna, ya que no literaria, me sale un pelín metafórica, aunque sin ánimo de competir con mis amigos de Levante-EMV, ni con Carlos Marzal ni con Mara Calabuig. ¿Han leído Funes el memorioso?: es un cuento de Borges en el que se relata la trágica historia de un personaje dotado de una memoria prodigiosa. ¿Se imaginan? Tuvo que hacer un bachillerato y una carrera brillantes, pues no habría examen que se le resistiera. Además, su vida social y profesional debió de estar llena de éxitos porque recordaba todos los rostros de las personas que había conocido y siempre las llamaba por su nombre, les hablaba de su familia y de sus enfermedades, sin tener que enfrentarse nunca a esos vagos saludos de compromiso -¿cómo os va?- mientras te preguntas ¿quién demonios será este tipo? Bueno, pues lo sorprendente es que Funes no era feliz porque no podía descansar nunca ya que cada percepción era diferente de la anterior y en vez de fundirlas en una imagen general las guardaba todas por separado. Es como si el rostro de tu pareja a la hora del desayuno lo almacenases sin relacionarlo con ese mismo rostro en la parada del autobús, con ese mismo rostro mientras hacéis la paella juntos, con ese mismo rostro cuando dais un paseo por la tarde y así. El resultado es que en vez de tener una pareja lo que tienes es una especie de álbum de fotos que crees que corresponden a rostros diferentes, algo así como memorizar el grupo de compañer@s del colegio que cuelga de una foto amarillenta en el comedor. Y este horror, en todo: no puedes ir a la frutería a comprar peras porque no recuerdas cómo es una pera, sino el aspecto de miles de peras que has visto antes, pero que no son exactamente iguales a ninguna de las de la tienda. Una verdadera pesadilla.

Es inevitable que el autor citado, amigo de las reflexiones filosóficas, se nos muestre ensayista a la par que narrador porque el tema de la memoria da para mucho. Siguiendo con Funes diré que lo que falla en su caso, evidentemente, es la categorización, pues es incapaz de tener una idea general de cómo es una pera. Hay un aspecto que Borges solo trata implícitamente en el cuento, el del tiempo, pero que el lector adivina porque no en vano es el argentino autor de Historia de la eternidad. Si todas las imágenes de la vida pasada de una persona estuviesen grabadas en su memoria como cuando acaba de percibirlas, evidentemente el concepto de pasado, y con él, el de tiempo, desaparecerían. Funes vive en un eterno presente, todo vale lo mismo aquí y ahora, porque nada se repite.

Ciencia ficción, me dirán. Pues sí, pero no solo. ¿Se han fijado en la visión del mundo que nos están creando los buscadores de Internet? Tienes cualquier duda, sobre una enfermedad que te han diagnosticado, sobre la dirección de un restaurante del que te han hablado, sobre quién era Sofonisba, los metes en el navegador de turno y, paf, tu memoria digital prestada te ofrece un elenco de datos ciertos y datos falsos entre los que no puedes discriminar. Internet lo engulle todo, aunque jamás digiere nada. Se hincha, se hincha y se hincha, pero es incapaz de eliminar los residuos como hacen los organismos. Según Funes, «mi memoria es como vaciadero de basuras». Internet funciona igual, es un memorioso tecnológico que se está convirtiendo en la memoria total de la humanidad. El peligro es que, según Borges, «pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer; en el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos». ¿Podemos permitir que nuestra vida y nuestro destino dependan de una máquina absolutamente estúpida, mal que le pese a la inteligencia artificial?

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