La sorprendente e inesperada, por la total falta de referencias históricas y arqueológicas, aparición de un circo romano en Valencia fue uno de los grandes retos de la arqueología valenciana en los años 80 y 90 del siglo pasado. Los expertos tardaron ocho años en dar forma, a partir de las distinta partes del hipódromo halladas en puntos relativamente cercanos como la plaza Nápoles y Sicilia y las calles del Mar y Almirall, al rompecabezas del circo y en confirmar la hipótesis de la existencia del colosal recinto de ocio defendida por el actual jefe del servicio de arqueología, Albert Ribera.

El hallazgo del circo, construcción escasas en su época o al menos con escasas referencias arqueológicas, dejó en evidencia la relevancia de la Valentia romana. Así lo recoge la publicación dedicada circo romano de Valentia editada con motivo de la exposición inaugurada ayer en l'Almoina. En una época donde las inversiones en arqueología brillan por su ausencia, esta exposición rescata del olvido la memoria de del edificio más grande construida por los romanos en Valencia. En la exposición se puede ver la maqueta del circo, de tamaño equivalente a tres campos de fútbol, y recreaciones de cómo fue y dónde estaría en la actualidad de esta imponente construcción. En una de las figuraciones se aprecia la curva de la cabecera del circo con las metas superpuesta sobre la calle de la Paz y con la torre de Santa Catalina al fondo.

En el mundo romano, las carreras de carros de caballos eran un deporte de masas y su papel sería equiparable al fútbol actual. Hacía cuatro equipos, los blancos, los rojos, los azules y los verdes con sus hinchadas. Los jinetes (aurigas) eran objeto de admiración y de fichajes similares a los actuales de grandes futbolistas. El circo romano hacía honor al famoso eslogan romano «panem et circus», es decir, «pan y juegos de circo». En el circo romano se disputaban sobre todo carreras de caballos pero también otros espectáculos de gladiadores y animales salvajes.

En la exposición se muestran las «pocas huellas» visibles del circo que hay en la ciudad y que, tal como informó este diario, están en un restaurante situado en el número 34 de la calle del Mar, en un hotel recientemente inagurado en la calle Almirall número 15, y en la iglesia de San Juan del Hospital, en la calle Trinquete Caballeros, donde se localizó el muro y uno de los estanques de la «spina».

El circo se dividía en tres partes: el gradería perimetral con las doce cárceres (lugar desde el que salían los carros), la arena o pista y la «spina» o muro central de separación en torno a la cual giraban las cuádrigas o bigas. Con un mecanismos sincronizado las doce puertas de las cárceres se abrían a la vez y comenzaba el espectáculo. El graderío tenía una zona vip para personalidades ilustres llamada «pulvinar».

La «spina» era la zona más monumental, sobre la que se instalaban templetes, obeliscos y otros pequeños monumentos, además de estanques. En sus extremos estaban las «metae». Dichos extremos eran de forma circular y sobre ellos se disponían tres monolitos cónicos alargados piezas que en el caso de Valencia se exhiben (al revés) en el hotel citado de la calle Almirall. Sobre la «spina» se colocaban dos aparatos para contar las vueltas con siete delfines alineados que se inclinaban de uno en uno según los carros iban cumpliendo las siete vueltas preceptivas.

La muestra ofrece amplia información mediante paneles, fotografías, videos, simulaciones y varias piezas arqueológicas relacionadas con la actividad en el circo como, los medallones metálicos con que se adornaba a los caballos. A la inauguración han asistido expertos en historia antigua, como la directora del Museo de Prehistoria, Elena Bonet, la directora de Ivacor, Carmen Pérez, el catedrático de Arqueología Pere Pau Ripollés y el historiador e investigador, Josep Vicent Boira.