La iglesia de Nuestra Señora de Mont-Olivet, construida entre 1767 y 1771 y de estilo neoclásico, es algo así como la génesis del actual barrio, aunque para ser precisos hay que referirse a la ermita sobre la que se levantó el templo actual, en torno al siglo XIV.
Aquella primera edificación dedicada al culto de la virgen dio nombre a una antigua zona de huerta en la que hoy no cabe prácticamente ni un edificio más. Con todo, Mont-Olivet aún con espacios por urbanizar, como la Plaza del Parque, en la que curiosamente no hay rastro de ninguna zona verde (excepto un arbolado mínimo) y está repleta de vehículos.
Sobre el origen de Mont-Olivet, una de las leyendas cuenta que un vecino de Russafa, Pedro Aleixandre, fue a luchar a las Cruzadas y cayó prisionero de los musulmanes. Logró escapar y en su huida paró a descansar bajo un olivo donde se le apareció la virgen. Se durmió y al despertar obró el milagro, al transportarse a su Russafa natal, junto a un olivo donde se hallaba un retablo con la imagen de la virgen.
Al margen de esta leyenda (y otras que circulan sobre el origen del barrio), lo cierto es que hoy, frente al espectacular (y caro) Palau de les Arts se sitúa la iglesia de Mont-Olivet y el Museu Faller (instalado en el antiguo convento de la casa misión de San Vicente de Paül, que fue acabado en 1831). Ambos edificios son la puerta de entrada al barrio y ponen en valor una de las zonas obreras más importantes de la ciudad, que no siempre cuenta con las mismas atenciones que otros barrios del distrito.
El ejemplo claro lo que encontramos en la Plaza del Parque de Mont-Olivet, un lugar ocupado por la vieja y destartalada escuela de Magisterio. El resultado es una estrecha calle con forma de U que desemboca en una especie de plaza sin urbanizar que se usa como aparcamiento. Todo un despropósito en su conjunto, sin orden ni concierto.
