Un grupo de carlistas, que se encerró la noche del lunes 20 al martes 21 de julio de 1936 en el interior de la Real Capilla de la Virgen de los Desamparados, intentó el primer rescate y salvación de la imagen de la Virgen de los Desamparados, y prepararon un dispositivo que defendiera del asalto, saqueo e incendio el templo.

Hasta entonces habían sido incendiadas las iglesias cercanas de los Santos Juanes y los Padres Dominicos y se preveía que los incendiarios asaltaran la Basílica de la Virgen y la Catedral, por lo que miembros de la Comunión Tradicionalista Carlista, que tenían su sede social y política en la misma plaza de la Virgen, en el palacete hoy propiedad del arquitecto Calatrava, decidieron montar guardia en el interior del templo para defenderlo y evitar su destrucción, sí como el de la venerada imagen.

Este es el testimonio que aporta Sebastián Pérez Simón, hoy de 92 años, quien entonces tenía 15 años y era acólito de la Catedral y fue testigo en primera persona de parte de los hechos ocurrido en aquella aciaga jornada, pues se introdujo en la Capilla de la Virgen y en la Catedral momentos antes que los amotinados penetraran en ellas y las saquearan e incendiaran.

Por aquel entonces, los acólitos de estos templos eran alumnos del Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer. Sebastián, con más edad y experiencia, estaba preocupado de que en el interior hubiese otros colegiales y fue en su busca, sin encontrarles. Recuerda Sebastián Pérez que a esa hora sólo había en la plaza de la Virgen cuatro o cinco guardias civiles a pie, con el mosquetón, en la fachada principal de la Capilla de la Virgen, por toda protección externa.

Estaban todas las puertas cerradas y, como se conocía bien el edificio, acudió a una pequeñita lateral, la de la placita Cors de la Mare de Déu, la que golpeó primero con la mano y luego con una piedra, hasta conseguir hacerse oír por quienes estaban dentro, que le preguntaron varias veces quién era y quería, con el fin de asegurarse de que no eran de los violentos. Abierta la puerta, se encontró con el grupo de carlistas que debatían desvestir la imagen, retirarle corona y nimbo o cualquier aditamento, envolverla y sacarla de la Capilla.

Empieza el tumulto

Era sobre el mediodía cuando se escuchó un fuerte griterío en la plaza, donde se había congregado una multitud cercana al millar de personas que, tomando maderas de los andamiajes levantados para hacer obras exteriores en la Catedral, comenzaron a golpear las puertas de la Capilla de la Virgen con evidente ánimo de derribarlas.

El griterío de la masa hizo que los carlistas desistieran de su empeño y optaran por abandonar el templo, «porque, si no, éstos nos degüellan», recuerda Sebastián Pérez que escuchó decir a uno de ellos. Salieron de estampida por la puertecita citada, la misma que debieron utilizar los incendiarios, «porque las demás puertas no fueron nunca rotas ni quemadas», dice.

Los asaltantes amontonaron bancos, muebles y todo lo que vieron era material combustible, organizando una inmensa fogata en el centro del templo, que, de entrada, ennegreció toda la bóveda de Palomino. Primero ardió la Real Capilla, cuenta Sebastián Pérez, luego incendiaron la Catedral. De lo que pasó posteriormente en la Virgen, el niño Sebastián ya no supo nada, pues los asaltantes al verlo por allí le dieron un cachete y lo enviaron a casa, aunque no hizo caso y se quedó a contemplar lo que ocurría en la fogata de la plaza de la Reina donde quemaban enseres, obras de artes y ornamentos de la Iglesia de San Martín.

No obstante, Sebastián sí que fue testigo de excepción del rescate de la barbarie del Santo Cáliz. Cuando llegó muy temprano a la Catedral, antes de los sucesos relatados de la Capilla de la Virgen vio que estaba los canónigos, todos de paisano, ninguno de ellos con traje talar ni coral, tratando qué hacer, si quedarse o marcharse, al correr peligro su vida.

El deán, don Elías Olmos, cuenta Sebastián Pérez, no quería irse. Intentaron convencerle para que se marchara. Se fueron todos, él se quedó con el sacristán mayor y el niño Sebastián, se empeñó en celebrar Misa en el Altar de la Trinidad, que hubo de interrumpir antes de la consagración, pues estaban golpeando con maderos de las obras exteriores las puertas de la Catedral.

El Santo Cáliz, en un periódico

Antes de irse, pensaron en el Santo Cáliz. Por una puertecilla de la hoy capilla externa de san Vicente, estaban todas cerradas, accedió la mujer que todos los días le llevaba el desayuno y el periódico a don Emilio, era la ama de llaves que le cuidaba en una pensión existente en la calle Avellanas. Con el periódico, un ejemplar de Diario de Valencia, envolvieron el Santo Cáliz y lo sacó por la discreta puertecilla de la Catedral dentro de un capazo de la compra aquella mujer.

Y fue esa misma puerta por la que accedieron los levantiscos, que tomaron todas las alfombras, bancos, armariadas y puertas de la Catedral y organizaron diversas hogueras. Las reliquias se salvaron todas, cuenta Sebastián Pérez, porque estaba bien protegidas tras una puerta del fondo del aula capitular, y el preciado Archivo Histórico de la Catedral se salvó también porque la claraboya de la escalera que da acceso al mismo se rompió y la misma escalera hizo efecto chimenea saliendo humo y fuego en vertical, sin que las llamas destruyeran la valiosísima documentación allí contenida.