Crónica

Los Planetas y James deslumbran en el Deleste

James en el Deleste Festival 2024

James en el Deleste Festival 2024 / Susana Godoy

Fernando Soriano

Fernando Soriano

A diferencia de otros festivales de música de medio y gran tamaño que se hacen en València, en los que los carteles son repetitivos e intercambiables, el Deleste Festival volvió a apostar por las propuestas sonoras arriesgadas y de calidad, con personalidades muy diferenciadas y una clara vocación internacional, combinando la presencia de frescas carreras incipientes con bandas de nombres legendarios. En su edición celebrada este fin de semana, el mecanismo de enganche con el público estaba más que cantado. Los británicos James, que a lo largo de las décadas han mantenido una extraña pero maravillosa relación a distancia con nuestra ciudad, presentaban disco nuevo. Los Planetas, por su parte, están inmersos en una gira con la que celebran el 30 aniversario de su debut, “Super 8”.

El Deleste siempre vale la pena, y no solamente por el tirón más o menos nostálgico de sus cabezas de cartel. La estupenda organización convierte el entorno de los Jardines de Viveros en una bombonera, con sitio y servicios para todos, donde las horas vuelan en compañía de un público de cierta edad que acude allí por y para la música. Así, lo normal es ver al personal de cara al escenario, con una actitud respetuosa pero sin renunciar al jolgorio inherente a estas situaciones. Y eso se agradece, porque ayuda a redondear la experiencia, eso que ahora está tan de moda.

El público disfruta de una de las actuaciones del Deleste 2024.

El público disfruta de una de las actuaciones del Deleste 2024. / Susana Godoy

Viernes: va por barrios

Las propuestas, que por la naturaleza y filosofía del festival navegan por el océano estético del rock y el pop de marcado carácter indie o alternativo e influencia anglosajona, son muy variadas. Y como para gustos, los colores, cada uno tendrá su propia opinión al respecto. Dicho esto, entiendan que siendo un adicto a la melodía y a los estribillos la actuación de Gazella no conectara conmigo. El ruido, los ambientes, las texturas y otras variables de la exploración sónica de vanguardia no me atraen si detrás no hay una canción. Y debajo de todas aquellas capas de distorsión no me pareció advertirlas. Banda más de estudio que de directo, y más de sala que de exterior, remató aquella celebración de caos controlado e incertidumbre melódica con “Te estoy amando locamente” de Las Grecas, en una maniobra que me recordó a aquello que hacía El Chaval de la Peca, pero con hechuras de shoegaze psicodélico.

El aire libre tampoco favoreció a Triángulo de Amor Bizarro, que no hace ni cuatro meses se marcaron una actuación demoledora en nuestra ciudad. Venían a freírnos el cerebro a base de una maraña agresiva y contundente que se acabó haciendo bola, difuminando sus cáusticos mensajes. Una pena, porque les sobran tablas y atrevimiento, como demostraron en un formato de trío que lo mismo iba sin bajo o sin guitarra, que con dos bajos difíciles de descifrar. Por su parte, los Biznaga ejecutaron un show sólido, sencillo y potente en clave de punk-rock clásico. Su combinación de Telecaster y Les Paul remitían irremediablemente a The Clash. Hasta las posturas y los gestos que adoptaron sobre un escenario que pareció pertenecerles en todo momento recordaban a la banda londinense. Sonaron mejor que sus predecesores, contenidos, precisos, melódica y rítmicamente más que solventes, vomitando sus mensajes repletos de inteligente mala baba.

La primera jornada se cerró con la actuación de Editors, grupo británico por encima de la media que tintó de rojo y negro la noche con un sonido oscuro y afilado, heredero del afterpunk canónico vía Joy Division, Echo and The Bunnymen y Peter Murphy. Oigan, otra raza de músicos. Aspiraban a la perfección en todo lo que hicieron desde el primer acorde. Bailables, inquietantes, con una gravedad natural que se agrandaba en su ceremonial híper rítmico y tenebrista. Un show estudiado al milímetro en el que la luminotecnia jugó un papel fundamental. Impecables.

