Las fiestas entran por los ojos y si tienen buena prensa, mejor. Sant Antoni es un evento que cumplía su papel, sin grandes alharacas, pero que se adivina que tiene ganas de crecer. En su simplicidad, tiene recorrido en forma de aceptación popular. Para que sea más que una fiesta de barrio, ayudada por la jornada de libranza de Salesianos y para que los niños vengan con su perrito, su gatito o su tortuguita.

También ha de crecer con moderación para no morir de éxito. Pero para el gran público es un documental de primera calidad. Será el paso de los años y el empeño que le ponga la hermandad de los antonianos el que determine hasta donde puede llegar.

De momento, está considerado como la mayor concentración ecuestre en acción (es decir, sin ferias) de España después del Rocío y la organización pone interés en que los trofeos tengan razón de ser, parámetros hípicos.

Se preocupan de cuidar al patrocinador y lo nombran contínuamente (este año se ha sumado Mercadona regalando los panecillos: décadas atrás el padre de Juan Roig pasaba la calle con sus animales), conocen y nombran a cada labrador y a cada escuela, dan bola a los políticos para que entreguen galardones, han incorporado a la mujer a la directiva... aún les queda celebrar en el Bioparc la última tradición: la «rifa del porquet», que ya no es un cerdo de carne y hueso, sino una hucha llena de dinero. Eso será el día 10.

Y además, el desfile tiene orden y concierto. Desfile doble marcado por el orgullo. El de sacar los animales de compañía lo más cepillados posibles y el de sacar los animales de labor lo más enjaezados posibles. Es cierto que el de carros es hace un poco monótono, incluso para los animales racionales urbanos, poco acostumbrados ya a carretas y enganches y que, por consiguiente, cuando se acerca la hora del almuerzo acusa una curva descendente en ánimo y público.

Pero no menos cierto es que, precisamente, el gran cuerpo del desfile son los labradores y las escuelas ecuestres y merecen atención y espacio para que se luzcan. A muchos de los primeros de ellos se les podía ver de madrugada, jugándose el tipo, recorriendo primero caminos y luego carreteras para llegar a tiempo, compartiendo vía con los automóviles en un tiempo en el que esa convivencia ya casi no existe.

Y en cualquier caso, el desfile sigue llamando mucho la atención. No era el de ayer el mejor día: reeducándose por el adelanto en una hora, celebrándose entre semana y con frío. Pero la gente se fue animando conforme pasaba la mañana. Queda que el público no sea tan mayoritariamente el del barrio y los acompañantes de los caballistas. Acudir a presenciar un espectáculo que es, como mínimo, inusual en la jungla del asfalto.

Palco lleno de políticos

Prueba del interés que suscita es que el palco de honor parecía un parlamento. Una docena de ediles de Compromís, PP, PSPV y Ciudadanos, además de María José Catalá. Y hasta algunos que huelen a futuros aspirantes de Vox. Todos estuvieron en la zona noble. No todo el tiempo, claro. Aunque el protagonismo, a la hora de la verdad, se lo llevó «Pep», el perro de Sandra Gómez, quien acudió a recibir las aguas «y agradecer que no ha pasado nada para lo que pudo ocurrir».