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Viñetas raras

Melancolía

El manga es una cultura enraizada en las tradiciones artísticas centenarias de Japón

Melancolía

Es posible que, para muchos, la palabra «manga» se asocie indefectiblemente con robots fotoatómicos o niños y niñas de ojos gigantescos. Y es lógico: son estilemas y géneros habituales del manga, pero que apenas pueden calificarse de punta del iceberg de una forma de entender la historieta: el manga no es solo el cómic hecho en Japón, es una cultura profundamente enraizada en tradiciones artísticas centenarias y en una mirada a la vida y la sociedad que va mucho más allá de los grandes éxitos que han hecho famoso el manga en nuestro país. Lo curioso es que, mientras la chavalada disfrutaba con alegría de las tortas de Mazinger Z en televisión mucho antes de conocer las historietas de Go Nagai, en nuestro país ya se comenzaba a publicar una vertiente autoral y adulta del manga que puede considerarse como una de las pioneras del cómic adulto: el gekiga. Las páginas de la revista underground El Víbora vieron ya a finales de los años 70 las historietas de Yoshihiro Tatsumi, uno de los fundadores de este movimiento. Cuarenta años después, el manga y el anime forman parte también de nuestra cultura visual y, afortunadamente, cada vez hay más editoriales interesadas en recuperar las voces y dibujos de algunos de los más grandes artistas del cómic japonés. Poco a poco, hemos podido ver publicada en nuestro país la obra de autores como Shigeru Mizuki, Seeichi Ayashi, Masahiko Matsumoto, Yashiharu Tsuge, Tadao Tsuge, Kazuo Kamimura o la obra más adulta del gran Osamu Tezuka. Una labor constante de recuperación a la que hay que añadir un nuevo nombre fundamental: Shin'ichi Abe. Seguidor de la corriente autobiográfica denominada watakushi-manga (manga del yo), iniciada por Tsuge, la obra de Abe deambula entre la profunda tristeza del creador de El hombre sin talento y la poética mirada de Seeichi Ayashi, creando un discurso personal y reconocible. Los sentimientos de Miyoko en Agasaya, publicada por Gallo Nero, permite descubrir y ahondar en la obra de un autor complejo y poliédrico, atormentado por sentimientos contradictorios que tenían solo un escape: el amor por su mujer Miyoko. Realizadas a principios de la década de los 70, las historias cortas que componen la obra permiten ir completando un rompecabezas de la fascinación. Diálogos aparentemente intrascendentes, casi contemplativos, en el que el tiempo se escurre por los espacios en blanco entre las viñetas sin remedio, sin vuelta atrás. Historias de sexo doloroso, de amores perdidos y silencios que aplastan y destrozan, dibujados sobre imágenes que recuerdan fotografías olvidadas€ Alguien podría decir que no pasa nada en las historias de Abe, pero cada trazo nos recuerda que el tiempo es demoledor testigo de una vida que se pierde a cada minuto. Y esa vida está retratada con melancolía infinita en las viñetas de esta obra, supurando esos sentimientos de Miyoko a los que refiere el título y que no es necesario que ella nos cuente: los podemos notar en esa extraña sensación que nos deja cada diálogo, cada secuencia de viñetas, obligándonos a volver atrás, a releer mirando a los ojos a Miyoko, leyendo entre líneas de sus palabras, de sus gestos, de su figura desnuda que intenta ocultar. La obra de Abe es inmensa e inacabable, llena de segundas lecturas e interpretaciones que merecen el mismo detenimiento y parsimonia en la lectura con el que el autor cuenta sus lecturas. Toda una suerte que la editorial Gallo Nero siga apostando por esta generación de autores japoneses insuperables, maestros de una forma de contar historias que ha impactado profundamente en la cultura japonesa. ¿Quizás la siguiente pueda ser la lírica de Kazuo Kamimura en D?sei jidai (Cuando vivimos juntos)?

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