Un abanico es un objeto para dar o darse aire, compuesto por una montura de varillas, recubiertas por un fragmento de papel o tela que se denomina país, y que se abre en semicírculo»; así es como define el término el periodista e historiador Francesc Martínez Sanchis en su publicación Els colors de l'aire, obra sobre el arte del abanico.

La Comunitat Valenciana ha sido un espacio vital para el desarrollo del abanico realizado de forma artesanal. Hasta 1910, Aldaia fue el principal centro productor del abanico, donde se sitúan los orígenes de la artesanía de este aventador. Como centro encargado de mantener y difundir la historia del abanico y su producción destaca el Museu del Palmito d'Aldaia (Mupa), que representa el legado de los antepasados artesanos del abanico.

El Mupa se trata del proyecto más emblemático para la conservación de la cultura de la artesanía del abanico. El centro se ubica en la Casa de la Llotgeta, un edificio de finales del siglo XVI ubicado en la calle de la Iglesia de Aldaia, que fue restaurado por el ayuntamiento e inaugurado en 2010, tal y como se detalla en Els colors de l'aire.

Origen y evolución

El origen del abanico se sitúa, probablemente, en el Neolítico, con funciones como avivar el fuego, refrescar el aire y protegerse de los insectos, según se refleja en representaciones hechas sobre frisos, relieves o pinturas. Los ejemplares conservados más antiguos se sitúan en Sudán entre los años 2.300 y 2.100 a. C.

El abanico, en sus diferentes formas, aparece desde tiempos inmemoriales, así como también se pone de manifiesto en distintas culturas. Fueron utilizados por los egipcios, babilonios, asiáticos, persas, griegos y romanos.

Los abanicos plegables se inventaron durante el siglo XII en Japón. Para su confección se emplearon flores naturales, hojas resistentes, papel impregnado en sustancias aromáticas, sedas tintadas y gelatinas.

Más próximo, en la Península Ibérica, el abanico se introdujo por los fenicios. En el territorio valenciano, queda constancia del uso del abanico en un fragmento de cerámica, encontrado en Llíria, que muestra una dama con un abanico.

En Europa, los abanicos ya estaban presentes en la Edad Media, tal como se nombra en los libros de caballerías de los siglos XIII y XIV, acorde con la obra de Martínez Sanchis; pero no fue hasta el siglo XVII cuando su uso se generalizó en toda Europa. Los principales productores fueron Francia, Italia y España, pero el abanico europeo apareció en su plenitud en Francia, durante los reinados de Luis XIV y XV. El primero fue quien aceptó la creación de un gremio de maestros del abanico. Así pues, este complemento destacó como una pieza fundamental en los salones de época, a modo de complemento femenino.

Como afirma Martínez Sanchis, los usos empezaron siendo de carácter aristocrático y cortesano. A partir del siglo XIX, con la ilustración y el crecimiento de las ciudades, fue también de carácter burgués, hasta el momento en que se popularizó a finales del XIX.

Con los avances de la imprenta a finales del XIX, el abanico se expandió. Para su fabricación se hacía uso de buenos materiales a través de un proceso artesanal. Se imprimían los países con planchas de litografía. Más tarde, tras la popularización del abanico, se pasó a la fabricación del producto en masa con materiales de una calidad mucho más inferior y sin llevarse a cabo ningún proceso artesanal. Se podían llegar a hacer series industriales de unos 10.000 o 20.000 abanicos, y es lo que se consideraría como el abanico «de bazar», de acuerdo con la explicación del historiador. «Las potencias que fabrican esta clase de producto han invadido el mercado con un abanico barato, sin sentido artístico ni buenos materiales», remarca.

Durante los años del franquismo el abanico todavía se utilizaba mucho, especialmente en actos ceremoniales. Este tipo de uso se extendía a las clases medias de la época; en cambio, a partir de los años 80 y 90 y en adelante, a un buen abanico se le daba un uso más enfocado a la decoración y el coleccionismo. «Es un elemento artístico y de lujo», afirma Francesc Martínez.

Estructura y materiales

El abanico plegable está formado por el varillaje, el país y el clavillo. El varillaje forma la estructura del abanico mediante un número variable de varillas que siempre son pares, y además, ambas piezas de los extremos son más gruesas y se denominan caberas. El país es la tela adherida al varillaje en forma semicircular, que puede ser de algodón, seda, papel, cabritillo, plumas u otros materiales y puede estar decorada con pintura, grabados o bordados. Por último, el clavillo es el alambre grueso que une por la parte inferior las varillas. La parte visible del varillaje que sobresale bajo el país se denomina fuente. Si un abanico no tiene país, es de tipo «baraja». Uno de los materiales que se emplean es el nácar y presenta un problema: al ser un material muy curvo para elaborar una varilla de un abanico se necesitan muchas piezas de nácar rectilíneo pegadas para conseguir hacer una varilla larga y plana. La elaboración de un abanico de nácar puede conllevar un periodo de tiempo de, al menos, entre uno o dos meses. Así pues, es un material que ya es caro de origen, pero además se encarece por la complejidad en su elaboración, pudiendo llegar a alcanzar los 6.000 euros.

Uno de los factores que afecta a la producción de abanicos artesanos es la globalización y la competencia de fuera de España con abanicos de baja calidad y muy baratos.

En lo referido al medio ambiente, mientras no haya una prohibición del tipo de maderas que se emplean, no supondrá el mayor inconveniente debido a la ínfima cantidad de madera que se utiliza. Por su parte, la prohibición del marfil y de materiales de origen animal como la concha de tortuga marina tampoco ha afectado a la industria porque los abanicos resultantes eran muy caros y no eran habituales.