Cierre por un segundo los ojos. Imagínese apoyado en la barandilla de un amplio puente. Bajo el suelo adoquinado de la construcción que, levantada por última vez tras la Segunda Guerra Mundial, acumula ya más de medio milenio de vida, fluye tranquilo el río Motlava. A la izquierda de la vertical masa de agua, fachadas de ladrillo con motivos clásicos o renacentistas de todos los colores explican sin palabras la multiculturalidad que durante siglos ha marcado la historia del lugar. 

Frente a ellas, como si de un espejo del tiempo se tratara, edificios recientemente erigidos, donde en otra época se situaban los importantes graneros que hicieron famosa la ciudad, se contraponen insuflando contemporaneidad del siglo XXI. Lo hacen con un respeto absoluto a una esencia imborrable pese a las adversidades vividas, a un trasfondo que ha quedado grabado en cada centímetro de una ciudad única y llena de vida: Gdansk.  

Situada a las orillas del mar Báltico, esta urbe del norte de Polonia de alrededor de medio millón de habitantes se ha convertido en el último destino de gran interés conectado, gracias a la recién estrenada línea aérea operada por Ryanair, que ofrece vuelos cada sábado y martes, con el aeropuerto de València. Tres horas de viaje para llegar a una ciudad de desbordante atractivo.

Algunas de las fachadas de colores situada en los márgenes del río. | J.V.

Un enclave símbolo de riqueza

Repleta de historia y símbolos, Gdansk -o Danzig, nombre en alemán que durante varias épocas tuvo la ciudad- atrapa desde el primer paso con sus calles y edificaciones, plasmadas a través de colores y decoraciones -reconstruidas casi en su totalidad a causa de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial- similares a las de otras ciudades como Copenhague o Ámsterdam. No es este un detalle menor, sino la mejor prueba de la gran trascendencia que tuvo esta urbe evolucionada desde una aldea de pescadores cuyos orígenes datan del siglo VII. 

Durante sus siglos de oro (XVI y XVII), artistas, comerciantes, arquitectos… se desplazaron hasta este enclave para desarrollar sus talentos. Las fachadas de las viviendas, símbolo de la riqueza y el poder de sus propietarios, fueron el mejor lienzo de su prosperidad, aunque no el único. La ciudad que vería nacer al científico Gabriel Daniel Fahrenheit o al filósofo Arthur Schopenhauer -entre otras figuras destacadas- muestra hoy maravillas arquitectónicas como la inconmensurable basílica de Santa María (Bazylika Mariacka), el templo de ladrillo rojizo más grande de Europa y uno de las estructuras más singulares de la ciudad. Su interior, además, guarda un hermoso reloj astronómico de obligada visita gracias al sorpresivo mecanismo que se activa a las 12.00 horas.

La calle Mariacka, considerada la más bonita de la ciudad | J.V.

De los muros de esta iglesia, en dirección hacia el río, surge la calle más bonita de la también capital de la región de Pomerania, la ulica Mariacka, una vía esplendorosa que transporta a otra época gracias a sus restauradas terrazas, sus tiendas dedicadas al ámbar -resina fosilizada de gran valor que encuentra en esta ciudad su capital báltica- o, especialmente, sus canalones de lluvia culminados con gárgolas de perfiladas figuras

Gdansk, no en vano, es considerada la urbe de los ladrillos y de las gárgolas. Sin embargo, también de las puertas. Porque esta calle y el Motlava se unen a través de la rojiza Puerta Mariacka (Brama Mariacka). No es un caso excepcional. Si se gira a la derecha en el paseo junto al río (Długie Pobrzeże) rápidamente aparece la cautivadora Puerta Verde (Zielona Brama), diseñada para los reyes de Polonia.

Tres monumentos identificativos

La emblemática entrada, asimismo, sirve como punto de partida para acceder a otro de los pasajes más característicos de esta perla del norte: el Mercado Largo (Długi Targ), una imprescindible plaza en la que se puede visitar la Casa Señorial de Artus (Dwór Artusa), un imponente edificio blanco construido a mediados del siglo XIV que, tiempo atrás, hacía de punto de encuentro para las cofradías de la ciudad. 

