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Viñetas raras

Una (o muchas) del oeste

Una (o muchas) del oeste

El cómic siempre ha tenido en el western un buen aliado. Allá por los años 50, las historietas «del oeste» fueron omnipresentes en el comic-book americano, desbancando con facilidad en popularidad y colecciones a los superhéroes herederos del éxito de Superman, pero siempre desde un respeto riguroso a los cánones literarios y cinematográficos. El género se exportó con facilidad a Europa y otros países, quizás por su exotismo para el lector ajeno, pero resulta curioso, hasta lógico, según se mire, que fuera allende de su cuna de nacimiento desde donde se cuestionara el canon y aparecieran las primeras grandes obras maestras del género: ya a principios de los 50, Héctor G. Oesterheld y Hugo Pratt (¡quién si no!) rompían todos los arquetipos del western más clásico desde las páginas de la revista argentina Misterix con la serie Sargento Kirk, contradiciendo la imagen heroica del pistolero y dando voz a las tribus indias. Un hito que se adelantaría casi una década a las primeras impuganciones de la verdad establecida en el cine. Poco más tarde, el testigo de la reivindicación de una nueva forma de entender el género pasaría a Europa con el Jerry Spring de Jijé primero y, después, con el fundamental El teniente Blueberry de Charlier y Giraud. Series que se cuestionaban los principios del género para utilizarlo como vehículo de otras reflexiones, enriqueciéndolo y ampliando sus posibilidades más allá del relato legendario del Far West americano. Quizás se podría pensar que, tras tanto resplandor, el género languidecía en el cómic del siglo XXI, pero nada más lejos de la realidad: simplemente se tomaba un merecido descanso, como demostró el interés del grupo de autores de la llamada Nouvelle Bande Dessinée, que en su constante reescritura de géneros no olvidó el western, con obras como Las aventuras de Hiram Lowatt y Plácido de Christophe Blain y David B o la sugerente Gus (Norma Editorial), con la que un Christophe Blain en solitario exploraba las bases del género a la par que los referentes gráficos que dibujaron el Oeste Americano. Aproximaciones modernas al género que han sabido convivir con acercamientos más tradicionales que no renuncian a aportar nuevas ideas, como el Bouncer, de Jodorowsky y Blutch (Norma Editorial) o Marshall Bass, de Darko Macan e Igor Kordej (ECC Ediciones). Discursos críticos que en algunos casos han sabido incluso replantearse su sentido, como ha hecho Carlos Giménez con su clásico Gringo en la demoledora Punto final (Reservoir Books).

Durante años, el género del oeste ha demostrado que sus aparentes raíces inamovibles y limitadas eran tan solo los cimientos de una naturaleza plástica y mutable, que ha sabido reinventarse continuamente, como bien certifica su última obra llegada a las librerías: Coyote Doggirl, de Lisa Hanawalt (Astiberri). La creadora de la cáustica y reconocida serie de animación Bojack Horseman toma de partida una historia tan canónica en el género como reconocible: la huida de un personaje perseguido por esbirros hambrientos de venganza. Pero Hanawalt cambia cada elemento constitutivo de la historia, tensando al máximo los límites del género: la protagonista será una joven mitad perro, mitad coyote, que será acogida por una tribu de indios lobo en su huida. Una permuta que no se queda en la antropomorfización de los personajes, sino que profundiza en comportamientos y mentalidades: frente a la deriva esperable de los personajes que marca el género, Doggirl coge siempre la línea tangente para descubrir que, desde nuevos caminos, el western sigue incólume y aporta sugerentes posibilidades a explorar. En el límite casi del absurdo o incluso de cierto surrealismo, Coyote Doggirl es un ejemplo de empoderamiento en el género que, desde el absoluto respeto, muestra que las historias del oeste siguen vigentes.

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