Imagínese que hemos retrocedido en el tiempo y estamos en el Paseo de las Germanías mirando a la Plaza del Rey Don Jaime. La actual Caja de Ahorros era un salón de limpiabotas donde vivía y trabajaba el profesor Cabo, un mutilado de guerra que andaba con elegancia apoyándose en su bastón y acompañado siempre por su perro «Patirás». El profesor Cabo era también mago y actuaba allá donde le llamaban vestido con un elegante frac, sacando palomas y pañuelos de la chistera, mientras los niños le aplaudían maravillados del poder de su varita mágica.

Al lado del salón de limpiabotas abría sus puertas un salón de billares de dudosa fama, envuelto en una atmósfera irrespirable por el humo del tabaco y otras hierbas exóticas. Allí se cruzaban sustanciosas apuestas y el dinero corría como las bolas de billar por el tapete verde.

Sobre el solar del antiguo cine Goya se levantaba la famosa Posada de las Tres Puertas, con entrada también por la calle de la Cruz y la calle Mayor. En la primavera de 1865, las gentes que deambulaban por la plaza vieron llegar un lujoso carruaje tirado por cuatro caballos. En él venía don Mauricio Lombard dispuesto a traer el progreso industrial a nuestra ciudad con su fábrica de seda.

En la plaza, junto a la posada, estaba el Casino Sinibaldista donde se reunían los partidarios de don Sinibaldo Gutiérrez Más, un liberal varias veces diputado a Cortes por el distrito de Gandia. De su agitada vida política y de la de su tío, don Sinibaldo de Más, primer embajador de España ante el emperador de China, entregué al Archivo Municipal de Gandia abundante e interesantísima documentación -que la viuda de don Sinibaldo entregó a mi padre- donde se cuentan las apasionantes aventuras que jalonaron las azarosas vidas de estos dos personajes, dignos de una gran novela.

El lugar ocupado por el antiguo edificio de correos, hoy biblioteca municipal, la Beneficencia, y el viejo juzgado, pertenecían al convento de los franciscanos, ubicado alrededor de la actual Iglesia del Beato.

En los años 1910 a 1914 el Excelentísimo Ayuntamiento instalaba la feria en la plaza del Rey Don Jaime y decoraba un gran salón de las madres franciscanas, con todo lujo de detalles, para recreo de la buena sociedad gandiense. Según palabras de un cronista de la época, «era el punto de reunión de todo lo mas chic. Por la mañana se reunía toda la pollinería indígena y forastera y con el mayor recato, distinción y familiaridad, se celebraban los bailes de rigodón y de lanceros».

Mientras los señoritos bailaban en el salón, el pueblo llano bailaba en la plaza, hasta que llegó la Guerra Incivil. A partir de ese momento, la plaza del Rey Don Jaime se llamó Plaza del Primero de Mayo y la clase obrera, además de ir al paraíso, tuvo acceso al baile en el interior del lujoso pabellón municipal. Pero aquello duró poco, porque el baile de muertos que arrasó España acabó también con el pabellón municipal.

De toda aquella barbarie, el que salió mejor parado fue el profesor Cabo, porque en los años 40-50, en la primera butaca de la última fila de los cines Serrano y Goya, un cartel decía: «Reservado para los caballeros mutilados por la patria». Y allí se sentaba el limpiabotas, orgulloso de haber ganado la guerra.