Nunca nadie decepcionó a tantos en tan poco tiempo. Ese podría ser el epitafio político de J. L. R. Zapatero, al que Dios conceda muchos años de vida, para purgar el daño que ha infligido a un país que no ha hecho nada para merecer un gobernante como él. Que viva, sí, pero que lo haga muy lejos de los centros de decisión que ha desacreditado con su permanente indecisión.

Su paso por La Moncloa ha sido un auténtico compendio ilustrado del mal gobernante. Un verdadero dislate. Alardeó de sacar a las tropas españolas de Iraq y Afganistán, y poco a poco, al relance de un discurso de falso pacifismo, ha convertido dichos países en una sangría para la juventud alistada en el Ejército español. Ha negociado con ETA de la manera más burda y abstrusa, entre mentiras y medias verdades, despreciando a las víctimas y dando lugar a episodios oscuros cuando no siniestros Aventura con la que sólo consiguió que los terroristas le tomaran el pelo, y los ciudadanos se percataran de su petulancia, pareja a su incapacidad negociadora. Para mayor inri, llegó a calificar los asesinatos terroristas como accidentes.

Ha depreciado la justicia hasta extremos nunca vistos, con una política de nombramientos incoherente e insólita, encaminada a ponerla al servicio de sus intereses de partido. Ha malgobernado al socaire de la banca menos solidaria y más usurera. Para que no le hicieran sombra se rodeó de mediocres, que ahora abandonan el barco, como las ratas en los naufragios, dejándolo cada día un poco más sólo. Negó la crisis económica hasta el hundimiento total, y cuando no tuvo más remedio que reconocerla, lo único que se le ocurrió fue reforzar, a costa del contribuyente, las arcas de los banqueros, en cuyo egoísmo y espíritu de usura reside la causa principal de la ruina en que Zapatero nos ha sumergido, con su enciclopédica ignorancia en materia económica y en todas las demás imprescindibles para un gobernante.

Durante su mandarinato, el independentismo ha subido como la espuma. A todos les ha dicho que si a todo, para salir momentáneamente del paso, en las más peliagudas cuestiones de Estado. Ahí esta el Estatuto catalán y su «lo que vosotros atéis en Barcelona, quedará atado en Madrid», frase que gravita en el fondo de la indecisión del Tribunal Constitucional. Su pacto con los representantes del independentismo catalán más irreconciliable con la idea de España consagrada por la Constitución, para poder gobernar tanto en La Moncloa como en la Plaza de Sant Jaume, es un monumento al oportunismo político. Al menos tanto como el del cordobés Montilla y sus socios de gobierno, con la creación de las Veguerías para distraer a los catalanes de sus problemas reales, que son incapaces de resolver. La entrega de Zapatero y sus adláteres al separatismo catalán es un descomunal error, que se contradice con la identidad histórica del Partido Socialista, que jamás tuvo veleidades separatistas debido a su claro concepto de España, como nación única e indivisible.

Zapatero se desmorona como una torre de arena sin cimientos. A estas alturas ya no le quedan más partidarios que los beneficiarios de sus prebendas y sinecuras. Por vueltas que dé «La Noria» y por mucho que le defiendan sus tertulianos de cabecera, hasta lo más conspicuo del PSOE clama por la sustitución cuanto antes del gobernante más incapaz y ridículo que ha padecido el continente europeo. Conclusión a la que se llega sin echar mano de la memoria histórica, utilizada por la impericia política de Zapatero con la finalidad de incitar a los españoles al enfrentamiento. Incluso el respaldo de los que le deben el comedero, suena a forzado y sin convicción. Carente de ideas y preocupado por el fracaso político, que seria ciego si no adivinara en el horizonte, Zapatero se cuece en un constante zigzagueo de palabras huecas y sin contenido La desmoralización crece incluso en su circulo más cercano, puesto que resulta imposible creer en un líder por el que hay que salir a la palestra pública cada día para rectificar lo que ha dicho el día anterior.

Hasta en el extranjero ha acabado por quemar las naves de la simpatía inicial, que suscitaba su ingenuidad y su falso talante. Incluso Obama ha tenido que salir al paso de su penúltima mentira, negando que la visita a España haya existido jamás en su agenda. En tales circunstancias, el mejor favor que puede hacerle Zapatero al país es convocar elecciones generales cuanto antes. A ver si esta vez tenemos suerte, el leonés pasa a engrosar las filas del paro y conseguimos tener un presidente con cara y ojos, ya sea de izquierdas, de derechas o sexador de pollos. Amen.

El puyazo: El predicador. Puede que haya sorprendido la buena fe de algunos, con su homilía bíblica en presencia de Obama y lo más conservador de la sociedad norteamericana. Pero basta una somera lectura del pasaje del Deuteronomio en que basó su prédica, para cerciorarse de que es capaz de mentir hasta con la Biblia en la mano, manipulando su texto para hacer política burda y trapacera con ella. Porque Zapatero tiene derecho a ser agnóstico, ateo o adventista del séptimo día, pero no a falsificar todo lo que toca. En fin, ya conoce Obama un poco mejor a su primo. Como lo conocen los guerristas que piden un Gobierno de salvación con el PP, que libre a España del homiliético personaje, o Barreda, presidente de Castilla-La Mancha, que ha sido capaz de decir alto y claro lo que piensan como él muchos socialistas. Porque dos años más de un presunto gobernante que cuando dice una verdad se sonroja, y que ha conducido España a la bancarrota, generando con su incapacidad política el mayor contingente de parados de la Europa comunitaria, no los resiste ni la tribu más recóndita de África. Y eso, por muchas flores –¡toma civilicundia socialista!– que le eche Botín.