Juan Ramón Domínguez

La sorpresa romana era mayúscula. El ciudadano de la ciudad eterna, acostumbrado a ver desfilar peregrinaciones cristianas, no salía de su asombro al contemplar la marea de clero católico que crecía en la capital italiana a medida que se acercaba el 11 de junio. Los participantes del encuentro romano tuvimos que explicar muchas veces que estábamos allí, convocados por el Papa, para culminar el Año Sacerdotal. Que durante ese tiempo habíamos tratado de comprender la grandeza de nuestro ministerio y que pedíamos con insistencia por la santidad del clero cristiano y por las futuras vocaciones. Y que todo ello lo sentían todos, creyentes o no, por la intensa labor social que desarrollábamos.

Todo eso se puso de manifiesto de modo muy particular en la vigilia del día 10 en la plaza de San Pedro. Ante el Papa, se fueron desgranando los testimonios de sacerdotes de los cinco continentes. Basta con citar uno de ellos. El padre José María di Paola, argentino, nos decía: "En mi país, las favelas se llaman villas, y en mi villa viven 60.000 personas". Se veían en la pantalla imágenes del padre Paola jugando al fútbol con los chicos de la villa donde él trabaja, en misa y participando de una procesión.

"Hay hacinamiento, desocupación, subocupación, problemas migratorios y los jóvenes padecen el problema de la droga y la violencia. Nuestro trabajo es transmitir desde el Evangelio una propuesta. Hay muchos problemas, pero la fe católica es muy grande. En este lugar tan pobre, con tantas desigualdades, vivimos nuestra fe, y como sacerdotes nos sentimos felices de desarrollar nuestra fe aquí", concluyó, y envió un saludo "desde la villa 21" al Papa y a todos los fieles reunidos en esa vigilia.

Los valencianos pensamos en las labores asistenciales de la Iglesia Católica en España: colegios y hospitales, atender a los enfermos, ancianos, marginados, niños e indigentes, mantener las instalaciones... Una labor silenciosa que ahorra al Estado 31.000 millones de euros al año, según los expertos.

Había una razón más para esta presencia tan multitudinaria de sacerdotes en Roma. En abril, el Cardenal Prefecto del Clero nos escribió una carta. En ella nos decía que nuestra presencia en Roma tenía una nueva razón: expresar nuestra solidaridad y afecto al Papa ante los ataques a la Iglesia Católica y a su persona en los últimos meses. "Las acusaciones -nos decía- son evidentemente injustas, y se ha demostrado que nadie ha hecho tanto como Benedicto XVI para condenar y combatir tales crímenes. Por eso, la presencia masiva de presbíteros en la plaza con el Papa será un fuerte señal de decidido rechazo a los injustos ataques de los que es víctima". Cuando, al final, el grupo de sacerdotes valencianos hacíamos balance, coincidimos en que habíamos asistido a una manifestación clamorosa de unidad del clero católico con el Papa y de fraternidad sacerdotal. Además de culminar el Año Sacerdotal, percibimos que el magno encuentro romano había sido la mejor respuesta a los ataques a la Iglesia, al Papa y a los sacerdotes vistos en los últimos meses.

Las palabras de despedida de Benedicto XVI fueron elocuentes y resumen el sentido de estos días romanos: "Os saludo cordialmente y pido a Dios que esta celebración se convierta en un vigoroso impulso para seguir viviendo con gozo, humildad y esperanza vuestro sacerdocio, siendo mensajeros audaces del Evangelio, ministros fieles de los Sacramentos y testigos elocuentes de la caridad. Con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, os invito a continuar aspirando cada día a la santidad, sabiendo que no hay mayor felicidad en este mundo que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas".

Y así hemos vuelto los valencianos, ilusionados, como todos los sacerdotes católicos, a seguir en nuestras tareas, con esa atención preferencial, recordada por el Papa, a los más necesitados y desfavorecidos, creyentes o no, para hacerles sentir el amor de Jesús y de la Mare de Déu, que nos bendicen siempre.