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Genovés, el santuario de un dios de la pilota

La bandera de un deporte milenario como la pilota está en este municipio de la Costera. Aquí nació y vivió Paco Cabanes, "El Genovés". Un mito que su hijo, José Cabanes, "Genovés II", recuerda cada día: "Hablábamos de una forma que poca gente entendía. Era mi mejor amigo porque le contaba cosas que nunca le hubiese contado a un padre"

Genovés, el santuario de un dios de la pilotaJ.R.

José Cabanes, «Genovés II», abre la puerta de su casa con la misma familiaridad que lo hacía su padre, el gran Paco Cabanes, «El Genovés». Las formas de su naturaleza, igualmente inteligible, resonaban de idéntica manera en su progenitor. Aquí, en el número 55 de la calle Jaume I del municipio de la Costera vivió el mito de la pilota con su familia. Fuera del inmueble, en la hermosa plaza que lleva su nombre, sorprende la escultura de «El Saque» de Ignacio Pinazo, una réplica del bronce original del artista valenciano.

«Ni mi padre ni yo hemos tenido nunca llaves de casa», asegura el hijo tras dar la bienvenida. De entrada, la primera impresión es que el hijo se parece cada vez más al padre. Con esas manos huesudas y agrietadas por la vaqueta, con esa robustez de leyenda a las puertas de la retirada y con ese sofoco de sudor en plena ola de calor: «Las comparaciones, al principio de mi carrera, eran inevitables. Era como ser el hijo de Johan Cruyff. No me lo ponían fácil porque siempre esperaban más de mí que de otro por ser hijo de Genovés». 

Paco Cabanes, "El Genovés", en el triunquet de su municipio

En el pueblo que da nombre a esta familia de pilotaris no hay una casa tan grande ni tan señorial. Tienejardín, piscina y una pista de frontón donde han entrenado generaciones enteras de jugadores. Antes de entrar, la ausencia de El Genovés ya impone, congela, abrasa. Todo está envuelto de un silencio angustioso. Su muerte todavía es difícil de digerir a días de cumplir un año de su partida. Y más dentro de su casa, donde él permanece gracias a un constante y violento esfuerzo de la memoria, manteniéndolo sin desfallecimiento en lo más íntimo. Porque Genovés late en cada esquina hondamente, como si la brújula que indicaba la dirección de su vida mantuviese su aguja. 

En la buhardilla, ese salón que conocían todos sus amigos porque era la parte final de las sobremesas, es el almacén de los trofeos de padre e hijo. Acceder es inflamar las papilas gustativas de los sentidos, activar los arsenales de la nostalgia. No cabe una copa más, una foto más, una placa más. Apetece tocarlas para comprobar que son ciertas. Y allí, sobre la mesa del billar, José se sincera: «A mi estas cosas no me gustan, pero me siento obligado a hacerlas por la memoria de mi padre». 

Las manos de cuatro metros de altura, una escultura de Manolo Boix situada en la calle Ausiàs March

Él cuenta que, antes del nacimiento de su padre, Genovés ya era una localidad con mucha afición a la pilota, pero con Paco Cabanes se dio una revolución: «Todos querían ser como mi padre, por eso querían jugar a pilota. Él iba con un SEAT 128, que era el coche que llevaba el ministro de turno; tenía una Kawasaki 80, que había muy pocas en España en aquella época». Pero él, durante la conversación, va más allá: «Genovés, como pueblo, introdujo el cambio en la manera de jugar de los mitgers. Por ejemplo, José María Sarasol fue uno de los más completos porque venía del raspall y sabía jugar muy bien por los bajos».

Sobre la figura de su padre, el hijo detalla una anécdota que recoge el magnetismo sin fin que transmitía: «Una vez me paró una persona en un hospital y me dijo que era amigo de mi padre porque habían hecho la mili juntos. Mi padre nunca hizo la mili pero no rompí la idealización que se hizo ese aficionado». Esa consideración de la figura del Genovés, para cada uno es distinta porque cada cual tiene la suya y todas giran en torno a su carisma, eso que ni se compra ni se vende: «Mi padre era como el Festival de Woodstock del 1969, todos decían que habían participado en él, aunque fuese mentira». El próximo 31 de julio se cumplirá un año sin él: «Le echo mucho de menos porque era mi padre, pero, ante todo, era mi mejor amigo. No tenía a nadie como él y se lo contaba todo, cosas que nunca le hubiera contado como padre. Ahora sigue muy vivo en mí», declara de manera tajante. 

Monument als Pilotaris en Genovés

El itinerario del Genovés en su Genovés natal y vital arranca en el trinquet, situado en la calle Trinqueter Arturo Bataller. «Después de su muerte, solo he ido dos veces. Por trabajo y, sobre todo, por pesar». Allí, al lado del dau, padre e hijo se sentaban juntos y disfrutaban de esa manera particular de entender la pilota, como también pueden entenderla Dani Ribera o Mezquita: «Hablábamos de una forma que poca gente veía porque hemos hecho muchas horas en el trinquet». Otro lugar que le recuerda a su padre es el bar Topper de la Avenida Gandia, donde le recogía después de hacerse el café para irse juntos a la partida que el hijo jugaba. 

José tiene un retrato de su padre nada más entrar en su clínica de fisioterapia

Sobre la ruta de la pilota, impacta el Monument a la Pilota, dedicado a los jugadores del pueblo, obra del artista local Diego Chàfer, que te saluda tras entrar a Genovés. Lo mismo ocurre con las manos de cuatro metros de altura, una escultura de Manolo Boix situada en la calle Ausiàs March. La fuente que simboliza un trinquet en la misma calle Jaume I, el Museu de la Pilota de la calle Mestre Fernández o el número 6 de la calle Font, casa donde nació Paco, completan el itinerario. Pero ninguno de ellos está a la altura de Paco Cabanes, «El Genovés». Porque directamente el mito de la pilota, nuestro mito, es insuperable.   

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