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La vida, amor y cohetes

La vida, amor y cohetes

Hace casi 40 años, unos jóvenes hermanos Hernández comenzaban a publicar un comic-book llamado Love & Rockets. Se alineaba con los vientos de independencia que removían con fuerza el panorama editorial americano, reclamando tanto una consideración para la autoría como la posibilidad de abarcar temáticas diversas, dos reivindicaciones que la todopoderosa industria editorial de los superhéroes negaba por sistema. Tras los pasos de Wendy y Richard Pini con ElfQuest o Dave Sim con Cerebus, Jaime y Beto, con la ayuda co/inspiratoria de Mario, se autopublicaron un fanzine que intentaba desprenderse con fuerza de las rémoras del pasado. En su presentación, Jaime comenzaba a explorar el universo fantástico de Mechan-X a través de Maggie y Hopey, deudor tanto de la ciencia-ficción del pulp y de las tiras diarias de los 50 como del refinado trazo de Roy Crane o Alex Toth. Por su parte, Beto se dejaba llevar por los superhéroes y la fantasía al más puro estilo de Steve Ditko en su serie BEM. Pero el género fue solo una estructura sobre lo que sostener lo que sería una obra monumental: muy pronto, la fantasía dejaría paso a una realidad cercana y reconocible. Locas pedía paso frente a la mecánica para contar historias de chicanos al lado americano de la frontera, que se habían integrado ya en la cultura yanqui pero no renunciaban a su idiosincrasia. Los cohetes se iban olvidando y los sentimientos y relaciones tomaban protagonismo, generando historias en las que las viñetas palpitaban con vitalidad. Mientras, Beto se contagiaba del realismo mágico sudamericano de García Márquez, para crear su Macondo particular en Sopa de gran pena, centrándose en la vida de Luba y su familia en un inmenso y apasionante culebrón infinito de sentimientos a flor de piel llamado Palomar. Durante 40 años, Jaime y Beto han competido desde las páginas de su revista en la construcción de los dos universos más ricos y emocionantes que ha dado la cultura latinoamericana desde los USA, profundos y complejos en su representación de las relaciones personales, del amor y de la amistad, pero también únicos en mostrar la realidad prolífica de una cultura de mestizaje en continua mutación y crecimiento.

Cuatro décadas son muchos años y uno podría pensar que la fórmula se agota por necesidad, casi por obligación, pero Love & Rockets se erige como una excepción de la regla: la evolución de la serie solo hace que ganar en magistralidad y esta misma semana tenemos una demostración contundente: si tras la prodigiosa Chapuzas de amor (La Cúpula) parecía que la creación de Jaime había llegado a una cota imposible de superar, ¿Es así como me ves? (La Cúpula) nos vuelve a dejar boquiabiertos y sin palabras. Ya no es solo la calidad gráfica y narrativa que Jaime despliega por cada página de esta entrega: sin duda, ha conseguido superar a su maestro Toth en el dominio de la economía de la línea y de la síntesis narrativa, cada trazo es perfecto en su ejecución. Es que, desde la sencilla anécdota de una reunión de antiguos alumnos del colegio, consigue construir un monumento al paso del tiempo, a la amistad y al amor. Desde la mirada reflexiva de la edad, Jaime explora todos esos momentos y recuerdos que constituyen lo que llamamos vida, de la felicidad a la tristeza, con una naturalidad desbordante y sin caer en el discurso de la nostalgia. No es necesario conocer todo el trayecto previo de los personajes: ¿Es así como me ves? es vida en efervescencia total, que nos recuerda que la única razón de esta existencia es el camino y el presente, celebrando cada minuto que hemos vivido sin reproches ni excusas, construyendo un hoy con cada paso, con cada mirada, con cada conversación, con cada beso.

No es fácil capturar la esencia de la vida. Pero rebosa en cada viñeta de Love & Rockets.

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