La fuente de Neptuno, con la Casa Señorial de Artus en el fondo | J.V.

A la salida, sin moverse de su puerta y mirando hacia el frente, uno no podrá tampoco dejar de maravillarse ante la Fuente de Neptuno, uno de los tres elementos identificativos de la ciudad junto a la Brama Zuraw -una puerta con una inmensa grúa de madera situada en los márgenes del río que supuso el mecanismo elevador portuario más grande en la Europa medieval- y el Centro Europeo de Solidarność (Europejskie Centrum Solidarności), una edificación representativa de la historia reciente de Polonia a través del sindicato Solidaridad (a la que volveremos más adelante).

Porque en el camino por la ciudad principal -el corazón más vivo de la urbe, donde uno no puede dejar de probar manjares nacionales como los pierogis, acompañados de una buena cerveza artesanal o, para los más valientes, uno de los cócteles con el vodka como protagonista o el licor característico de la ciudad, el Goldwasser- se debe seguir por la calle Larga (ulica Długa), una zona repleta de tiendas y restaurantes en la que visitar el Ayuntamiento -edificio que hoy sirve también como museo- y llegar hasta la Puerta Dorada (Złota Brama), la cual guarda un mensaje en latín simbólico del carácter de la urbe: “La concordia hace prosperar a los estados pequeños, la discordia los arruina”. 

Al otro lado del pórtico, si se opta por viajar cerca de las festividades navideñas -uno de los periodos más especiales junto a la Feria de Santo Domingo, festividad con casi 800 años de historia que se celebra entre finales de julio y principios de agosto-, encontrará un bello mercadito navideño escoltado a un lado por la torre de la prisión. Al otro, se hallará ante la Puerta Alta (Brama Wyżynna), construida a finales del siglo XVI y decorada con tres escudos de armas: el del Reino de Polonia, el de la propia ciudad de Gdansk -dos cruces blancas en un escudo con fondo rojo y una corona, agarrado por dos leones- y el del Reino de Prusia, prueba todos ellos de los continuos cambios de dominio -reyes polacos, caballeros teutónicos, prusianos, periodo como ciudad libre, ocupación nazi, yugo comunista…- que tuvo la ciudad con el paso de los siglos.

El mercadito navideño de Gdansk | J.V.

Del ámbar a la resistencia

Sin embargo, no solo en ladrillos y puertas se esconde la historia de Gdansk. También lo hace, por ejemplo, en su Museo de la Segunda Guerra Mundial o, simbólicamente, en el ámbar, el particular ‘oro’ de la región báltica cuyo comercio llegaba incluso hasta Roma. Desde este año, esta valorada resina encuentra su espacio en un museo situado en un reconstruido molino que, durante la Edad Media, se consideraba el más grande de Europa. 

En su interior, se pueden observar -de manera gratuita como el resto de los principales museos si se ha adquirido la tarjeta de turista- numerosas piezas de orfebrería -incluida una guitarra eléctrica- hechas de manera artesanal, así como aprender de sus usos, que han ido desde la medicina a las cremas. Además, a escasos metros de este edificio, se encuentra también la iglesia de Santa Brígida, la cual atesora un imponente altar de ámbar único en el mundo.

El altar de ámbar de la iglesia de Santa Brígida | J.V.

Tras aprender todo de este tesoro natural, a poco más de diez minutos del museo, es el turno de visitar la mayor joya contemporánea de la ciudad: el Centro Europeo de Solidarność. Situado en los antiguos astilleros de Gdansk, un enclave que durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX representó el punto neurálgico de la protesta y resistencia contra la ocupación soviética de Polonia, este centro respira historia desde su entrada.  

