En estos tiempos que tanto se lleva el arte participativo, colaborativo y otras tantas derivaciones, consecuencias más o menos bienintencionadas del compromiso social del artista, reviste especial interés una exposición como ésta de Jorge Ballester (València, 1944-2014). Compromiso a contracorriente desde aquellos puñetazos visuales de mediados de los sesenta, hasta los frutos silenciosos de una coherencia ideológica a prueba de bomba. Primera muestra antológica de este hartista (autodefinición reiteradamente verbalizada), harto de tantas cosas de la esfera artística, salvo de su pasión por pintar -necesidad vital acrecentada con los años. Hay que felicitar el sabio esfuerzo desplegado por los comisarios y felicitarse por la oportunidad para disfrutar de esta cuidada selección de obras. Tanto de aquellas representativas de las etapas más conocidas -como miembro constante del Equipo Realidad-, como de otras posteriores realizadas desde su voluntario retiro plástico.
La muestra se articula sólidamente sobre una serie de binomios y de dialécticas que definen con eficacia la personalidad y el trabajo de este singular artista. Los dos vídeos dispuestos con simétrico dinamismo, dan buena muestra de ello. Uno es más que una jugosa entrevista en la que un frontal Ballester va repasando la historia, la experiencia, enunciando su punto de vista agudo y ácido del contexto sociocultural que le tocó vivir. El otro vídeo nos muestra al artista en su estudio, de espaldas, enfrente de su obra, en constante diálogo mental y en frenético vaivén corporal. En ambos casos (algo extrapolable al conjunto de la exposición), es destacable el exquisito montaje expositivo que intensifica la percepción y multiplica las lecturas.
El conjunto, compuesto por una sucesión de series perfectamente definidas, se articula en dos grandes bloques: el del trabajo en equipo y el de la investigación individual. La primera parte recoge piezas del Equipo Realidad, Equipo en el que Ballester fue miembro constante, entre Joan Cardells y Enrique Carrazoni. Insertos en esa corriente activista denominada Crónica de la Realidad, los jóvenes artistas ponían en cuestión no sólo el concepto mismo de autoría, sino también la dimensión ética que debían adoptar sus propuestas. Su clara filiciación con la fotografía y la prensa, integraba lenguajes derivados del cómic con sus amplios conocimientos de la historia del arte y de las más recientes manifestaciones artísticas. Contundencia crítica normalmente sazonada con buenas dosis de corrosivo sentido del humor, sólidamente asentada sobre su dominio de las técnicas artísticas y las estrategias compositivas antagonistas del academicismo. Los títulos de las series y de cada obra, acentúan esa carga de profundidad que implosiona los diversos planos imbricados e implicados en el hecho artístico.
La segunda parte recorre las ulteriores preocupaciones poéticas que se dirigen de un modo interiorizado a su reflexión sentida de las vanguardias históricas, de personajes irreductibles, de vivencias autobiográficas. El cubismo ocupa un espacio sobresaliente en consonancia con la potencia analítica del propio Ballester. La destrucción de la unidad, del paradigma inamovible, rezuma ese ballesterismo multidimensional. Complejidad discursiva que no deja de dirigir hacia aquellos aspectos que le interesan y que hace suyos poniéndolos en cuestión mediante sofisticados ejercicios de intertextualidad. Cortándolos con el afilado bisturí de su ingenio y suturándolos con el hilo invisible del consumado cirujano. Obras de exquisita factura capaces de navegar con decisión en contra de la corriente.
El catálogo es una publicación en sintonía con la exposición: cuidada selección de imágenes acompañadas de un texto con mucha miga para masticar pensando.
