Dos actos valencianos, sintomáticos, en la villa y corte la semana pasada: uno en el Congreso con enfrentamientos entre representantes de nuestras Corts que allí iban a defender (¿en común?) un acuerdo para la reforma de nuestro Estatut; el otro, organizado desde la Generalitat en el Círculo de Bellas Artes pretendiendo trasladar el clamor unánime por una financiación justa con la notable ausencia de quien ostenta el liderazgo de la oposición; certifican que lo valenciano deambula por España nuevamente entre el bochorno y la invisibilidad política. Deriva la nave política valenciana y, con ella, hace agua la Comunitat como entidad política sustantiva. Instalados en la sordera compartida, parece que nuestros políticos tampoco alcancen a tener suficiente altura de miras y sentido de Estado, aunque sea el valenciano, para anteponer a sus cuitas e intereses partidarios, la atención a una sociedad que amenaza con desangrarse entre la falta de liquidez y las querellas intestinas ¿Cómo queremos que nos escuchen si no nos escuchamos entre nosotros mismos? ¿Cómo queremos que nos hagan caso en algo si sólo hacemos ostentación de nuestras diferencias y no respetamos lo que nos une o debiera unirnos? Trasladamos debilidad.

El pentapartito tropieza sin andar. Instalado en una visión, que le es cómoda, de la reciente historia valenciana que hace de la cueva de Ali Babá la maternidad de todo el PP valenciano desde el origen hasta el final de los tiempos, se gusta entre la ocurrencia y la inoperancia. A estas alturas de nuestra democracia, llama la atención en la izquierda su incapacidad para sustraerse al dogmatismo sectario y la moralina recalcitrante. De Compromís cabía esperar que de una vez hubiera abandonando esa perversa distinción entre táctica y estrategia tomando como nutricia sólo la primera, pero tampoco. Es más: las alterna sin orden ni concierto en cuanto la ocasión brinda juego a la emoción. Como quiera que viene enojoso llamar centro a esa política líquida que se adapta a cualquier recipiente ameno al interés del momento y que, por otra parte, circula un PP que a veces parece haber salido del KO técnico de la corrupción algo desnortado y por la puerta derecha; pues resulta que aquí no hay centro o, mejor dicho, lo hay, pero nadie lo ocupa. Puesto a tenerse que oír todos los días a la primera de cambio y a falta de mejor argumento el anatema de partido podrido, el PP valenciano parece que ha optado por abandonar el escenario para ubicarse en el patio de butacas jugando al pim-pam-pum mientras espera plácidamente su momento. Unos por otros, el grueso de la sociedad se siente como€ en otra parte. Sin representación o con unos representantes que se miran más a sí mismos. Y así las cosas, los valencianos permanecemos, más que al pairo, abarloados pero en tensa espera de la próxima inevitable que venga a cumplir, una vez más, con aquella justa queja que Luis Lucia expresó en forma de ley universal: «¡Todo deriva contra nosotros, los valencianos, en la política general de los gobiernos de España!»

Ganan otros. Nada ganamos como valencianos queriendo sumar puntos particulares mediante nuestro concurso, el de unos y otros, al bochorno general. No se puede construir una comunidad política valenciana desde la impostura de reducir 20 ó 25 años de nuestra historia a la sucesión de episodios de corrupción, política antisocial y antivalenciana. Algo bueno se haría, ¿no? No, probablemente, cerrar RTVV para contribuir a nuestra invisibilidad, pero el PP transitó por todas las instituciones del poder valenciano con una normalidad y eficacia que muchos no esperaban. No fueron todos años de invisibilidad ni corrupción. De la otra parte: está bien entonar la palinodia, pero el perdón requiere una disposición a la reparación del daño causado. Si es cierto que mucho ganó la Comunitat Valenciana durante años, también lo es que mucho perdió en pocos y, entre ello, cuestiones tanto o más importantes, incluso, que nuestro poder financiero: nuestra imagen nacional e internacional y nuestra autoestima como pueblo que pretende seguir siéndolo.

El PP debe recuperar el espacio de centro, de un centro valenciano y valencianista. El tripartito, aceptar el derecho a la diferencia. No se puede anatemizar permanentemente cada iniciativa del contrario con el recurso al estigma, sea el del catalanismo o el de la corrupción. Ya está bien de ofrenar con el desdén como contrapartida, pero ya está bien, también de criminalizar y no aunar escribiendo el guión siempre la misma cansina mano. Nuestro futuro, el futuro valenciano, exige altura de miras suficiente para alcanzar y respetar grandes acuerdos institucionales sobre temas estratégicos que no pueden ser objeto de los vaivenes de la lucha partidaria. Los hay de sobra reclamándolo a gritos: una financiación justa; el Corredor Mediterráneo y otras inversiones del Estado; el derecho civil; la preservación del valenciano y la necesaria recuperación de una radio y televisión públicas valencianas; el respeto a nuestros símbolos identitarios y la no instrumentalización de nuestras instituciones; acuerdos básicos para nuestro sistema productivo; para un sistema educativo que prepare para la modernidad; para la mejora de nuestros servicios sociales; para la defensa de nuestros intereses en Europa y tantas cosas más que pudieran conformar una agenda común valenciana.

Ha habido tiempos pasados de fractura e invisibilidad. No conforman un gran hecho, pero, aquí y ahora, invitan a traer al recuerdo aquel inicio de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal, aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una como tragedia y la otra como farsa». Si así ocurre, muchos no lo perdonaremos.