el mirador

Teatro para todos

Miguel Ángel Villena

Miguel Ángel Villena

Los vientos de justicia, libertad y cultura que inspiraron los años republicanos llegaron a los pueblos más recónditos, a lugares pobres y olvidados. Ese vendaval llegó en muchas ocasiones de la mano de unas caravanas integradas por cómicos que integraron grupos como La Barraca y Teatro del Pueblo. En un país todavía con altos índices de analfabetismo y con enormes lagunas en la escolarización de los jóvenes aquellas compañías, dirigidas por autores de primerísima fila como Federico García Lorca y Alejandro Casona, levantaron escenarios en plazas y porches para representar a los clásicos españoles. Estudiantes, actores, escritores, arquitectos o pintores se lanzaron a polvorientos y embarrados caminos en un admirable ejercicio de generosidad hacia sus compatriotas más desfavorecidos. Así pues, aquellas compañías se convirtieron en un símbolo de la apuesta de la República por la cultura y por tratar de cerrar la brecha entre las grandes ciudades y las zonas rurales. Muchas de aquellas gentes campesinas asistían por primera vez en sus vidas a una representación de teatro gracias al esfuerzo de intelectuales y artistas que en apenas cinco años, entre 1931 y 1936, actuaron en cientos de localidades. Ahora, tras décadas de democracia, los avances en la difusión del teatro resultan evidentes. La proliferación de salas en ciudades pequeñas y pueblos, la restauración de teatros antiguos o la extensión de festivales y giras han dado un impulso a la actividad escénica.

A pesar de todo ello, aquella brecha que intentó cerrar la República sigue en parte abierta. De hecho, seis de cada 10 representaciones de teatro tienen lugar en ciudades de más de 200.000 habitantes cuando el 70% de la población vive fuera de esas urbes, según la reciente encuesta oficial de hábitos y prácticas culturales. Algunos expertos señalan incluso que el problema no radica tanto en falta de infraestructuras, como en carencias de programación y de recursos. Por contraste, la música popular está mucho más esparcida, ya que los conciertos celebrados en núcleos de menos de 200.000 habitantes rondan la mitad del total nacional. Parece claro, pues, que el teatro no termina de alcanzar a la llamada España vaciada y que cabría buscar fórmulas alternativas a partir de la escuela y de los medios de comunicación. A partir de meditadas e inteligentes opciones del profesorado debería fomentarse la afición teatral de las nuevas generaciones. Pero, desde luego, no con dramones de Calderón de la Barca, sino con obras más atractivas y ligeras, ya sean clásicas o contemporáneas. Porque mientras los aficionados al cine son más sufridos tras ver una mala película, los aspirantes a teatreros se muestran más exigentes. Desde las aulas convendría también (como ocurre en Inglaterra, Alemania o Francia) que los alumnos se familiarizasen con la escena, un aprendizaje básico para las habilidades sociales. Las televisiones también podrían aportar su inestimable apoyo a un arte que tuvo épocas de esplendor en aquellos Estudios 1 que tanta afición crearon. En cualquier caso, nada comparable a la emoción del aquí y ahora. En palabras del magnífico actor y director Josep Maria Flotats: «El arte del teatro es subir al escenario y comunicar al público un sentimiento, que es lo que nos hace humanos. Todo lo demás son máquinas, proyecciones, teléfonos móviles o pantallas».