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Cosas de un artista-isla

Peiró Coronado en Alaquàs. La muestra recoge más de ochenta obras realizadas entre la postguerra civil española hasta los años 80

Cosas de un artista-isla

El niño Fernando, que después sería el pintor Peiró Coronado, nació en Alaquàs (1932) y a los siete años ya estaba radicado en Benicarló donde desarrolló su larga y significativa carrera y murió en 2011. Ahora ha vuelto a El Castell d'Alaquàs, a sus salas más nobles, al magnífico palacio gótico que dignificaría a un aficionado y mucho más a un artista vocacional que desde Benicarló tramaba historias, componía huidizas músicas nocturnas, abrevaba en la sabiduría de los Vedas o se empapaba de filosofía existencialista y aprendía paciencia en el Tao y a encender el alma en San Juan de la Cruz. Sin olvidar de reírse de todo, de él mismo, de sus pretensiones.

Las ciudades valencianas de tamaño medio están, con frecuencia, llenas de vida y de iniciativas bien articuladas, pero la última Guerra Civil y, sobre todo, su destino de perdedoras en la paz de los vencedores, las doblegó y humilló hasta extremos de obscenidad ¿Qué podía hacer un chaval de veinte años que le había cogido gusto a los pinceles? (en su última madurez ya pintaba con las manos, acariciando el cuadro).

Benicarló, desde València, tenia entonces y tiene ahora, una ventaja indiscutible: está a mitad de camino de Barcelona. Y no era tan difícil conseguir buenas revistas de arte y empaparse de novedades y compararlas con sus probaturas. O asistir a una exposición de Picasso en el remoto año de 1955.

Una larguísima y contenida búsqueda de un estilo propio con una escala de perfección ascendente que esta antológica «Matèria, cos i Art Brut en l'obra de Peiró Coronado (1950-1980)» refleja con la fiabilidad que le ha conferido el trabajo de selección de la comisaria Silvia Tena, empeñada en la recuperación, aunque sea con un candil a plena luz del día, de otros artista-isla de esta época de hambre de conocimiento, que es la única hambre que nos hace sino mejores, más personas.

He estado en lo que fue el taller de Peiró Coronado en las modestas alturas de El Petiquillo. Desde allí todo se vuelve pequeño: los camiones de la autopista y la marabunta playera. Quedan los grandes lienzos del cielo, el mar y la tierra. Y los ensueños. Y la lírica y el humor: el militar obeso se vuelve obseso. Todo eso no se presentó de golpe, fue el trofeo de una larga lucha: sus cuadros más juveniles, suavemente expresionistas, azuleados del Picasso dolido y azul, son definitivamente tristes.

Aún así, los bodegones, tan influidos por Cezanne, ya anuncian que aquí hay pintor. Lo mismo que las escenas que trasladan a Chagall a nuestro propio campo de carreteros y extraviados.

Una característica de Peiró Coronado es que su permeabilidad a modas y corrientes es compatible con el atrevimiento y cierta dosis de inconsciencia, que es lo que nos salva a menudo de la cobardía. Y por eso pinta entes y duendes, lares y penates de los que acechan en el cabezal de la cama o sellan la paz familiar. Y los pinta antes incluso de conocer a Joan Ponç y Dau al Set. Y lo sigue haciendo cuando en teoría ha abandonado la figuración (nunca lo hizo del todo) y los diablillos se muestran como una pedorreta de color, una nota ruidosa, un poltergeist. Presencias a las que se atribuyen el prodigio de ser El hacedor de mujeres, el Hombre encendido€

Cierto que Antoni Tàpies también asoma, y más que ningún otro, en su etapa más matérica, pero en esto Peiró Coronado sigue siendo muy suyo: le ocurre después y antes de conocerlo, su cromatismo es más restallante y variado, más mediterráneo por emplear un tópico quizás oportuno. El muro y su presencia ominosa es uno de los símbolos o memes -que dicen los memos- más elocuentes del tiempo actual: de la Stasi a Pink Floyd y de Tijuana a Melilla. El muro (o paredón) registra pintadas políticas y locas declaraciones de amor. Se disgrega, pero es hermoso en su ruina. Te acoge y te fusila. Te refugia y se desploma sobre ti.

Su última etapa ha sido etiquetada de «espacialista» pero como dijo Borges «todos los viajes son a través del espacio, ¿no?» y el último cuadro de la muestra se titula ¿Quién me soñará? Que es una buena pregunta antes de apagar la luz. Aquí los monocromos respiran, palpitan, entran en incandescencia y vibran. Hay maestría y sospecho que habrá mayores y más amplios reconocimientos. En el Castell d'Alaquàs hasta el 11 de octubre.

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