"Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear", inmortalizó el escritor chileno Roberto Bolaño. El partidazo de anoche en Heliópolis se pareció mucho a esa sentencia de la narrativa infrarrealista. Con una insaciable verticalidad el Valencia desmontó la cuidada puesta en escena que el Betis y el Benito Villamarín habían preparado para vencer a los valencianistas. El 0-4 parecía definitivo cuando los locales tiraron de heroica con 3 goles en seis minutos. El partido se anunciaba como un espectáculo, pero la colosal exhibición del 3-6 final superó toda expectativa.

Triangulaciones sobre un césped regado donde atacaban los locales y cortado raso, a 22 milímetros (buen apunte, speaker), y un estadio que, desde el himno cantado con un coro de 48.792 gargantas, se había tomado el partido como si fuera una final de Copa. A ese lirismo el Valencia reaccionó como un púgil experimentado, que cede el centro del cuadrilátero y deja desgastarse a su oponente, con más juego de pies que acierto en el croché.

La presión ambiental en el estadio no bajaba. Es más, alcanzaba cotas extremas para aplaudir una presión de Sergio León para cortar un despeje de Gayà. El Valencia entendió que necesitaba aguantar alguna posesión larga para bajar el termómetro, en una noche calurosa en la que la temperatura no bajaba de los 30 grados.

Llegó entonces el minuto 33, con las cuatro ocasiones seguidas del Valencia para acabar con el cabezazo de Kondogbia, criticado especialmente por su pasado sevillista. Los valencianistas perdonaban el segundo y Soler era objeto de una clara zancadilla en el área. Por esa rendija respiró el Betis, pero Joaquín se encontraba con los reflejos de Neto en un golpe franco. Hasta Feddal se acercó al portero brasileño para felicitarle por su estirada.

En tiempo de descuento, Guedes recogió, cerca de la frontera con Portugal, un rechace que mandó a la misma escuadra que tantas veces limpió de telarañas Assunçao.

Si un equipo cree en imposibles es el Betis, que salió en estampida en la reanudación. El penalti(to) en el 55 abría la emoción. La grada se iluminó con móviles preparados para recoger el gol de Sergio León, que quiso romperla por el centro. Pero Neto anoche se había propuesto eliminar al último escéptico que queda escondido negando el acierto de rescatarlo de la sombra alargada de Buffon. Su rechace con el pie llegó a medio campo.

La pasión en la grada se iba tornando, allá por el 63, en nerviosismo. (También por estos lares Barragán es reclamado como el primer cambio). Rodrigo marcaba su sexto gol consecutivo en seis partidos, y luego Mina instalaba el 0-4. Pero Setién ha instalado en este Betis la mentalidad pasional de disfrutar del fútbol como el juego iniciático de la infancia. "Quién disfruta jugando pueda llegar a hacer cosas que no se imagina".

Así se explicaba el 3-4 que puso patas arriba el estadio. En pleno arrebato local Zaza, cero sutilezas, se rompió con el zurdazo del quinto, y Pereira recreaba con el 3-6 el particular tratado contra la poesía que coloca al Valencia segundo.