La puerta número dos de los astilleros, coronada con las palabras “Stocznia Gdańska” (Astillero de Gdansk), sirve como bienvenida a un edificio que va más allá de un simple museo. Desde su vestíbulo -donde se puede ver el Premio Princesa de Asturias de la Concordia recibido por la ciudad en 2019- el visitante se adentra en un espacio vivo que recorre el pasado reciente con mimo y esmero, dando el esencial papel protagonista al sindicato Solidaridad -pieza indispensable para alcanzar la democracia postcomunista- y su cara más visible: el expresidente polaco Lech Walesa. 

La puerta de los astilleros de Gdansk, símbolo de la resistencia contra la URSS | J.V.

A lo largo de sus dos plantas, se puede ver a través de sus 1.800 piezas y documentos históricos cómo era la vida del país bajo la órbita de la URSS, con una amplia propaganda que contrastaba con la cruda realidad de la población. Con el paso de las salas, marcadas por una constante interactividad y una apuesta clara por lo visual, la inmersión del visitante no deja de crecer. Con imágenes, objetos de la época o recreaciones se puede ver todo lo que rodeaba la vida de los ciudadanos polacos sin olvidar las protestas que fueron surgiendo en todo el territorio soviético, con especial énfasis en Polonia y la propia Gdansk.

En ese trasfondo, el museo recuerda paso a paso la búsqueda -con Solidaridad como eje vertebrador- de más derechos para la ciudadanía. El momento cumbre para ello, narrado en sus paredes y suelos -tras la mortal protesta de 1970 que encuentra un monumento honorario en los alrededores del recinto-, es la trascendental huelga nacida en los astilleros de Gdansk en julio de 1980, que se extendería por todo el país y que resultaría finalmente exitosa ese agosto. No obstante, como refleja la parte final del centro, aún tendría que pasar casi una década en el país -marcada por la represión militar- para llegar a las primeras elecciones libres en junio de 1989.

Un viaje al pasado medieval

Pero no solo Gdansk resulta atractiva si lo que se busca es una escapada de unos pocos días. A escasos kilómetros, uno puede dar un relajante paseo por el emblemático muelle de madera de la vecina Sopot o visitar el moderno puerto de Gdynia. Sin embargo, si lo que se desea es seguir profundizando en la historia regional, el voivodato de Pomerania ofrece la posibilidad de visitar el campo de concentración de Stutthof -el primero construido durante la ocupación de Polonia por el Tercer Reich, que también puso fin a la Ciudad Libre de Danzig (hoy Gdansk) creada con el Tratado de Versalles- o recorrer otra joya arquitectónica de incalculable valor: el castillo de Malbork

El castillo de Malbork visto desde el otro margen del río | J.V.

Erigido a finales del siglo XIII, esta rojiza fortaleza militar a orillas del río Nogat -la más grande de estas características- fue desde su construcción enclave de máxima importancia para los Caballeros Teutónicos, Orden -en un principio aliada y, desde comienzos del siglo XIV, enemiga de los polacos- que amplió su territorio desde esta zona norteña hasta la actual Estonia. Durante su establecimiento en la zona, el castillo de Malbork -Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1997- actuó como corazón del Estado teutónico. Pese a ello, tras la caída de este en el siglo XVI, también fue una de las residencias de los reyes de Polonia. 

Desde sus imponentes murallas a las numerosas estancias -muchas de ellas restauradas durante el siglo XIX-, la monumental construcción -dividida en tres zonas: baja, media y alta- permite hacer un viaje al pasado, aprendiendo todos los secretos que esta aguarda. De especial interés, entre otros atractivos, son el Palacio del Gran Maestre -situado en la parte media del castillo, donde vivía el líder de la Orden-, el Salón de los Caballeros, el Patio del Castillo Superior o la Iglesia de la Santísima Virgen María, esta última con tesoros como su Puerta Dorada o la Capilla de Santa Ana, lugar en el que se enterraba al Gran Maestre. 

Todas ellas, imprescindibles, serán el mejor broche de oro a un viaje que lleva con sus historias, colores y edificaciones de vuelta a un atrayente pasado, pero sin perder de vista su cautivador presente. Esa es la esencia de una Pomerania en general y una Gdansk en particular que, en constante evolución, mira hacia el futuro.