Se supone que a mis ochenta y cinco años debería tener problemas para recordar e incluso para razonar. Sin embargo me encuentro más lúcido que nunca». José Lladró Dolz (Almàssera, 1928) relata historias muy personales sobre enredos, celos y conflictos familiares en un imperio de la porcelana que puso en marcha junto con sus hermanos Juan y Vicente hace ya más de medio siglo. Sin embargo, la compañía intenta ahora superar la grave crisis económica y de identidad cuyos resultados son impredecibles. En Del Milagro al despropósito: Quítate tú que me pongo yo, que en breve saldrá al mercado y al que ha tenido acceso EL MERCANTIL VALENCIANO, José Lladró se muestra profundamente preocupado por la «cultura empresarial y el incierto futuro de España y la Comunitat Valenciana. Sostiene que «el egoísmo, la vanidad y el ansia de poder definen un recorrido muy corto, ya que sobre ellos no puede construirse nada duradero». Algo de esto ha pasado en la conocida firma valenciana.

En el año 2000 Lladró era una las mercantiles más importantes de España. «¡Ahora, no!», lamenta el cofundador de la Ciudad de la Porcelana tras observar desde la barrera las continuas batallas internas, intrigas y relaciones ciertamente complejas entre sus propietarios. La empresa «sufre una crisis brutal que ha estado a punto de llevársela por delante», puntualiza. El negocio de la porcelana pasó a manos de la familia de su hermano Juan en 2007, mientras que José y Vicente se repartieron otros patrimonios. Juan maneja desde entonces el timón de la actividad fundacional en los tiempos más difíciles. Ha puesto en marcha una reestructuración de gran calado que parece no tener fin. Desde entonces, la comunicación entre los cofundadores apenas existe.

Para llegar al «milagro Lladró» es cierto que fue «un camino que recorrimos los tres hermanos juntos y que durante mucho tiempo hicimos lo posible para que las tensiones que había entre nosotros no trascendieran fuera de nuestro círculo empresarial. Yo por lo menos así lo hice. Soporté ataques constantes de uno y las maniobras del otro. Hasta que la fórmula explotó», lamenta el autor de este último relato de la firma de Tavernes Blanques. Curiosamente esta batalla sin cuartel estalló cuando el grupo estaba en la cima. «¡Es lo que se suele llamar morir de éxito», lamenta José Lladró.

Aquella época prodigiosa

Sin embargo, antes todo era diferente. «Lladró era el mejor embajador de España», declaró la infanta Pilar de Borbón con motivo de la inauguración del impresionante Museo Lladró en Nueva York, en la Quinta Avenida, a tiro de piedra del Metropolitan o del Museo de Arte Moderno, en 1988. Fue la época dorada de la firma de cerámica decorativa, pues al museo de la calle 57 siguió una tienda en Rodeo Drive (California), al otro lado del continente americano, y otros puntos emblemáticos en lugares como Las Vegas, Tokio, Singapur, Londres o Madrid. «A mí me tocó estar al frente de aquel pelotón a lo largo de treinta y cinco años y durante ese tiempo se crearon en nuestra comarca más de 2.000 puestos de trabajo y 500, en el extranjero», destaca.

¿Y qué era Lladró? «Pues Lladró somos nosotros, lo que pensamos y cómo actuamos». Al cumplir su cincuenta aniversarios, José „con el imperio floreciente en Estados Unidos, Europa y Asia„ asegura que cumplía cuatro principios. El primero, el factor humano; el segundo, la calidad y el prestigio; el tercero, la continuidad de la empresa y el cuarto, los resultados económicos».

En 1995 José fue apartado del mando de la compañía. Sus hermanos tomaron el timón de la nave industrial mientras que a José lo relegaron a la «segunda división agraria». Con todo, Vicente logró desbancar a Juan e impuso a los máximos ejecutivos en las diferentes áreas de la compañía y se da entrada a diversos miembros de la familia de la segunda generación. En 2001 se produjo el atentado de las torres gemelas en Nueva York, la bolsa se desplomó y el conjunto de la economía mundial se resientió, como también Lladró, que inició un claro punto de inflexión al perder cuota de mercado y exportaciones. En 2003 Vicente jubiló a los tres hermanos, que salieron del consejo de administración, aunque siguió llevando las riendas de la sociedad hasta 2007, cuando volvió a tomarlas Juan. Las pérdidas, para entonces, ya eran cuantiosas y la situación, insostenible.

Por el camino se vendieron edificios emblemáticos en el exterior como el museo de Nueva York o la tienda de Rodeo Drive, así como otros locales que tenían en Beverly Hills. Cuenta José Lladró que entonces todavía se mantenía un gran potencial de crecimiento dentro de los países emergentes, aunque su implantación y su prestigio se ha resentido seriamente y los mercados tradicionales, como el Reino Unido o Estados Unidos, han perdido fuelle. La plantilla también se ha reducido casi a la mitad en comparación con la del año 2000. Una década después, la empresa estuvo al borde de la suspensión de pagos y de ser vendida por un euro. «Conozco muy de cerca lo que es que una empresa pase de tener muchos millones de beneficios un año a perder casi los mismos el año siguiente», recuerda.

La sucesión no se resolvió

Según José Lladró, la segunda generación ha crecido en ese clima de división y competencia entre hermanos primero y hermanos y primos, después. La experiencia como gestores la adquirían otros, los ejecutivos que se encargaban de invertir en su nombre y abrir nuevos negocios.