O eso pensaba yo hasta que me dio por comparar mi parecer con el de algunos de los asistentes que, allí mismo o a través de las redes sociales, se quejaban furiosamente del sonido, del volumen y del cristo que lo fundó, haciendo una enmienda a la totalidad y tildando aquello de desastre absoluto. Yo qué sé. Personas más entendidas que yo, que tampoco es que sea fan de los susodichos, me explicaron que el sonido había sido plano y carente de brillo, sin potencia ni profundidad. Inexpresivo. Imagino que iría por barrios.

Editors

Editors / Susana Godoy

Sábado: aquella "conjura" de 1990

En la segunda jornada, todo olía a James. Camisetas con las icónicas margaritas recorrían la ciudad, desde el Carmen hasta la Malvarrosa. Calles, terrazas, playas y comedores clamaban por una actuación de esas que justifican un abono, cuando no media vida. La emoción se palpaba en el ambiente. Conforme se acercaba la noche, se alisaban las arrugas en las caras y crecía el pelo en las coronillas de los cincuentones llegados de lugares geográficamente muy diferentes, pero con un mismo origen sentimental: aquella fiesta de La Conjura de las Danzas en diciembre de 1990.

Los nueve músicos, capitaneados por Tim Booth, se presentaron ante su parroquia para tocar esa pop dulce y delicado, pero también intenso y potente, que ha mantenido su nombre en lo más alto de los estándares de calidad durante casi cuatro décadas, que se dice pronto. Buscando en todo momento la fidelidad a sus canciones originales y en un alarde de control y dominio absoluto sobre su avasallador catálogo, La Anguila, con sus característicos movimientos y su poderosa sensibilidad, se hizo el amo del cotarro desde el minuto uno.

Pese al volumen un pelín bajo por imperativo legal y un sonido algo empobrecido y rebelde, contra el que lucharon a brazo partido los esforzados ingenieros de sonido y los técnicos de escenario, aquello supo a gloria. La peña coreó, cantó y dio palmas en un estado próximo a la felicidad absoluta. Diríase que el personal propulsaba por momentos la voz del ídolo carismático, semi enterrada entre las percusiones y los teclados predominantes. Salpicando la presentación de su último trabajo con algunos pelotazos clásicos, la cosa fue mejorando hasta alcanzar la apoteosis final de “Come Home”, con parte del público subiendo al tablado para menear el bullarengue junto a una banda que derrochó clase y oficio.

Horas antes, The K’s ofrecieron su pop rock típicamente británico. Nervio y tensión para arropar sus bonitas melodías, voces resultonas, frescura, tradición y apariencia molona y desenfadada. En cambio, no me gustó la mezcla de punk y hip-hop de Sleaford Mods, me cansa esa matraca y no hablo tanto inglés como para enterarme de todo eso tan interesante que explican. También les digo que era imposible no prestarles atención, con esas luces y esas bases electrónicas tan machaconas, pero yo a la tercera canción ya tenía suficiente y preferí disfrutar de la agradable zona de relax y restauración.

Sleafords Mods

Sleafords Mods / Susana Godoy

Domingo: el principio de todo

Y finalmente, el principio de todo. El disco que cambió la manera de hacer rock en este país y, de paso, la vida de muchos adolescentes. El domingo, y como colofón a esta edición del festival, Los Planetas tocaron íntegramente “Super 8” en una conmovedora actuación que mantuvo a los asistentes en trance de principio a fin. En un ambiente de hermandad y buen rollo generalizado, los granadinos dispararon sus canciones al centro del corazón de la entregada audiencia con certera puntería emocional.

El respetable se deshizo en besos, abrazos y lágrimas mientras cantaban todas las coplas como en un masivo karaoke. De hecho, las letras iban saliendo por la pantalla gigante que presidía el escenario, pero maldita la falta que hicieron. Ya están grabadas a fuego en el alma de, al menos, dos generaciones de españoles que han crecido con la banda y que disfrutaron de un estupendo y dignísimo viaje en el tiempo. Y ellos, al menos Floren y Jota, únicos supervivientes originales del invento, felices. Y que nos duren muchos años más. Y nosotros, que los podamos volver a ver en otro Deleste.

Los Planeta

Los Planetas / Susana Godoy