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Retrospectiva

Crudas imágenes de una realidad

La muestra de Larry Clark es la historia de una época en la que la droga invadió muchos hogares

Crudas imágenes de una realidad

Resulta complicado hablar de la exposición «El otro, desde dentro», de Larry Clark, sin retrotraerme a aquel timbre agudo del teléfono cuando, pasándome la llamada mi madre, me anunciaron que habían encontrado a mi amiga Silvia muerta por una sobredosis. Lo que había comenzado, como todos, supongo, como un juego, un probar cosas diferentes, una cierta rebeldía de juventud frente a planes trazados previamente por sus padres; lo que había comenzado inhalándose, acabó entrando en su cuerpo casi diaria y constantemente a través de una jeringuilla. Hasta que un día su cuerpo ya no aguantó más. Lo curioso de aquella chavala de diecinueve años es que siempre estaba alegre y con ganas de reír y hacerlo pasar bien a los demás. Me refiero a mucho antes de que empezáramos a desconfiar de aquellas persistentes picaduras en sus brazos que ella atribuía a los insectos. Ya de crías era la vitalidad hecha persona, un no parar de querer disfrazarse, jugar, correr.

Las fotografías de Clark me devuelven a esa mujer divertida en la que los estragos de la heroína aún no habían hecho mella. Ahí están esos jóvenes, casi adolescentes, hombres y mujeres relajados frente a la cámara, de mirada limpia y rostros dulces, desnudos dentro de la bañera o practicando sexo a tríos sobre la cama, el sexo erecto o relajado, según, riendo, demostrando - y nos creemos que así lo fuera- lo felices que se sienten, lo bien que lo están pasando. Parecen querer gritarle al mundo lo que los demás nos estamos perdiendo. «Soy uno de esos errores del Señor», nos dice una de esas protagonistas. Queremos pensar que el comentario es sarcástico, teniendo en cuenta que las imágenes demuestran una total falta de vergüenza o remordimiento, no se esconden ni hay un solo rostro cariacontecido -¿o es el efecto de los opiáceos? Aunque también es cierto que en una sociedad, la norteamericana, tan propensa a invocar al Altísimo, igual cree realmente ser una equivocación, aunque no pueda, o no quiera hacer nada por remediarlo.

Porque si hay algo que nunca dejó de darme vueltas es si mi amiga quiso alguna vez dejar su adicción. Al observar las fotografías de «El otro, desde dentro», vemos que, efectivamente, una vez dentro parece difícil salir. Clark encuadra a sus personajes entre márgenes bastante constreñidos, la bañera es uno de ellos, el rectángulo de la cama o un biombo entre la pared y el retratado. Hasta cuando a través de la ventana se puede vislumbrar el exterior, éste queda empequeñecido, cerrado. O cuando lo que se muestra es una amplia habitación las dimensiones quedan un tanto claustrofóbicas entre las mesitas de noche, la cómoda, la cama que vuelve a inundar el espacio. La inclusión de un espejo que, en otras circunstancias, podría ampliar los márgenes, aquí ni se nota. Sentimos como si estas fotografías trataran de explicar que esos son los límites y de ellos ya no se sale. El universo del drogadicto se va reduciendo, cerrando, hasta no encontrar la puerta de salida. En una de ellas, realizada en el exterior, una joven está completamente reclinada sobre una vaya, un obstáculo, una frontera difícilmente traspasable.

Queremos creer que algunos de los protagonistas de esta serie consiguieron traspasar ese universo de exclusión autoimpuesto (?) y volver a la realidad, esa en la que se madruga y se trabaja y se pagan impuestos y no todo es sexo, chutes y risa. Aunque tampoco todo es tan malo. Como nos indica en su texto crítico Alberto Martín, observamos que Clark, como buen guionista, no perdió la pista a sus protagonistas y años después de aquellas primeras agujas, en una secuencia cronológica y narrativa volvemos a encontrar aquellos adolescentes convertidos en jóvenes más maduros, si bien la marginalidad siga formado parte de su contexto vital.

En cualquier caso, sugiero al espectador no quedarse únicamente con lo anecdótico, el sexo explícito, la pistola, los tatuajes y demás parafernalia, los efectos de la droga o las jeringuillas penetrando en el antebrazo. Y recréese, por el contrario, en las auténticas composiciones «pictóricas». Hay escenas que parecen sacadas del barroco español: un velazquez donde el autor se retrata dentro de una barbería en un magnífico juego de reflejos; hay algunos primeros planos sencillamente maravillosos, como el del perfil de un hombre con la luz a su espalda y la mirada perdida; encontramos incluso una conmovedora madonna, salvo que en este caso es un padre con su sonriente bebé en su regazo en un escorzo al más puro estilo gótico.

Es esta una muestra imprescindible de ver y francamente difícil de asimilar en su totalidad. Requiere de tiempo y estómago. Es historia del Arte, no en vano Larry Clark es un autor de culto. Pero, sobre todo, es historia de una época en que la droga invadió muchos hogares, una cruda realidad documentada que rompió familias y muchos quedaron en el camino. «Una vez la aguja entra, ya nunca sale», nos recuerda su autor.

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