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Recuerdos de mi infancia

Imagen de archivo de Fontanars dels Alforins. perales iborra

Hace ya algunos años que vivo en Fontanars dels Alforins. Concretamente desde que falleció mi madre en 2005. Aquí he encontrado tranquilidad y buenos amigos. Vivir en el campo es un privilegio. Siempre me ha gustado. De pequeño ya venía con mis padres a la finca. Al principio solo era para pasar los fines de semana. Después las estancias se iban prolongando. Terminaba el colegio el viernes y ya estaba deseando venir. A veces me pelaba las clases para ir a la finca. El problema era cómo llegar. Cómo justificarlo ante el profesor, no lo era tanto. Cogía el autobús de La Concepción en Valencia y me dejaba en Onteniente. Allí me las tenía que ingeniar para que alguien me acompañara hasta Fontanares, que entonces se llamaban así. Ese era el topónimo de la época.

Nunca me aburría cuando estaba en la finca, aunque estuviera solo. En aquella época la distracción era coger la moto. Mi padre me compró una Montesa y luego una Ossa Mick Andrews 350. La Montesa aún la tengo: una cota 49, que fue mi primera moto y con la que aprendí a hacer los primeros caballitos. Solía ir al campo de motocross de Fuset con varios amigos y echábamos unas carreras. También al circo. Pero no al de los payasos y elefantes. Le pusimos ese nombre „no sé muy bien por qué„ a un recinto con cuestas muy empinadas de arena. He vuelto tiempo después y ya no me he atrevido a hacer el mismo recorrido. Cuando no cogía la moto, pillaba la escopeta y me iba a tirar al plato. A los libros, les hacía poco caso, la verdad. Venía un profesor a casa a darme clases de repaso porque raro era el año que no me caía alguna asignatura para septiembre. Mi cuñado Wences también me ponía deberes. Consistían en hacer resúmenes de periódicos.

Han pasado muchos años desde entonces. Me acuerdo cuando abría las ventanas de mi habitación de par en par, encendía el Grunding compacto que tenía en el cuarto y ponía a todo volumen las canciones de Serrat. ¡Que buenos momentos hemos pasado! Mis padres y mis hermanas estaban abajo, en la piscina tomando el baño y con Joan Manuel de música de fondo. !Cambia ya de música, pesado!, decía mi hermana Patricia, algo cansada del noi del Poble-Sec.

Vicente y Virtudes estaban de caseros en la finca. A mí lo que más me gustaba era ir a su casa a comer huevos fritos y patatas. Y, sobre todo, ver a Vicente beber vino del porrón. No le caía ni una gota. Y eso que alargaba el brazo todo lo que daba. Y secarme en el mantel y beber a morro, sin que me dieran un cachete por ello. El agua recuerdo que la sacaban helada. Desde entonces bebo agua fría. No podía faltar el botijo en la mesa. Era un clásico. En el mes de diciembre tenía lugar la matanza del cerdo. Una tradición que se ha perdido. En todas las fincas había matanza. Aquí teníamos dos cerdos. Los traían de una granja de pequeños y los alimentaban hasta engordarlos. Yo entraba a menudo a la porquera a verlos. Recuerdo una especie de pasta blanca, seguramente de trigo, disuelta en agua que le servía de alimentación. Era más barato que darles pienso. Para la matanza venían a casa varias personas. Una de ellas era el matarife, que normalmente era el carnicero. Le acompañaban un par más. Nunca me ha gustado estar presente en el momento en que degüellan al cerdo hasta desangrarlo, pero era un lujo comer luego el embutido. Virtudes y sus hijas, Esther y Nuria, eran unas auténticas maestras haciendo longanizas y morcillas. Aún conservo en la despensa uno de esos molinillos que servía para hacer embutido. Para que no se echara a perder la carne era importante que la luna estuviera en minva. Parece una tontería, pero la luna influye en muchas cosas. En Navidad hacían puchero con la carne y los huesos del cerdo. Y en Nochebuena, el lomo. Los jamones se ponían a curar, rebozados en sal. Había un cuarto habilitado para todo el despiece del cerdo. Todo estaba perfectamente colocado sobre la mesa y los bancos encalados. Todo impoluto. Aún recuerdo su olor. Hoy nadie hace ya la matanza. Otra tradición que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Una pena.

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