Catedrático de Geografía Humana y exconseller

Joan Romero: "Ser moderado es la mejor manera de ser radical"

Acaba de llegar a los 70 años, momento en que a los profesores universitarios les sale ‘la hoja roja’, en expresión de Delibes, y reducen la docencia. Fue conseller de Educación y líder (breve) del PSPVal final del siglo pasado. Es sobre todo uno de los intelectuales de referencia en la C. Valenciana.

Joan Romero

Joan Romero / Miguel Ángel Montesinos

Alfons Garcia

Alfons Garcia

«Sapere aude» (atreverse a pensar) dejó escrito en tiza en la pizarra el día que dejó la docencia ordinaria. Precisamente, un libro de Kant (también otro de Giddens, uno de Carles Fenollosa y algunos más) reposa en la mesa de su despacho, el de siempre en la Facultad de Geografía e Historia de València, en la que entró hace 53 años, recién estrenado el edificio. Toda una vida, solo con alguna intermitencia para ser conseller de Educación y descubrir que la vida de partido no le hacía feliz. No es extraña la afirmación en quien «pagaría por dar clases» y la experiencia de transmitir conocimiento (lo sigue haciendo de manera reducida), dice con la pasión del que avista la tierra después de un largo viaje.

Hacía alguna mención en su reciente homenaje por la jubilación a que algo no va bien en la docencia, un lamento que es común en profesores veteranos, a pesar de que los recursos son muchos más que hace 50 años. ¿Qué pasa entonces?

Podría sintetizarlo diciendo que alguna cosa no va bien en la educación secundaria. Hay evidencias de problemas de atención y de gobierno del aula. En muchos institutos el profesor hace de todo menos dar clase. En la universidad tengo una sensación ambivalente. Saben más que nunca, pero se ha banalizado mucho por un problema de recursos la figura del profesor asociado, bien pensada en origen: hemos ido creando una bolsa de profesores improvisados y precarios. Después, la universidad española tiene un problema de proliferación de marcos legislativos, ya no sé ni cómo se llama la actual ley. Las universidades necesitarían además marcos de financiación plurianuales que dieran estabilidad. En esto hemos desandado mucho y hemos vuelto casi a que cada universidad tiene que pedir a la conselleria de turno que le dé dinero para acabar el año.

¿Llega a los 70 años con la sensación de que el mundo de hoy es peor del que vio hace unas décadas?

En absoluto. No tengo ninguna nostalgia. Cualquier indicador es mejor. España se ha incorporado al grupo de países que mejoran. Y la mejora tiene que ver con democracia liberal, calidad institucional y estabilidad política. Sigo pensando que España es el mejor caso de éxito de la Unión Europea a día de hoy. Eso no significa que el 27,7 % de pobreza no sea el reto más importante que tenemos, porque el pilar social es el fundamento de nuestro proyecto. Si lo erosionas, estás abriendo la puerta a escenarios no deseables.

Los datos dicen que la desigualdad ha crecido. ¿El ocaso de la clase media es uno de los rasgos más claros de este tiempo?

Sí. Vamos hacia estructuras que adelgazan en el centro y se ensanchan en la parte de abajo. Cuando esto ocurre, las fracturas sociales devienen en políticas y adelgazan los partidos tradicionales de centroderecha y centroizquierda, y aparecen otros escenarios.

¿Populismo?

Por ejemplo. No hay que olvidarlo. Y frente a ello un reto europeo de primer nivel es cómo reforzamos el pilar social.

¿La democracia liberal, que marcaba como factor de mejora colectiva, la cree en peligro? Hay cada vez más países que se mueven en dinámicas diferentes.

La relación entre la erosión de las capas medias, el incremento de la incertidumbre y la desafección política, la desconfianza en las instituciones y la emergencia de partidos populistas está bien explicada. Occidente no está a salvo. Al contrario. El único camino posible es el reforzamiento del pilar social. Es nuestra bandera como europeos, el elemento que nos define y por lo que la Unión Europea es atractiva. Y no sé si seremos capaces, espero que sí, de reconducir estos procesos de fractura social. Porque la pregunta sería: ¿cuál es el paso cuando las propuestas populistas fracasen?

