El primer paso para reconstruir el Valencia pasa por una urgente mejoría deportiva, pero la batalla de fondo va mucho más allá. En las dos temporadas en las que el club lleva instalado en la más mediocre vulgaridad, estancado en la decimosegunda posición tras verle las orejas al descenso, se ha perdido un tiempo precioso en la pelea por el futuro, en la que sobre todo Atlético y Sevilla llevan mucho camino de ventaja con los blanquinegros.

El Valencia ha logrado acabar el curso con dos puntos más que en la temporada anterior, pero con señales de retroceso preocupantes, como haber encajado 17 goles más (en total, 65), en solo un año de diferencia. Un registro catastrófico que atenta sobre todo a las señas de identidad del equipo, e incide en un desarraigo que avanza galopante, con una caída de más de siete mil espectadores en dos años.

El lugar en el que el Valencia se ha aposentado durante décadas como el tercer club de la Liga, como la eterna alternativa combativa, la disfrutan otros clubes. Y no solo con el beneficio deportivo. También en el plano social y en la expansión comercial de la marca.

El cambio en la propiedad del club, a manos singapuresas, no ha conllevado una internacionalización de la imagen del Valencia, sino el efecto contrario. El decaimiento institucional y deportivo ha conducido a que la redención del club haya acabado pasando por las recetas más genuinas. Gente de la casa en el banquillo y la rabia canterana de Carlos Soler.

El partido de ayer se enfocaba como un homenaje al penúltimo gran servicio de Voro al Valencia, pero muy pronto empezó siendo una metáfora del proyecto sobre arenas movedizas de Peter Lim, que ayer celebró su cumpleaños con una tarta con el escudo del club.

Todo el esfuerzo y los momentos de buen juego, los 9 saques de esquina a favor en la primera parte y la conexión entre Soler y Parejo, Gayà y Nani, quedaban enterrados por la falta de contundencia defensiva. Aderlán Santos, el jugador que complica el oficio más sencillo del fútbol, como es el de central, que despeja haciendo rabonas, chilenas y, como ayer, taconazos, condicionó el partido con un grosero error a los 48 segundos de partido, que Soldado aprovechó para embocar el 0-1.

El público pasó a silbar cada intervención del brasileño en la primera parte. Unos gritos que no iban solo dirigidos al futbolista, preso del pánico al arrollar minutos después a Soldado en un penalti impune, sino que también apuntaban al hartazgo por la frivolidad que ha representado la inversión alegre por esta clase de jugadores.

El Valencia se enfrentó ayer al equipo que debe ser su espejo. Un Villarreal que no se descompuso a pesar de sus síntomas de agotamiento y momentos de inferioridad, porque está construido en cimientos sólidos y acaba siempre siendo un rival fiable.

Todo lo contrario que los valencianistas, al que todos los buenos argumentos no le sirvieron por su falta de contundencia en las dos áreas. El equipo de Mestalla ha empezado el año tal como lo acabó. Marcando goles que no se traducen en puntos, como en tantos encuentros, o exhibiendo un dominio por momentos abrumador que no se sirve ni para empatar, como en aquel duelo en Ipurúa, en el primer desplazamiento de un año que arrancó y finalizó de forma torcida. Alemany y Marcelino deben tener claro el diagnóstico.