Dos proezas de Román y Cayetano

El valenciano de Benimaclet pudo salir por la puerta grande tras lidiar el mejor lote de Montalvo con dos faenas firmes y entregadas en las que se mostró maduro - El torero mediático convence en València y pasea una merecida oreja

Jaime Roch

Jaime Roch

Por muchas cortinas de humo que se tiendan y por muchos fariseos con la ropa rasgada que intenten interponerse en el camino negando la evidencia, el toreo florece siempre. Absolutamente siempre. Como la vida. Por mucho que algunos esparzan veneno, el río del toreo, como también ocurre en esta vocación igualmente apasionada llamada periodismo, se abre paso por encima de tanta cizaña y mezquindad.

En silencio, la verdad siempre se despliega con toda su amplitud mientras tanto las fumarolas podridas se resquebrajan levemente en el ambiente. Porque las palabras falsas siempre caen como escorias en una oscura sima.

La pureza, esa que nos enamoró definitivamente del toreo, tiene una carnalidad única y un fulgor demasiadas veces soterrado que le otorga poder y la hace invencible.

Y eso es lo que ocurrió ayer. En el palco de prensa, desde donde un servidor se volvió a sentar para escribir en contra de la voluntad de algunos, y en el ruedo, donde se jugaron la vida libremente los tres toreros.

La tarde fue una típica tarde de Feria de Fallas, con más de media entrada en los tendidos. Y eso que era la primera corrida del ciclo. Como resumen de ella, habría que decir que Cayetano sí que justificó de manera sobrada su presencia en el ciclo y recibió el cariño de los valencianos; Román pudo salir por la puerta grande con el mejor lote de la corrida y también cabría destacar el compromiso cabal de Ginés Marín con los garbanzos negros del envío de Montalvo.

El que hizo quinto de la tarde, de nombre «Ojovivo» y con 615 kilos, prendió la mecha de las Fallas. Fue un toro que tardará en ser olvidado esta feria por su gran condición: la bravura. El animal lo cantó en el peto del jaco que montó Santiago Morales, el gran «Chocolate». Hasta allí se arrancó con alegría al galope en dos buenos puyazos. En la muleta de Román, el ejemplar de Montalvo embistió por abajo, con codicia, transmisión y recorrido. Y se arrancó con prontitud cuando el torero valenciano le presentó la muleta planchada. La embestida también atesoraba esa seriedad de los cinqueños.

Así ha sido la primera corrida de toros de la Feria de Fallas

Así ha sido la primera corrida de toros de la Feria de Fallas / Fotos: Eduardo Ripoll

Él se jugó la vida a tumba abierta, exigiendo al toro, que respondió con la misma entrega. Tras brindar al público, realizó un explosivo inicio de rodillas en el que fue volteado sin consecuencias cuando quiso cambiarlo por la espalda. Con descaro, Román se echó la muleta a la derecha y de nuevo firmó muletazos asentados, con largura y emoción. Transmitía el toro y también el torero en otra buena tanda de derechazos. Pero, tras cuatro series, cogió la izquierda y el toro se apagó. Quizá, la pólvora se consumió demasiado pronto. No utilizó bien los aceros y del todo se pasó a la nada.

En su primero, el valenciano también toreó bien, libre, desencadenado. Porque no fue nada fácil su oponente. Sobre todo, por el gran ritmo de su embestida y la falta de fuerzas que tenía. El temple que imprimía en cada una de las tandas fue clave para ligar muletazos largos y profundos. Un gran pase de pecho lentísimo y hondo quedó grabado a fuego en la memoria de todos. Dejó una buena estocada, que requirió de un golpe de descabello, y paseó una oreja merecida.

Cayetano también paseó un trofeo del que hizo cuarto, un toro alto, corpulento y feo. Empezó de rodillas en sombra con esa raza característica de los Rivera. Ahí estuvo la clave de la faena porque le pudo en un derechazo larguísimo y el toro pareció que en ese instante se entregó y empezó a humillar y a desplazarse en las telas. El coso rugió tras ese prólogo. Al natural se encajó y dejó láminas de bella factura. Un final de faena con pases de pecho mirando al tendido puso de pie a parte de la plaza. Pese a su limitada técnica, aprovechó la condición del burel y paseó la oreja entre el clamor del público, que le pidió hasta las dos. En su primero anduvo medroso.  

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