El pasado 18 de octubre de 2011, José envió una dura carta a su hermano Juan: «Creo que ha llegado el momento de romper el silencio y hablar claro antes de que sea demasiado tarde, antes de que ya no tenga sentido decir nada y nos quede el triste consuelo de lamentarnos». En este tono tan exigente hacia su hermano mayor, José le recuerda que «has dejado que se pierda una cifra superior al valor de tu participación en la empresa (...) No sé si con la ley en la mano puede, pero ¿tienen el derecho moral a hacerlo?», le espeta a Juan. «Creo que en esta empresa sobra mucho orgullo. Te propongo que hagamos borrón y cuenta nueva y que estudiemos la forma de empezar de nuevo los tres juntos, con una participación del 33 % cada uno». Y más adelante destaca: «El éxito nos cegó a todos y cada uno en mayor o menor medida (...) y habría que volver a esa fórmula de capitalismo humanizado».

El citado escrito, como tantos otros anteriores, no obtuvo respuesta. A principios de junio de 2013, en una las pocas juntas anuales a la que por ley tenía oportunidad de asistir, José pidió la dimisión de Juan, aunque sabía que tenía cerrada la vía legal para cambiar la situación, que requeriría reformas del derecho mercantil. Algo que no está a su alcance. «Una de las cosas que más me duelen es pensar que a mi hermano mayor [Juan] le pueda estar haciendo feliz justo lo que a mí me resulta tan amargo, que lo que para mí es una desgracia sea su felicidad, aun a costa de estar empobreciéndonos a todos. Eso parece terrible y me cuesta enormemente entenderlo», apunta el autor.

La escusa de la crisis es ridícula

«La familia es un germen fantástico para la creación de empresas, pero después ha de saber pasar a un segundo plano como hacen los buenos padres, para que la criatura que ha engendrado tenga vida propia. Si la familia no se aparta a tiempo „destaca José Lladró„, si sus miembros no saben transformarse en unos gestores objetivos y profesionales, la sociedad, como ocurre con tantos hijos a los que se les quiere egoístamente, acaba asfixiada».

La excusa de la crisis suena especialmente ridícula cuando la utiliza una empresa como Lladró, «que al comienzo del nuevo escenario estaba altamente internacionalizada, exportaba más del 90 % de su producción y tenía una marca muy posicionada, en las mismas condiciones que sociedades alemanas, esas que ahora van viento en popa», puntualiza . «¿De qué crisis estamos hablando en un caso como éste?». En su opinión, la ola concéntrica que sacudió al mundo económico después del 11-S, en el caso de Lladró, podría justificar como mucho un descenso del volumen de negocio del 25 %. «Nada que no se pudiera recuperar en los cuatro o cinco años posteriores si se pudiera recuperar en Los cuatro o cinco años posteriores, si hubiera habido una buena gestión, teniendo en cuenta su posición estratégica», sostiene.

«Juan está haciendo una pésima gestión. Por eso pienso que ocupa el puesto «legalmente, pero no «legitimamente» . Tiene el derecho a hacerlo por ley, pero no desde el punto de visto moral». En el año 2012, después de una década de pérdidas y cambios en la dirección general, la sociedad ha obtenido ligeros beneficios. La división de regalo-porcelana (tras una reestructuración laboral para convertir a toda la plantilla de producción en fijos discontinuos), al margen de otos negocios repartidos entre los diferente miembros del clan familiar, logró unas ventas de 69,3 millones de euros

La revolución necesaria

Parafraseando a J. F. Kennedy, también recuerda que «el arte del éxito consiste en saber rodearse de los mejores. Sosteniendo a los mejores a tu alrededor puede ser una gran líder». Con la distancia que le permite su edad y tras su larga etapa al frente del imperio de la porcelana, José Lladró considera necesario acometer una revolución. Confiesa que «hubo un tiempo en que yo pensaba que una empresa familiar era lo más maravilloso del mundo, porque era un sitio donde los hermanos y los hijos no sólo se querían, sino que con su amor y su esfuerzo combinado y solidario eras capaces de construir cosas magníficas (...) Ahora sé que he sido un ingenuo. No es casualidad que cuanto más deficiente es una gestión, más opaca y menos participativa se vuelve».

El veterano empresario de Almàssera aboga por un «capitalismo humanizado« donde los empleados participen la gestión y en la toma de decisiones en los niveles más altos de la organización. «Todo ello sin necesidad de modificar el derecho de propiedad de los socios capitalistas», agrega. También piensa que «dividir el mundo en clase no tiene sentido. Un mal empresario es aquel que practica la lucha de clases y cree que todos los demás son prescindibles, menos él».

Apenado por la «estafa perpetrada por los bancos, cajas de ahorro y algunas grandes empresas» a través de las acciones preferentes, Lladró no pasa popr alto la pérdida de entidades financieras valencianas [en referencia a Bancaja, CAM y Banco de Valencia] y critica la «desastrosa gestión de Radio Televisión Valenciana». En su opinión, el cierre de Canal 9 pone de manifiesto el fracaso de la política empresarial de los expedientes de regulación de empleo (ERE), ya que en su opinión son «mucho más perjudiciales que una bajada generalizada de salarios: empezando por el drástico recorte de sueldos de los directivos incompetentes y su inmediato relevo si no son capaces de enderezar la situación».