Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

memorias de un cincuentón

Dentro de nada cumpliré 57 años. Para ser más exactos el 13 de enero próximo. El tiempo se me ha pasado volando. Conforme he ido cumpliendo años, aún más. De pequeño parecía como si el tiempo se detuviera y no pasara. Recuerdo cuando tenía que ponerme de puntillas para llegar a la mirilla de la puerta de casa de mis padres con el pijama y las zapatillas puestas y apenas divisaba quien estaba al otro lado. Esa imagen no se me borrará nunca de la retina. Permanecerá indeleble.

En el colegio nos pesaban y nos medían para ver nuestra evolución. A mí me bastaba la mirilla que había en casa para saber si había crecido o no. Ése era el baremo mío de medir, que nunca fallaba.

En aquella época, que era un mocoso, mi obsesión era cumplir la mayoría de edad, lo más rápido posible para sacarme el carné de conducir. El primer viaje que hice fue a Andorra con dos amigos, Paco y Gonzalo. Entonces compartía coche con mi hermana Beatriz, un R-5 GTL de color amarillo que mi padre nos regaló. Aún recuerdo la matrícula: V-8181-AV. En Andorra compramos de todo: vaqueros, chocolate, perfumes, cremas, zapatos Sebago, que valían una pasta aquí... Hasta un radio cassette de la marca Clarion, que entonces era de lo mejorcito que había en sonido. Lo llevaba mi cuñado Wences en el coche, así que tenía que ser bueno de narices. , Pero nos lo requisaron en la frontera, aunque luego lo pudimos recuperar pagando las tasas y la multa correspondiente por no haberlo declarado, como un montón de cosas más. Me duró poco la alegría porque poco tiempo después se lo robaron a mi hermana del coche. Mme salió bastante más caro habérmelo comprado allí.

Decir que no me arrepiento de nada de lo que he hecho sería una banalidad por mi parte. Claro que me arrepiento de muchas cosas. Pobre de quién no lo haga. Lo bueno es que he aprendido de alguna de ellas para no caer en los mismos errores. Al menos, eso creo. De otras, no aprendí nunca y sigo equivocándome cada día que pasa. Me acuerdo mucho de mis padres y de lo afortunado que he sido por tener la familia que tengo. Siempre me he sentido querido y arropado por todos. He sido y sigo siendo un afortunado en todos los aspectos y cada día doy gracias por la suerte que he tenido.

Tuve una infancia maravillosa. Fui un niño muy feliz; eso sí, tremendamente mimado y consentido, sobre todo por mi madre. Si no me salía con la mía era inaguantable. Me daban rabietas y me tiraba al suelo como si sufriera espasmos. Mi padre ponía el contrapunto. Mejor que fuera así, alguien tenía que hacerlo. Con el tiempo he aprendido a valorar más las cosas. A ser más humilde, mejor persona y a querer a las personas por lo que son y no por lo que tienen. Odio la soberbia y la prepotencia de aquellos que te miran por encima del hombro.

Mi afición por el cine se la debo a mi tío José Luis, « Pepín», como cariñosamente le llamábamos. Cuando mi madre ya no me aguantaba más en casa me mandaba al cine con mi tío, que nunca ponía reparos con tal de contentar a mi madre. Al que más solíamos ir era al cine Lauria, que estaba al lado de casa. Recuerdo perfectamente el sonido de las campanas antes del inicio de la película. Suena igual que el reloj de mis abuelos que tengo en casa. Las cortinas eran de color azul. Los techos muy altos y una pantalla inmensa. De Cantinflas creo que me he visto toda su filmografía y alguna hasta dos veces. También íbamos al Metropol, y sus sesiones dobles. Poco a poco fue mejorando mi interés por el buen cine. Si por bueno se entiende las películas de Fernando Esteso, Andrés Pajares y Álvaro Vitali. Imprescindibles en aquella época. Como lo era cruzar la frontera e ir a ver alguna película porno a Francia. Aquí estaban prohibidas: hasta que no llegó la época del destape y las películas "S". [continuará]

Compartir el artículo

stats