No se enteraron de que el mundo estaba en guerra en 1915 porque acababan de nacer. Y en medio de sus juegos infantiles se enteraron de que «Bailaor» y «Pocapena» habían matado a Joselito y Granero, que Abd-el-Krim nos había desangrado en Annual, que se celebraron los Juegos Olímpicos de París, se descubrió la tumba de Tutankhamon, voló el Plus Ultra y se descubrió el Polo Norte. En la adolescencia se enteraron de la creación de una cosa llamada Liga de Fútbol. Ellos combatieron en el frente en la Guerra Civil y ellas, sufrieron. Ayer, con cien años de experiencia vital, recibieron el homenaje de la tierra que les vio nacer o que les acogió. El ayuntamiento, a través de la concejalía de Personas Mayores, siguió el ritual de reconocer a aquellos que cumplen cien años. El alcalde Joan Ribó y el primer teniente de alcalde, Joan Calabuig, hicieron los honores a 19 centenarios (no pudo asistir Carmen Blanquer Martínez) e intercambiaron unas palabras con ellos aunque, como es fácil imaginar, no todos acababan de entender quién era ese señor canoso que se acercaba. «Soy el alcalde». «Es que es nuevo» le decían los hijos al anciano o anciana de turno. Ribó parafraseó a Pablo Neruda, al recordar su frase de que «la solidaridad es la ternura de los pueblos» y que «cuando hablamos de mayores solemos emplear palabras como respeto, agradecimiento o cariño, que están muy bien. Pero nosotros, desde el Ayuntamiento queremos ir más allá con iniciativas como la Mesa para el Envejecimiento Activo para garantizar la plena ciudadanía, el bienestar, la calidad de vida de las personas mayores». Por el origen queda claro que Valencia era, en los albores del siglo XX, una tierra de oportunidades para labrarse un futuro.

Y ahí estaban esos mayores (más ellas que ellos), con los orgullosos hijos, nietos y biznietos de corta edad. Incluso alguno de ellos, como Pedro Ávila, lo hacía acompañado de su esposa, diez años más joven que él. «Llevamos 73 años casados». Recordaba cuando Primo de Rivera «le ganó a los moros» y que vive «en la mejor ciudad del mundo, que es Valencia». Las hijas de Marcela, de una estirpe longeva como pocas, se asombran cada día con «la forma que tiene de recordar los nombres y las fechas, aunque haya pasado toda la vida». La familia de Vicente Gómez lucía chapas con su retrato como «supercentenario», Lidio ya tuvo homenajes en su tierra burgalesa de origen y el más «templado» era César Ramos, que sigue viviendo sólo en casa «porque así hago lo que quiero».

Con las perspectivas de alargamiento de la vida, es probable que cuando el tataranieto de Joan Ribó sea alcalde de Valencia, el acto reúna a muchos más centenarios. O que haya que homenajear a los que cumplen 125. Pero seguramente ya no se llamarán Úrsula, Enriqueta, Lidio, Marcela o Asensio. Son nombres en desuso, de otra época. Esos centenarios se llamarán Kevin, Hugo, Nayara, Jonathan, Aina o Iker. Aún suena muy lejano.