Son las 8.45 de la mañana y, aunque faltan quince minutos para que abra la tienda Confecciones Llorca, media docena de personas ya hacen cola a la puertas de este establecimiento de indumentaria valenciana situado detrás de las torres de Quart. A las nueve y media, la cola ya sale hasta la calle. Más de veinte personas se agolpan en el estrecho pasillo del comercio aguardando a que las atiendan. Su espera, hasta que acabe la compra, se alargará una hora. Mientras, los empleados se piden unos a otros blusones, chalecos, fajas, saragüells o pantalones de torrentí. Parecen los camareros de un bar que en hora punta cantan las tapas de los clientes a la cocina. El propietario no tiene ni tiempo ni ganas de atender al periodista. «Ya nos conocen demasiado, no hace falta que nos promocionen más», zanja. ¿El secreto? «Aquí siempre está más barato que en otras tiendas», responde Milagros Gallego, la clienta que aguarda en el puesto número 12 de la cola y que ha venido a comprarle una faixa a su nieto de seis meses.

La caza del producto barato como el que ofrece Llorca con su venta intensiva —más requerida este año que en otras ocasiones— es uno de los múltiples efectos que ha tenido la crisis en la vestimenta de estas Fallas. Parece lógico. Pero más sorprendente es el éxito que han registrado las tiendas especializadas en el alquiler de trajes para falleros.

En la tienda de indumentaria regional Pinazo, fundada por su bisabuelo en 1876, Pepe Pinazo da, literalmente, «gracias a la crisis». «Empezamos el año con más de 300 vestidos para fallera y sólo nos quedan tres. El resto lo hemos alquilado todo. Más que nunca», asegura. El sistema de alquiler es muy curioso. Se hace un traje a medida y la fallera paga 500 euros por disfrutarlo de octubre hasta el 1 de abril. Lo estrena ella. Si es el segundo año del traje, el alquiler cuesta 400 euros. Y si es el tercer año, vale 360 euros. El alquiler es con opción a compra: es decir, si a la fallera le gusta, pasadas las Fallas paga la diferencia y se lo queda en propiedad. Pero si en tres años el traje se ha alquilado y nadie lo ha comprado, sale a la venta con 400 euros para no acabar colapsando el almacén.

«Mucha fallera mayor —explica Pepe Pinazo— ha preferido este año alquilarnos los trajes. Antes eran reacias a esto, pero el bolsillo es el que es y no se puede estirar más. Y si un traje les cuesta unos 2.500 euros, aquí pueden alquilar los cuatro o cinco que les hacen falta por ese mismo dinero». El traje fallero básico cuesta 70 euros de alquilar, y el de torrentí puede salir por 150 euros, indica Pepe Pinazo. «Alguna cosa tiene que ir bien con la crisis…», remata con una sonrisa.

El mismo boom ha vivido la tienda de alquiler de indumentaria valenciana Dedal. «Hemos tenido más demanda que ningún año, pues lo tenemos todo alquilado desde antes de Navidad y sólo nos queda un traje de señora de la talla 50», cuenta María José Cañada, la dueña. Ellos los alquilan a 300 euros, más 125 euros por los aderezos, la peineta, las mantillas.

Cambio de puntillas y como nuevo

Otro de los efectos de la crisis en la indumentaria de la fiesta se comprueba en una tienda de solera como Almacenes España, fundada en 1948 y abierta al público cerca de la Plaza del Ayuntamiento. «La gente, en lugar de cambiarse o renovarse el traje, ahora lo recicla y le cambia las puntillas o se cambia el cuerpo y mantiene la falda. Los hombres cambian la faja y el resto siguen aprovechándolo», explica Ramón Aguas, copropietario del establecimiento junto con su hermana María José.

Aquí, un traje normal de valenciana ronda los 1.500 euros. Una vestimenta de saragüells para hombre se mueve en torno a los 250 euros. Más de cuarenta personas miran telas y complementos en el interior mientras unas diez mujeres se agolpan en el escaparate discutiendo precios hasta que una de ellas exclama: «Bo, xiques, com que no anem a comprar res, anem-nos-en!». Viva estampa de la crisis.

Otra cara del mundo de la indumentaria fallera se comprueba en la planta alta de la tienda Albaes. El ambiente transpira calidad. Su dueño, Javier Niclós, señala el traje que tiene expuesto en su despacho. Es un espolín y cuesta 19.000 euros, como un coche de gama media bien equipado. El espolín, dicen los entendidos, es un tejido de seda elaborado manualmente en un telar de madera. Una exclusividad artesanal alejada de las colas imparables de Llorca. «Un traje de éstos se vende cuando se vende, y más con la crisis. Hace unos años gastar estaba bien visto, pero ahora no», explica Javier.

Obviamente, estos lujos son la anécdota y el alimento diario lo proporcionan los trajes más habituales: los de valenciana a 1.000 euros y los de fallero a 300. Precios, pues, hay para todos los gustos. Y complementos también. Cuenta que este año la pieza de moda es el peinador, una prenda para cubrirse los hombros de principios de siglo XX que ha sido recuperada. También está aumentando la recuperación de los trajes de valenciana de las abuelas para las nietas, ajustándoles el vuelo y el largo. Y para ahorrar, la típica abuela que le compraba el traje entero al nieto recién nacido, ahora se conforma con adquirir un humilde blusón.

Fundada en 1920, Albaes creció en una época en la que «no habían más que cuatro o cinco tiendas» de indumentaria tradicional en Valencia. «Nosotros, que somos fabricantes, ya servimos a 250 clientes, y eso que no vendemos a todos», añade. Es evidente que hay negocio. De un carácter estacional, como el del juguete, pero hay suculento negocio. Y el repertorio es cada vez más variado: la tienda Albaes tiene hasta 2.000 productos distintos de indumentaria tradicional.

Prima la confección artesanal, pues el made in China aún no ha desembarcado en este sector. Pero ojo: basta asomarse a un bazar chino y mirar uno de sus blusones falleros para que el infatigable dueño te persuada de que sólo vale 6,5 euros —una tercera parte de lo que cuesta el blusón básico de cualquier tienda— y te dé prisas para comprarlo porque se acaban. Otra secuela de la crisis.