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De la festa la vespra

Mercat de "melons de Fóyos" de la Mare de Déu del Carme

Iglesia del Carmen, centro neurálgico de la fiesta. b. bueno

Los agricultores valencianos se han guiado en muchas ocasiones su actividad productora y comercializadora por el calendario festivo religioso. En la ciudad de Valencia era costumbre hacer un populoso mercado de frutas y melones en la plaza del Carmen, la situada frente a la Iglesia y Convento del Carmen de los Carmelitas Calzados, hoy Museu del Carmen, donde se veneraba a la Moreneta del Carmen, la Virgen del Carmen, devoción siempre muy fomentada por las órdenes religiosas carmelitanas.

Tal influencia ejercieron e irradiaron aquí los frailes del Carmelo Calzado, que el barrio recibió el nombre de la Virgen cuya fe allí se profesaba. Al amparo de ella y aprovechando la atracción que suponía para el gran público, los labradores de la Horta acudían la víspera con sus carros cargados de productos de sus campos para vender en la plaza y calles del entorno de la Iglesia y cenobio.

Montaban parada o tenderete al caer la tarde y allí permanecían toda la noche víspera y día de la fiesta. La estrella del mercado era el «meló de Fóyos», el manjar de verano más apetecido y buscado. Subrayado y destacado en la famosa «Auca del Mercat de Valencia» del XIX. Eran los mejores, debido a la calidad de sus tierras, muy calizas, como las de El Puig. Los labradores de Foyos habían sabido cuidarlos, cultivarlos, seleccionarlos, tenían sus propias tácticas para hacer de ellos ejemplares de primera calidad.

Con este nombre igual se vendían en Madrid, Londres o París. Los mercados de la capital francesa cuando los vendían los rotulaban con orgullo y reclamo con el topónimo de su procedencia. Con el paso del tiempo, el cansancio de las tierras y la inadecuada agua de su riego hizo que los famosos melones de Foyos fueran difuminándose, excepto los del barrio de Cuyper, que siguen sosteniéndose en el candelero gracias a la influencia del mar, a sus tierras arenosas. Como ocurre en Pinedo con los melones de arena. Deliciosos.

No era pues una fiesta puramente religiosa la del Carmen en Valencia. Tenía su sentido práctico. La Virgen movía gente y ésta aprovechaba para aprovisionarse de las novedades de la huerta. Convivían y coexistían intereses. Se aprovechaba la plataforma de la fiesta para vender y comprar, para mercadear. Y esta era una ocasión singular y especial para las primeras frutas de verano, de manera extraordinaria para los melones.

A punto de salir la procesión, que seguía casi el mismo itinerario que en la actualidad, los labradores habían retirado sus caballerías, carros, tenderetes y puestos de venta, para que el cortejo discurriera con la normalidad y solemnidad debidas, la que a algún cronista del pasado le hizo decir era una procesión general «que tanto atractivo ofrece por el lujo que en ella se desplega».

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