Homenaje al profesor Joan Romero por su jubilación

J. M. López

¿Tiene respuesta?

La evidencia histórica dice que el populismo funciona en la oposición pero fracasa cuando llega al gobierno. Creo que es mejor quedarse antes y reforzar el pilar social manteniendo lo esencial de nuestra bandera, que es el Estado de bienestar. No digo que sea como en la edad de oro, de 1945 a 1975, porque las condiciones han cambiado. A lo mejor hay aspectos que no pueden seguir teniendo consideración de públicos. A lo mejor hay que cambiar dónde poner las prioridades, si en la parte predistributiva o redistributiva, pero el objetivo no debería perderse.

¿La prueba del lugar hoy de Europa es que la reunión importante para el mundo es la de Joe Biden y Xi Jinping?

Como actor geopolítico, la UE es demasiado vulnerable y subalterna, pero como actor político, que es aquello que nos hace reconocibles, podemos seguir siendo la referencia.

¿Al final, la única verdad del mundo de hoy es el capitalismo?

Antón Costas suele decir que el capitalismo tiene los siglos contados [sonríe]. El modelo de economía social de mercado no es lo mismo que capitalismo. El primero es el que nos hace ser capaces de haber construido la sociedad más decente del planeta.

¿Y cómo es esa sociedad decente?

Democracia es calidad institucional, cumplimiento del Estado de Derecho y la puesta en marcha de políticas públicas donde el Estado tiene un papel nivelador. Eso ha construido sociedades decentes. Nuestro marcador básico sigue siendo: 5,8 / 18 / 50. La primera cifra (5,8) es lo que representa la población europea en el mundo. La segunda (18) es lo que seguimos pesando en términos de PIB. Y 50 es lo que supone el peso del gasto público social en la UE respecto del mundo. Esto es una sociedad decente. Otra cosa es el capitalismo, que tiene muchos rostros. Esto es lo que hay que defender, porque hasta en su momento de mayor declive Europa sigue siendo el lugar más atractivo para vivir.

¿Y ese modelo decente de economía social está en amenaza?

Hay una amenaza para todos los modelos, sin excepción, que son los nuevos imperios del siglo XXI, que no son cartografiables en un mapa, son las grandes plataformas. Y la inteligencia artificial que está vinculada a muchos de ellos. Es un poder que tiene capacidad de alterar incluso el propio sistema democrático. Pueden interferir en lo más íntimo de cada uno de nosotros, modificando nuestro comportamiento. Quiero ver cómo los poderes públicos son capaces de embridar estos nuevos imperios.

¿La otra verdad de este mundo es que no hay verdad al haber cuestionado el concepto de realidad con los hechos alternativos y el auge del relato en política?

En el momento que hay divisiones completas de gente en naves gigantescas que se dedican a fabricar mentiras y entrometerse en la vida de otros países es muy peligroso. Y en paralelo, las grandes plataformas, que se alimentan de nuestros datos, son capaces por la vía de los algoritmos de ir creando silos donde los ciudadanos solo leen y escuchan aquello que les gusta. Vamos hacia la polarización extrema y este tipo de instrumentos la acentúan. En las próximas dos décadas, la inteligencia artificial es el mayor desafío que tiene planteada la civilización.

Un hombre sin país’ (desplazado), de Todorov, dice que es uno de los libros que explica su propia biografía. ¿Ser un hombre sin país es bueno o malo?

Para mí ha sido bueno. Sigue siéndolo. Porque he vivido en un país donde somos de aquí desde el primer día, pero me permite tener una distancia respecto de procesos y mirarlos con un poco de perspectiva.

¿Y cómo mira lo que está pasando en este país que no sé si federal? ¿España ahora es más inacabada, como tituló en 2006 uno de sus libros?

