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L'ullal

El brillo del amor

El brillo del amor

Extramuros de la ciudad había huertos de cultivo contiguos a los muros del Palacio Real, los regaban las acequias de Mestalla y Algirós, entre ellos estaba el huerto del barón de Llaurí, cerca el molino de Borrull, donde luego se construiría el Palacio de Ripalda. Era costumbre que los nobles y burgueses valencianos se construyeran casas de campo a las que llamaban casinos, en ellas solían pasar los meses de verano fuera del recinto amurallado de la ciudad. El barón de Llaurí vendió su huerto por 80.000 reales a Juan Bautista Romero, éste era hombre de origen humilde, dotado de una gran inteligencia que logró hacer una gran fortuna con la industria de la seda, llegó a ser regidor de Valencia, cuando era alcalde el marqués de Campo, también alcanzó el marquesado de San Juan.

El casino de Juan Bautista Romero, fue proyectado por el arquitecto Sebastián Monleón, es todo él una obra de arte; por su armoniosa arquitectura; sus bellas pinturas; las maravillosas esculturas de mármol traídas de Italia y por su bello jardín con estanques, fuentes, glorietas y una excelente colección de frondosos árboles. Desde su terraza podían contemplarse unas magníficas vistas sobre el Puente del Real, la Alameda, San Pío Quinto, y a lo lejos, el monasterio de los Reyes. Recibido en herencia por una sobrina, casada con Joaquín Monforte, el jardín pasó a llamarse de Monforte. Desde hace años el Ayuntamiento celebra allí las bodas civiles.

Se divirtieron mucho con los preparativos de la boda, como la mayoría vivían en Benimaclet, quedaban en la plaza para comentar los detalles de la fiesta. Fueron eligiendo de entre los personajes del circo, el que más les gustaba a cada uno. Los había que querían ir de payasos, hubo quién eligió vestirse de trapecista, de mago, de esbeltas bailarinas, de domadores, o de forzudos. Él pensó ir vestido como Rodolfo Valentino, traje negro con camisa blanca y un sobrero de copa hecho de cartulina forrado de papel charol. Ella iría de geisha, con un bonito kimono de color rojo comprado en un chino, flores blancas para el pelo recogido en un moño y la cara maquillada de blanco. Les regalaron una bicicleta „el vehículo para los novios„, la adornaron con guirnaldas y le ataron unos botes de hojalata para alegrar su trayecto.

Cuando entraron en el palacete de los jardines de Monforte, los miraron extrañados, nunca habían visto una cosa así. La funcionaria de bodas civiles del Ayuntamiento en todo el tiempo que llevaba allí destinada, no había visto pasar a una troupe de circo „vaya una falta de respeto, musitó para sí, yo así vestidos no los casaría„. La concejal que oficiaba la ceremonia se asomó también para ver el espectáculo. Pensó que bien mirado, disfrazarse, se disfrazaban todos para ir de boda. Unas personas visten de seda, tul o tafetán, y otras con trajes hechos de papel crepé. Confió en su instinto, sabría apreciar su compromiso al leerles los artículos del código civil: «¿Quieres contraer matrimonio??» observó la emoción en sus ojos al contestar:«Sí quiero». Se despidió de los recién casados dándoles un beso y deseándoles mucha suerte. Se marchó convencida de que es el brillo de los ojos lo que distingue a los enamorados , no los trajes de gala, o los disfraces con que vayan ataviados.

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