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El trazo del horror

Todos los aficionados al género del terror recuerdan su primer contacto con la versión original del género en alguna película japonesa o coreana

El trazo del horror

El terror cinematográfico por estos lares se había desarrollado desde el susto, la impresión violenta remarcada siempre por una banda sonora de violines chirriantes que nos hacía saltar del asiento. En Oriente, el terror no depende de esa impresión efímera, busca filtrarse por nuestras neuronas e instalarse en un crescendo continuo, sostenido, que nos obliga a mantener la mirada y, lo que es peor, a pensar. Es posible que, por la influencia del cine, el terror en el cómic europeo y americano nunca ha funcionado igual. Pese a ser un género extremadamente popular, el cliché del susto es imposible de trasladar al papel cuando es el mismo lector el que controla el ritmo con el que pasa la página, retrasando y amortiguando el impacto hasta desactivarlo. Por eso, el género buscó recovecos más psicológicos, más insinuantes. Pero en Japón, el manga descubrió que su narrativa se adaptaba como un guante a esa forma de entender el horror y el miedo basada en la tensión continua, en mantener la cuerda tirante hasta que el lector no pueda más, descubriendo entonces que está completamente enredado. El género ha florecido en el manga con un esplendor absoluto, que además se enraíza en sus tradiciones y leyendas con una sencillez pasmosa: los cuentos de miedo son algo más que un folclore popular, forman parte de su mitología y se heredan del animismo. Y es un género, también, que ha sabido tratar la perversión y lo retorcido, mostrándolos como la parte espantosa de la humanidad, asimilando la violencia como algo terrorífico pero natural.

Posiblemente, uno de los máximos exponentes de esa forma de entender el terror sea Hideshi Hino, mangaka y director de cine que revolucionó los estándares del género con su serie de películas Guinea Pig, que le da una vuelta al gore desde un hiperrealismo que las hizo ser perseguidas como auténticas snuff movies. Sus cómics son una extensión de esa representación exagerada de la violencia y la depravación, colocando al ser humano ante sus peores excrecencias, físicas y morales. Obras como El niño gusano, Panorama infernal o Criatura maldita presentan historias de pura corrupción humana, donde el miedo no resulta tanto de la imagen desagradable y asquerosa como de la reacción de unos seres que pierden por completo cualquier rasgo de humanidad. Lo desasosegante, lo espantoso, no es la deformidad física, sino la monstruosidad moral. El hijo del diablo, una de sus obras más conocidas y reeditada ahora por La Cúpula, es un resumen perfecto de su obra: versión libre del Frankenstein de Shelley que aglutina otras leyendas como la de los hombres lobo para proyectarse dentro de las leyendas demoníacas nipones construyendo, de nuevo, un reflejo espeluznante y aterrador de la miseria humana. Posiblemente, el mejor seguidor de Hino sea Junji Ito, del que la editorial ECC está reeditando toda su obra. Su desasosegante Hellstar Romina llegará este mes para recordarnos como la masa se comporta como un ser sin cerebro e irracional, impulsado solo por miedos. El terror japonés tiene incluso seguidores en nuestro país: la editorial Sapristi Cómic ha publicado recientemente La chica del templo, de Jordi Pastor y Kido, que asimila perfectamente las enseñanzas del género nipón para desarrollar una leyenda propia desde la perversión y locura que, más allá de clonar estilos, establece claves propias desde la comprensión de los mecanismos del horror en viñetas.

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