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Alfons Cervera

Algo personal

Alfons Cervera

Una casa en Facebook

Un usuario delante de un ordenador.

Cuando encendí mi teléfono la mañana del 14 de noviembre de 2014, recibí una notificación de Facebook. Me recordaba que debía enviar un mensaje de cumpleaños a mi amigo Alessandro. ‘Ayuda a que su día sea único’, decía el mensaje junto a su foto de perfil. Todo esto no tenía importancia, salvo el hecho de que Alessandro había muerto el verano anterior». Es el primer párrafo de Posteridades digitales. Inmortalidad, memoria y luto en la era Internet. Su autor es el filósofo italiano Davide Sisto. La verdad es que cuando leí el título me eché patrás. No soy de esa cultura. Me refiero a la cultura digital. No tengo Facebook, ni Twitter, ni Instagram… No tengo nada de nada, salvo wasap y correo electrónico. Y ni con eso me aclaro. Así que lo más normal hubiera sido no abrir el libro y dejarlo en la estantería que hay en casa de los libros abandonados. Es grande, esa estantería. Y cada vez está más llena. En este país se publica más que se lee. Si quienes escriben leyeran, yo mismo podría comprar el Valencia CF y mandar a Peter Lim a tomar pol saco en Singapur. Eso después de asegurar al Levante UD la primera plaza de ascenso a Primera División. Ya sé que ahora no se llama así. Sé que se llama como un banco y que no acabo de entender por qué el fútbol sigue levantando arrebatos sentimentales como si aún los clubs fueran de los socios y de la afición. En fin, que yo no quería hablar de fútbol, sino de cómo me hice el valiente y abrí el libro que hablaba de Internet para ver qué había dentro.

El primer párrafo me dejó unas risas. Y eso que hablaba de la muerte. El primer párrafo es fundamental para seguir leyendo o cerrar un libro sin contemplaciones. Y a mí me funcionó ese primer párrafo que era un auténtico relato de humor negro al estilo de Berlanga. Y seguí leyendo sin parar. Estaba adentrándome en un mundo que no era el mío, que nunca me había interesado, que sigue sin interesarme absolutamente nada. Hace muchos años me lo dijo un amigo: si no estás en Facebook, no existes. Pues vaya. No estoy en Facebook y ahora mismo juraría que quien está pulsando las teclas del ordenador soy yo. Vivir fuera de las redes es seguramente difícil. Pero se puede. Por eso que abriera el libro y lo acabara casi de una sentada fue como una especie rara de milagro. Bueno, en realidad, los milagros, sean de la especie que sean, son algo raro. El caso es que mientras leía y sonreía me entraba algo parecido a la culpa. Porque como se apunta en el título la cosa va de la muerte, de cómo se viven el duelo y las ausencias en las redes y concretamente en Facebook. Y sin embargo me lo pasaba bomba leyendo porque en realidad el libro no habla de la muerte sino de la vida: «Nacemos en Facebook, crecemos en Facebook y nos casamos y divorciamos en Facebook». O un poco más adelante: «La muerte forma parte de la vida y la vida se ha vuelto digital». También dice el libro que quien tiene una casa lo que tiene en realidad son dos: la normal y Facebook. Qué cosas.

Nunca pensé que aprendería tanto en tan poco tiempo. Ha sido como hacer un master en nuevas tecnologías, en digitalización, en entender mejor la relación entre la vida y la muerte. Había leído a Baudrillard, algo de Roland Barthes y gente así. Pero nunca se me hubiera ocurrido pensar que Facebook pudiera ser, en la despedida final, como un tanatorio virtual, como un inventario de frases conmovedoras, como el mismo cuarto en el que un rato antes te has despedido de alguien que formaba parte importante de tu vida. Incluso, como pasó con el joven Roman Mazurenko, que murió atropellado por un auto y su amiga Eugenia Kuyda inventó no sé qué para poder seguir hablando con el fantasma del amigo. Si no estás en Facebook no existes, eso me habían dicho. Pero si te mueres y no sales en Facebook es como si no te murieras de verdad y serás toda la vida un zombi al que nadie le hará ni puñetero caso. Cuando el autor del libro iba en tren de Turín a Milán, un vecino de asiento se dio cuenta de que le habían robado la bolsa donde guardaba el ordenador portátil: «¡He perdido toda mi vida!», gritaba el pobre hombre con ganas de pegarse un tiro. Ahora eso mismo pasa con el móvil.

Vivir y morir en un mundo digital. La realidad fuera de lo real. Las virguerías que se pueden hacer cuando entras en un territorio lleno de misterio. Ya es muy tarde para que yo me adentre en ese territorio. Prefiero quedarme en esta parte del muro, como siempre. Aunque le agradezca al libro que les acabo de contar que me haya enseñado tantas cosas sin que se me fuera la sonrisa de la cara en toda la lectura.

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