«La historia del arte ha sido transmitida como si fuese universal cuando, en realidad, dista mucho de serlo. Tardé 21 años en preguntarme dónde estaban las mujeres artistas. Ahora sé que no es que no existan, es que han sido invisibilizadas». Con esta rotundidad se expresa Eugenia Tenenbaum a través de sus redes sociales, una joven historiadora del arte que utiliza las plataformas digitales para divulgar las obras y biografías de las olvidadas.

Creadoras destacadas que contribuyeron a transformar la sociedad en que se integraban a través de sus múltiples obras y discursos, pero apartadas del escenario público y político. Su contenido con perspectiva de género tiene nombre y apellidos. Properzia de Rossi, Aloïse Corbaz, Lee Krasner, Ana Mendieta, Unica Zürn… Mujeres del pasado a las que, como matiza, «debemos nuestro presente».

El discurso unánime y unidireccional que denuncia opera de forma transversal en todas las disciplinas del conocimiento, desde la ciencia hasta el deporte —de marcado carácter androcéntrico—, y se traduce en la infrarrepresentación femenina. Un ostracismo aún más voraz en tanto más se aleja de la hegemonía blanca. «¿Dónde están los referentes femeninos negros, homosexuales y transexuales en los libros de Historia?», plantea.

Anna Lluch se ha convertido en una eminencia en el campo de la investigación oncológica. Germán Caballero

Según el estudio Análisis de la ausencia de las mujeres en los manuales de la ESO: una genealogía de conocimiento ocultada, realizado por Ana López Navajas, investigadora de la Universitat de València (UV), existe un «saber producido por mujeres del que no teníamos memoria».

«Los mecanismos de encubrimiento y desautorización a los que son sometidas las mantienen ocultas. Sin embargo, no existe una historia sin mujeres», expone. En este sentido, el monográfico no solo establece la necesidad de hablar de ellas en la creación de identidades mediante su inclusión en la difusión del conocimiento a través de la educación obligatoria, sino también en la construcción de la denominada «innovación educativa», más solidaria e inclusiva.

Así, las mujeres solo suponen el 12,8 % del material didáctico de la ESO, un porcentaje que disminuye si se hace referencia a su repercusión en el texto, en el que la cifra porcentual se fija en siete puntos. Este patrón, que se repite «siempre» y en todas las asignaturas, tiende a agravarse en función de la progresión de los niveles educativos. Es decir, el aumento de la profundidad de los contenidos implica un injusto detrimento de la presencia de las mujeres en ellos, pasando del 13 % de representación en 1º y 2º de ESO a un 10 % en 3º y 4º del mismo ciclo educativo.

No obstante, la Comunitat Valenciana alberga un gran talento que, tras siglos de invisibilización, por fin se escribe en femenino. Y es que, no se debe olvidar que las calles que vieron crecer a Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés, Rodrigo Borgia o Vicente Blasco Ibáñez fueron las mismas que imprimieron de carácter las carreras y producciones de Isabel de Villena, María Cambrils o Jerónima Galés, entre muchas otras mujeres.

Referentes de ayer y de hoy

Guillermina Medrano, aunque albaceteña de nacimiento, fue la primera concejala del Ayuntamiento de València. Ocupó este cargo en el año 1936 al formar parte de la lista electoral de Izquierda Republicana (IR), el emblemático partido fundado dos años antes por Manuel Azaña, y se mantuvo en él hasta el final de la contienda fratricida. La Guerra Civil, lejos de mitigar su espíritu libertario, sirvió para asentar su ideario.

Así, presidió el Comité Femenino y orientó, sin ser todavía consciente en aquel momento, su futuro y el de todos los niños y niñas amparados por sus acciones. La asistencia social que prestó a estos menores durante el conflicto continuó tras este, pues ya exiliada en Francia fundó su propia escuela. La docencia se convirtió en su gran pasión, una que le llevó a ser distinguida por muchas entidades académicas y sociales, como la Universidad de Harvard, que le otorgó el premio Commencement en el año 1965.

Manuela Ballester perteneció a la Generación Valenciana de los Treinta, abriéndose camino en el mundo de la ilustración editorial gracias al surrealismo de sus obras. Manuela Ballester

La Guerra Civil también atravesó la vida de Manuela Ballester, una prodigiosa pintora valenciana a la que la historia sitúa a la sombra de su marido, el también pintor Josep Renau. No obstante, su cuidada obra pictórica no responde únicamente a su talento en el campo de las artes plásticas, sino también a su exhaustiva formación.

Tras graduarse en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en 1928, inició un peregrinaje que influenció su estilo —el muralismo mexicano, el futurismo o el dadaísmo, entre otros—, vinculando sus creaciones con su arraigada conciencia política, abiertamente republicana.

Referentes del pasado que hallan relevo en el presente, como es el caso de Paula Bonet. Con más de una década de trayectoria profesional dedicada a la ilustración y la escritura, esta artista valenciana profundiza en el dolor y la opresión que sufren las mujeres desde una perspectiva estética. Sus trazos, cómodamente distantes de la técnica, la han convertido en todo un fenómeno para una generación joven, más irreverente e inconformista, que puede transitar a través de ellos espacios no explorados de sí mismas.

Las mujeres tan solo representan el 12,8 % del material didáctico de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO)

Los progresos científicos y médicos también se han acometido gracias a la investigación de mujeres valencianas como Anna Lluch o Manuela Solís. Bajo la estela de la primera de ellas se ha avanzado en la detección y tratamiento del cáncer de mama, mientras que la segunda fue la primera mujer en licenciarse en Medicina de la Universitat de València (UV) en 1889. Hablar de ellas es sinónimo de perseverancia y sororidad, pues sus conocimientos médicos siempre se han orientado al bienestar de las mujeres, tanto desde el punto de vista oncológico como ginecológico y obstétrico. Mujeres a las que el saber abrió una puerta que les permitió erigirse como destacadas profesionales en un mundo predominantemente masculino.

Manuela Solís, destacada ginecóloga, fue la primera mujer en licenciarse en Medicina en la Universitat de València en 1889. Archivo de la Universitat de València (UV)

Un intrépido camino, violento en muchas ocasiones, que emprendió también Carmen Alborch, cuya contribución al feminismo abarca más que una mera descripción. Dejó su localidad natal, Castelló del Rugat, para estudiar Derecho, convirtiéndose años más tarde en la primera mujer decana de dicha facultad. Aunque este no fue el único hito de su carrera, pues fue ministra de Cultura, diputada, senadora y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de València.

El año en que falleció, 2018, se inició su leyenda. Una marcada por su incesante lucha por el reconocimiento de las mujeres en todas las esferas sociales. Así, defendió esta reivindicación hasta su último aliento, pues en su última aparición pública —recepción de la Alta Distinción de la Generalitat Valenciana— esgrimió que «el feminismo debería ser declarado Patrimonio de la Humanidad».

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Hablar de mujeres es hacerlo, también, fuera de la heteronormatividad. Nombres e historias como las de Margarida Borràs o Ama Jazz, junto a su inseparable guitarra eléctrica, allanaron un terreno demasiado arduo todavía para las mujeres transgénero de la Comunitat Valenciana. Ellas son, junto a las miles de mujeres anónimas que se reivindican a sí mismas diariamente, heroínas que han brindado un presente en el que la igualdad tiene, cada vez más, tintes de realidad y no de una ansiada quimera.

La ilustradora valenciana Paula Bonet crea espacios seguros para las mujeres en sus trazos, con marcado carácter feminista. Fernando Bustamante