Hemos avanzado mucho en autogobierno, pero menos en gobierno compartido. Inacabada también se refería al gran debate esencialista sobre la idea de España, y ahí estamos exactamente igual, por no decir peor. Pudo haberse producido una subida de escalón interesante con el Estatuto de 2006 de Cataluña. Si una iniciativa política y una sentencia política no lo hubieran malogrado, tal vez España habría tenido un periodo de una veintena larga de años de cierta tranquilidad. En este momento lo veo con preocupación, pero con menos crispación que observo por ahí, porque se está produciendo un diálogo entre las naciones, entre la mayoritaria y dos internas. Es bueno que encuentre vías de acomodo.

Joan Romero durante la entrevista en la Facultad Geografía y Historia

Joan Romero durante la entrevista en la Facultad Geografía y Historia / Miguel Ángel Montesinos

¿No es difícil cuando términos como diálogo y convivencia ya no sirven para una parte?

Yo sigo prefiriendo la vía escocesa a la yugoslava. La de Kosovo no me gusta. Me preocupa la deriva de la versión mayoritaria del nacionalismo español, porque se está escorando hacia posiciones radicales a la derecha. Y me preocupa mucho la deriva de una parte del separatismo catalán, que se aproxima a perfiles de partidos flamencos o belgas, partidos nacionalpopulistas burgueses. Eso reduce el espacio de diálogo. Juan Linz, al que debería leerse más, en 1975 decía que España tal vez sea el caso más difícil de todo Occidente en relación con la coexistencia de lenguas y naciones.

¿Un elemento nuevo de los últimos años es la aparición de la megalópolis Madrid como epicentro de nacionalismo español?

Es anterior. Y no es solo Madrid. Lo sitúo en 1996. Hasta ese periodo, el nacionalismo español de derechas vivió de manera discreta ese sentimiento de pertenencia: todavía tenía un poco de vergüenza del periodo anterior. Esto desaparece en 1996 con Aznar y pone en marcha un mecanismo de recreación de la identidad nacional como proyecto político. No es casual que se encarguen historias sobre la idea de España. Obedece a la creación de un relato. Ya el nacionalismo español pierde los complejos.

¿Dónde cree que podría acabar entonces esta nueva tensión con el soberanismo catalán?

La paradoja puede ser que, pasado un tiempo, la derecha nacionalista se encuentre el camino despejado para formar gobierno con las minorías nacionalistas. La derecha española siempre se ha opuesto a las grandes reformas, pero nunca las ha desandado. En relación con la larga mirada, sería bueno volver a la senda de reformas del Estatuto vasco y catalán acomodados a este nuevo tiempo, porque la reforma estatutaria, además de ser aprobada en las Cortes, te permite votar luego en la comunidad.

¿Cómo se definiría políticamente hoy, a los 70 años? ¿Socialdemócrata?

Como un socialdemócrata moderado. Siempre he pensado que ser moderado es la mejor manera de ser radical. Desde que era joven. Es lo que permite ir haciendo progresos que no tienen vuelta atrás. El radicalismo extremo lo que hace es mantener el statu quo, incluso a veces propiciar el retroceso. Todos mis amigos en la universidad eran comunistas. Yo nunca lo fui. Algo en mi fuero interno decía que no era mi camino. Cuando encontré un embrión de socialdemocracia, enseguida me aproximé a él a través de Ernest Lluch y Alfons Cucó.

¿El paso por la política, visto desde hoy, lo considera un error?

No, se aprende de todo. Mi vida es la docencia y la investigación, pero no hay mejor máster que haber sido conseller de Educación o secretario general técnico del Ministerio de Educación, que prepara los Consejos de Ministros. En el ámbito partidario, aprendí que no me gustaba. Me asomé y vi que no era mi mundo.

¿Es más valioso un intelectual comprometido que un político?

No. Sin partidos políticos no habría democracia. Nunca escuchará de mí criticar a los partidos, porque es un camino muy peligroso, pero yo creo que soy más útil aquí.

Sin redes sociales ni WhatsApp. ¿Es un excluido de la vida moderna por voluntad propia o por miedo?

No. Tal vez por un sexto sentido. Me he dado cuenta de que acerté, porque ahora los gobiernos discuten si a los niños no se les puede dejar hasta los 16 años, si se está modificando la democracia, si los bots están alterando campañas electorales. Es más, cuando se rompa el que tengo, volveré al de llamar y colgar.

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