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Tribuna

Las tripas de Mestalla

La imponente fachada de Tribuna de Mestalla. vcf

Acostumbramos a acotar Mestalla a lo que ocurre en el interior, en la parte visible de un recinto que, con el clásico diseño de la arena romana, divide a sus actores entre los que miran y los que son mirados, la grada y los que pisan el césped. El asiduo visitante de Mestalla ha convertido en ritual, en mecanismo inconsciente, acercarse al estadio, pasar por el torno de entrada, recorrer sus pasillos, acceder a su localidad por uno de los vomitorios (qué maravillosa palabra) y sentarse en la butaca, por decirlo eufemísticamente, para ver el partido. Pero en ese proceso rutinario e intrascendente, transita por una zona que, por insulsa, no merece su atención. Esa zona, todo el espacio que hay desde los tornos a los vomitorios, son las tripas de Mestalla.

Los intestinos del estadio valencianista son un interesante conglomerado de subidas y bajadas, de puertas y muros, y de barras de bares y baños, un extraño compendio arquitectónico en el que el cemento se impone con una capa rotunda, sin adornos ni revestimientos. Ni la zona noble se libra de esa carga, como ocurre, por ejemplo, en el Camp Nou, en el que la entrada de tribuna parece un hotel de cinco estrellas al que solo le falta un botones. La de Mestalla es austera, laberíntica y llena de habitaciones misteriosas, que no sabes si son almacenes o despachos. La joya del duodeno, sin embargo, es esa espiral que evita subir escaleras a los ocupantes del anfiteatro, un arabesco singular en forma de serpentina que, en días de partido, compone un time-lapse formidable.

Tripas como las de Mestalla se alimentan de sus bares, sitios de paso que siempre han tenido en el coliseo valencianista un carácter austero que los privaba de todo atractivo. Nadie va al bar de un estadio a emborracharse ni a entablar conversaciones más allá de las que puedan surgir en una cola, del nivel de las que se dan en cualquier ascensor, por lo tanto los bares de Mestalla no necesitaban ser atractivos, habían de ser prácticos. Los bares tenían su complemento con puestos en los que se vendían frutos secos, con las pipas como elemento predominante. El público mestallero es tan fan de las pipas que en ocasiones he tenido pesadillas en las que una imparable y devastadora ola de cáscaras de pipas invadía el terreno de juego y sepultaba a todos los que allí estaban menos a Garay, que ese día, por arte de magia, se ha transformado de Mr. Glass en David Dunn.

Los baños son los colones de las tripas de Mestalla. Siempre han sido pocos para la cantidad de gente que acogen sus gradas, sobre todo si se tiene en cuenta que, excepto los que padecen de la próstata, todos los que tienen que hacer sus necesidades salen a aliviarse al mismo tiempo, en el descanso del partido. Las colas interminables, en las que se puede leer la primera parte sin haberla visto, son un ejemplo de organización espontánea que culmina esa estampa tan friqui que ofrecen cuatro tipos mirando a la pared mientras tienen la mano en su pene mientras otros los observan e incluso los envidian. Si los baños de caballeros son escasos, los de mujeres son un drama, ya que la proporción de cinco váteres masculinos por uno femenino, que calculo a bote pronto que es la que debe de haber en Mestalla, podría acarrear una revolución feminista de imprevisibles consecuencias si un día las seguidoras valencianistas se hicieran el ánimo.

En tiempos remotos, la parte de detrás del gol sur fue también una zona deportiva, un espacio que albergaba, si la memoria no me falla, un foso con carrera para practicar el salto de longitud y una cancha de baloncesto en la que jugaba el Valencia de básquet, el embrión del actual Valencia BC. Era una pista sin gradas, lo que es suficientemente significativo de la importancia que se le daba a ese deporte en Valencia a mediados de los 70. La reforma del Mundial'82, la que acabó con la vertiginosa grada de numerada, tan empinada que los futbolistas casi podían sentir el aliento de los aficionados en el cogote, terminó también con la Fonteta de broma que acogió a los pioneros del baloncesto en la ciudad. El Huracán Paco, de categoría 4 en la escala de Saffir-Simpson, arrasó con el resto de secciones deportivas en 1994.

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