Con 308 votos a favor, 18 en contra y cuatro abtenciones, la asamblea de presidentes dio, hace ahora un año, un paso que marcó la recuperación de la fiesta: celebrar en septiembre de 2021 la edición aplazada de las Fallas 2020. Lo hizo en una reunión en la que estuvo presente el alcalde Joan Ribó, aunque no alguna autoridad sanitaria que sirviera de aval consultivo.

El formato de estas atípicas Fallas se tenía que amoldar a la situación sanitaria que hubiera cuatro meses después, pero en la misma se garantizaba por lo menos los elementos esenciales: plantar y premiar las Fallas y celebrar la Ofrenda. Todo ello apoyado en que había empezado el proceso de vacunación y que, con meses por delante, se llegaría a esas fechas con un nivel de inmunidad importante.

La decisión estaba tomada de antemano, porque desde la Interagrupación ya se elaboraba un plan estratégico de actuación en consonancia con lo que se hacía en la Mesa de Seguimiento. A pesar de lo cual, las reticencias y las dudas no se disiparían más que con el paso del tiempo. Apenas dos semanas después de la histórica cita, la asamblea ordinaria mostraba que los responsables de las comisiones seguían teniendo un mar de dudas, que verdaderamente no se esclarecieron hasta la aparición del Bando de Fallas.

La consecuencia de aquella aprobación están frescos en la memoria: las Fallas de Septiembre se celebraron, que era lo importante, con un formato reducido de actividad. No hubo verbenas nocturnas, condicionadas por el toque de queda, y la pirotecnia se disparó descentralizada.

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Las imágenes más espectaculares de las nueve fallas de Especial

Pero las Fallas estuvieron en la calle (más tiempo que nunca, porque empezaron a salir de Feria València y talleres con mucha antelación), aguantaron la apocalíptica tromba de agua de la noche de la "plantà" dejando algunas heridas en el camino, se premiaron, se entregaron los premios -en una insoportable jornada de calor-; la Ofrenda se celebró incluyendo una sesión matinal que finalmente no se quedó como norma y ese toque de queda obligó a adelantar la "cremà" a un horario más temprano que el tiempo ha demostrado que es mucho más racional.

No todas las fallas se plantaron. Unas pocas comisiones hicieron objeción por diferentes razones, desde la prudencia sanitaria de buena fe a el pragmatismo de ahorrar costes. Recibieron el reproche de aquellos que no supieron ganar y que se autoproclamaron falleros de primera clase.

Pero lo más importante fue que, a pesar de la socialización generada, la incidencia continuó a la baja en los días posteriores. Ese, junto con el desembozo de talleres, permitieron empezar a recuperar la normalidad perdida y dieron un empujón reputacional a la fiesta.

Un año después se puede decir que la fiesta está simplemente en vías de recuperación. La fiesta dio muchos pasos atrás a causa de la pandemia, que ahora toca desandar. Recuperar el censo, recuperar los grupos de actividad socializadora (cuadros de teatro, grupos de "play back"...) y, sobre todo, replantear las economías de cada comisión para evitar que el elemento esencial, la falla, no caiga en el olvido. El ejercicio que empieza -aunque la próxima semana, es el pleno de constitución de la JCF, las convocatorias ya han empezado- es el que marcará en qué parte del sendero se encuentra la fiesta y bajo qué premisas y prioridades lo afronta. Con mucho trabajo aún por delante.

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La Cremà de Convento Jerusalén, la falla del primer premio Miguel Ángel Montesinos

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