En el mayor momento de desarraigo que el valencianismo recuerda en décadas, José Luis Gayà se rebela contra la crisis identitaria que paraliza a Mestalla. El lateral de Pedreguer sostiene, con 22 años, la bandera. Suyo fue uno de los pocos síntomas que escaparon a la depresión, en el decepcionante encuentro contra el Sporting del pasado domingo. Gayà fue de largo el mejor de los valencianistas y, a base de perseverancia, en aventuras a menudo individuales, se propuso cambiar la suerte de un partido que nació y murió viciado. Provocó el penalti no materializado por Parejo y suyas fueron las jugadas con más dinamismo de un equipo estancado.

La recuperación del Valencia pasa por la reivindicación de futbolistas como Gayà, que recuerdan a todo el entorno, desde compañeros de vestuario a aficionados y al marco mediático, qué es el Valencia, qué supone militar en este club y sentirlo, justo cuando más desdibujados parecen estos conceptos sagrados y cuando los mensajes de futuro del club son vagos y desconcertantes.

Por ese sentimiento de pertenencia, Gayà es uno de los jugadores a los que peor factura psicológica ha pasado en estos dos años de pronunciada deriva deportiva del club. Los problemas físicos de la temporada pasada, acrecentados por los cambios de método de cada sucesivo cuerpo técnico, fueron una tortura para el lateral. Muy lejos de su mínimo nivel exigible, el de su primera campaña con Nuno en el banquillo, este año empezó la pretemporada con bríos renovados y un plan específico para prevenir sus molestias físicas por el que recortó días a sus vacaciones.

Esa energía renovada chocó con inesperadas contingencias. Una fue la marcha de Paco Alcácer, su gran amigo y confidente, al FC Barcelona. Un traspaso que era la evidencia que confirmaba que el modelo de negocio de Meriton ya desencantaba a los jugadores llamados a ser emblemas representativos. Meses después, la convivencia con Cesare Prandelli le mandó de regreso al particular infierno. Fuera de la titularidad, señalado implícitamente por el técnico italiano por supuesta «falta de humildad», hace apenas dos meses llegó a verse fuera del club, cuando parecía que Prandelli tomaba poderes plenos y pretendía fichar a otro lateral izquierdo.

La permanencia de futbolistas del perfil de Gayà se adivina como clave para que el Valencia supere su actual trance. La cúpula singapurense del club rebatirá la imagen de distanciamiento y desconocimiento de la realidad blanquinegra con ese posicionamiento, por la apuesta por jugadores que mantengan fuerte el vínculo con la grada. Es el caso de Gayà y el de Carlos Soler.

Valencianismo en Pedreguer

En mayo de 2015, en el multitudinario acto que convocó a 600 valencianistas en Pedreguer, su localidad natal, un emocionado Gayà calificaba al Valencia como «mi club», cuando Manolo Mas, conductor del acto, le requirió que describiese en pocas palabras cómo entendía su vinculación con la entidad. Una definición tal vez simple, pero muy rotunda, sin necesidad de artificios grandilocuentes.

En una población como Pedreguer, en la Marina, en un territorio de frontera futbolística en el que el que la influencia de Barça, Madrid o en menor medida Hércules se hace patente, la militancia por un club se robustece. Ese orgullo lo ha exhibido Gayà, y lo ha fortalecido en los viajes de 200 kilómetros, entre ida y vuelta, que debía completar junto a su padre para acudir a entrenar a la ciudad deportiva de Paterna. Horas de carretera en las que siendo un niño llegó a emocionarse con la narración encendida de las mágicas noches de Liga de Campeones. La afición valencianista inoculada por su abuelo Juan, fallecido cuando José Luis contaba con 6 años, quedaba forjada a fuego. Ese recuerdo indestructible ha emergido justo en la peor época que atraviesa el club.