La medicina del fútbol es el gol. Comprimidos que, momentáneamente, permiten despejarse. El Valencia, que llegaba a Balaídos muy enfermo, salió del estadio recuperado. Sonriente. Nuno, epicentro de las criticas tras la derrota contra el Gent, respira. Alcácer, Parejo y Mustafi le han dado vida al equipo y al técnico. Y sobre todo tranquilidad, mucha tranquilidad. Al parón se llega con más calma. Los jugadores, apagados los tres últimos días, han recuperado la sonrisa y las ganas de cháchara. Al acabar, con el 1-5 en el marcador, los abrazos así lo demostraban.

La de ayer no fue una victoria más. Fue algo más. Tres puntos que deben servir para asentar la recuperación. Otra cosa será que los problemas desaparezcan, o las grietas se cierren, pero siempre es más fácil solucionarlos desde la tranquilidad que desde la convulsión. Las goleadas siempre son bien recibidas. Eso sí, no se puede obviar que quien puso ayer el futbol en Balaídos fue el Celta. La efectividad fue para el Valencia.

El equipo de Berizzo, un equipo valiente y atrevido, se tomó el tempranero gol de Paco Alcácer como todo un aliciente para lanzarse hacia la portería de Jaume e igualar el marcador. Lo logró por méritos. Volcados sobre la portería del Valencia, el Celta se acomodó para ir desmenuzando poco a poco a un rival al que los nervios volvieron a convertir en un equipo que nadaba entre las dudas. Vicandi Garrido, con una actuación muy criticada por la hinchada local, caldeó el ambiente „tras no dar por válidos dos goles por fuera de juego„ para que, en un acto inaudito, Balaídos imitara a Mestalla y cantara el ya habitual «Nuno vete ya». Y es que al exportero, con pasado deportivista, no se le perdonó el haber dejado en el banquillo a Santi Mina y Yoel, dos jugadores muy queridos por la afición celtiña. Porque, ayer, volvió a inventar Nuno. En esta ocasión, y con Feghouli en la grada, se dejó a Santi Mina en el banquillo para colocar a Cancelo por delante de Barragán. Acertó.

Con voluntad, poco fútbol y aún menos ilusión, el Valencia sufrió ante un equipo entusiasmado que luchaba y pelaba por cada balón como si fuera el último. Con las ideas claras y un claro gen competitivo, el equipo de Berizzo era quien llevaba la iniciativa mientras la cara de los jugadores del Valencia expresaba la angustia que les embargaba. Pero como el fútbol no sabe de justicia, cuando mejor jugaba el Celta y más sufría el Valencia, de falta directa, Dani Parejo volvía a colocar al Valencia por delante. El capitán, feliz, con el dedo pulgar apoyado en el labio inferior le dedicaba el gol a su pequeño Daniel.

El Valencia, curioso dado el transcurrir del partido, se iba a descanso por delante en el marcador. Una distancia que amplió en la reanudación. Sólo habían pasado 32 segundos, cuando Alcácer, aprovechó un regalo de Jonny, para con mucha clase y una gran definición anotar el 1-3. El Valencia, por fin, se desquitaba de la presión y los jugadores recuperaban la sonrisa. La presión „vaya ironía„ se trasladaba al Celta que aturdido, ante dos reveses tan continuos, empezaba a perder la fe.

Como los goles son la mejor medicina, estos permitieron al Valencia reencontrarse con él mismo. La terapia ya estaba en marcha. Poco a poco, los futbolistas fueron recuperando la confianza perdida . Hasta las piernas pesaban menos. Más compacto y comprometido, el Valencia aguantaba las embestidas del Celta para rentabilizar al máximo cada una de las llegadas. De un pase sensacional de Alcácer, llegó el segundo de Parejo. El partido ya estaba cerrado. La victoria no se podía escapar.

En un estadio que a pesar del 1-4 no dejaba de animar y aplaudir a su equipo como si fuera él quién liderara la goleada, quiso Mustafi unirse a la fiesta para anotar el 1-5.

El Valencia, el equipo al que la efectividad le había estando dando la espalda toda la temporada, se reencontraba con el gol cuando más lo necesitaba y cuando menos se creía en ella.