LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Orina donde toca

Mar Vicent

Mar Vicent

Hay conflictos de convivencia que parecen anecdóticos, pero no lo son. Desde el vecino asilvestrado que fuma puros en el ascensor hasta la que aparca ocupando dos plazas y media. Son incómodos problemas que hacen antipática la convivencia humana. Y que a veces se pueden solucionar con imaginación. Algunos, de vez en cuando y si la sangre no llega al río, son susceptibles de tratarse desde la óptica del humor que tampoco hace falta ser tan trascendentales todo el rato.

La cosa es que el tan elogiado como abandonado casco histórico de Xàtiva, sobre el que hay coincidencia universal en que debe configurarse como un punto de atracción innegable para el turisteo, huele mal. En sentido literal. Y por una vez, es evidente que no es la población canina la culpable, sino la de dos patas.

Al albergar también la zona de copas y otras distracciones de la ciudad, ya eran conocidas las quejas de los residentes por los problemas de ruidos y algarabías, resultantes del estilo de diversión de este país, que no sabe expansionarse si no es a grito pelado y con la música a los máximos decibelios soportables por el oído humano.

Ahora se abre un nuevo flanco a cuenta de las denuncias formales de los dueños de comercios y locales de la zona por los antihigiénicos hábitos fisiológicos de algunos que convierten la zona en un urinario. Serán aguas menores, pero no es una cuestión menor, viendo la indignación de los comerciantes que claman y con razón por ofrecer una imagen tan desalentadora para la clientela teniendo, además, que hacerse cargo de gastos de limpieza y desinfección.

Es evidente que no se contribuye demasiado al fomento turístico de la zona permitiendo que los abundantes y desagradables restos de las juergas y francachelas queden expuestas a la vista de esos turistas que tanto se han de mimar para que vuelvan y gasten.

No es un asunto local. Sucede en todas las zonas de fiesta y desparrame como si la alegría y el bullicio dieran carta blanca para saltarse las normas de convivencia y a pesar de que la mayoría de las ordenanzas municipales recogen prohibiciones y normas que no prescriben cuando se está de juerga.

De hecho, las medidas sancionadoras son duras en sitios como Madrid o Barcelona donde la renuncia a dar uso a los WC puede suponer multas de 750 euros como mínimo. Originales los navarros, que durante los últimos San Fermines utilizaron en Pamplona un repelente para la orina que conseguía que la micción rebotara contra la fachada, salpicando los pantalones y el calzado del incontinente. Donde las dan, las toman, debe ser la filosofía. En Écija, apuestan por la vía de la tecnología, con drones que graban a los meones en plena faena.

En Xàtiva, respondiendo a las quejas, han hecho otra propuesta también imaginativa que, por lo que ha trascendido, consiste en instalar unos sensores que al detectar movimientos inesperados en zonas oscuras, encenderán un potente foco que iluminará de pleno a los vándalos en plena hazaña delictiva. A más de uno se le cortará en seco su iniciación como delincuente urbano, aunque lo sea en pequeña escala. Y habrá escenas, rostros y reacciones que desgraciadamente no quedarán grabadas, pero facilitarían un archivo de imágenes con bastante vis cómica. Solo hay que usar la imaginación.

En cualquier caso, son actitudes incívicas que pueden y deben ser combatidas no solo desde la penalización sino también garantizando que los locales ofrecen aseos públicos en condiciones que, en caso de ser insuficientes, podrían ser complementados con instalaciones municipales al uso como han hecho en Barcelona.

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