Después de haberse pasado dos años a la sombra, las huestes morocristianas han salido esta tarde de su escondrijo para volver a adueñarse de las calles de Ontinyent en una Entrada más apoteósica y emocionante de lo habitual que reúne a cerca de 15.000 participantes y 39 bandas de música y que no se ha detenido en ningún momento pese a las precipitaciones intermitentes. 

El reloj rozaba las 19.30 horas y las predicciones de lluvia se equivocaban en ese momento cuando la capitana cristiana, la «llauradora» Reis Alborch, hacía su aparición estelar por la Avenida Daniel Gil en lo alto de una vistosa carroza que representaba el ciclo de la vida, ataviada con una señorial indumentaria confeccionada por el diseñador Francis Montesinos y portando una gran reproducción de la cruz procesional gótica de Ontinyent realizada originalmente en 1392 y desaparecida a principios de la Guerra Civi. Una joya artística y patrimonial de la ciudad cuya réplica fue obra del diseñador joyero ontinyentí Sergio Adrià. Alborch iba escoltada por una vasta formación de 30 paladines con las hoces en alto.

A continuación se ha vivido otro hecho inédito en las fiestas: por primera vez, las las bandas locales de la Soiedad Unió Artística Musical y de la AgrupaciónMusical de Ontinyent han participado conjuntamente una Entrada fusionadas en una única formación.

Bailarines del Ballet Master de Ontinyent. Perales Iborra

Nada más terminar el desfile la capitanía, el viento y la lluvia han hecho acto de aparición, las tribunas abarrotadas de gente se han vaciado por momentos y los paraguas han comenzado a proliferar en el recorrido. 

El desfile de los Llauradors ha explorado las raíces ancestrales de la localidad y los simbolismos que conforman la identidad del pueblo a través de un «boato» dividido en cuatro bloques: la semilla, el cultivo, las creencias y el fruto. La Creu Caputxins ha abierto el paso de la comparsa al filo de las siete menos de la cuarto de la tarde mientras sus componentes regalaban  juegos tradicionales y populares elaborados por el propio colectivo al público. 45 bailarines de Ballet Máster han deslumbrado a los asistentes con unas danzas que transportaban a tiempos remotos. 

En la escenografía no podían faltar animales, garbas de paja, carros, «forques», «garbells», «aixavegons», que forman parte del imaginario agrícola. A bordo de un carro, el «cantaor» Josep Aparicio ha entonado el Cant de Batre y el histórico Cant de Llaurança, acompañado por el llaurador más veterano de la comparsa, José Sais «Camila» en activo desde 1957. Les seguían unas parejas «bien mudadas, de día de fiesta mayor» que envolvían a los bailadores del Grup deDanses D’Ontinyent y que han recreado el Ball dels Tornejants d’Ontinyent, baile tradicional del que solo queda constancia en pocos escritos y en el que participaron «llauradors» reconocidos de finales del siglo XIX y primeros del XX. 

Dentro de la capitanía cristiana, 36 bailarinas de Ballet Ópera han reconstruido la historia de La diosa de la luna, que representan las etapas de a mujer, la joven, la madre y la madura, en un guiño a la influencia de las fases lunares en la agricultura y las cosechas.