tribuna ABIERTA

El transporte fluvial de madera reconocido como Patrimonio Inmaterial

Eduardo Rojas

Eduardo Rojas

En su reciente reunión en Rabat, el Comité de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO acaba de reconocer e incluir en su lista el transporte fluvial de la madera a propuesta de 6 países europeos: Austria, Alemania, Chequia, Letonia, Polonia y España donde se mantiene este tradicional sistema de transporte como celebración festiva y muestra viva de patrimonio cultural. En España han compartido la candidatura Aragón, Navarra, Catalunya, Castilla-La Mancha y la Comunitat Valenciana.

Hasta la revolución industrial que introdujo en la construcción el hierro y el cemento, la construcción se basaba en piedra, ladrillos y madera, especialmente para las estructuras horizontales y los techos predominando la madera de coníferas (pino, abeto) por su mayor rectitud y menores usos alternativos y que estaban presentes en las montañas. Ello comportaba un considerable esfuerzo de transporte para el que se aprovechaba la red de drenaje de los ríos en los momentos de mayores caudales.

Cerca de las desembocaduras de estos, se clarificaba la propiedad de los troncos marcados previamente y se adquirían por los diferentes usuarios fuese para la construcción naval (astilleros/drassanes) o civil. En nuestra zona, fueron claves las de Tortosa aprovechando el Ebro, de Valencia (Turia) o de Cullera (Xúquer). De hecho, el punto más septentrional mantenido por los musulmanes fue Tortosa por la riqueza de recursos de madera comparado con la ribera meridional del Mediterráneo o el resto de la costa ibérica más hacia el sur. Posteriormente esta riqueza de madera movilizable hasta el mar fue decisiva para consolidar el poderío del Corona de Aragón en el Mediterráneo occidental para el que también hacía falta madera de roble para las quillas y tea de raíz de pino viejo para calafatear los barcos y asegurar su estanquidad además del transporte de líquidos como el vino en botas de piel. Las grandes construcciones del gótico (catedrales, palacios,) se construyeron con vigas de pi de riu que en buena parte siguen hoy tras más de 5 siglos en las mismas construcciones donde se ubicaron originalmente.

Además de la corta de los árboles y el transporte hasta un barranco cercano con un mínimo caudal estacional de agua, el trabajo más arriesgado y que requería de gran destreza era conducir los troncos por las corrientes de nuestros ríos generalmente cortos de caudal y de gran pedregosidad. Era el trabajo de los raiers, gancheros, nabateros o maers según zonas.

Caída en desuso desde la generalización del ferrocarril y la posterior red de carreteras en muchas zonas han surgido iniciativas para su recuperación como valor cultural a la vez de atractivo turístico vinculadas con las épocas más propicias por mayor caudal generalmente de primavera tras el deshielo de la nieve.

Estas costumbres, además de recuperar el patrimonio y conocer mejor nuestra historia nos recuerdan la profunda dimensión social y cultural de nuestro territorio frecuentemente disociada de la natural debido a las diferentes disciplinas que las abordan aisladamente y como si ocurriesen en planetas diferentes. Nuestros montes están llenos de hornos de cal o de pez, de bancales, restos de modestas edificaciones para pasar la noche, albergar el ganado (apriscos), vías de comunicaciones, aunque fuesen solo modestas sendas, cultivos, árboles sesteros y un largo etcétera que en los últimos 150 años de acelerada urbanización hemos ido olvidando pese a los muchos testimonios ampliamente distribuidos que los recursos de poco que hagamos el esfuerzo de identificarlos.

Cuando el estrés de las ciudades y la pérdida del sentimiento de pertenencia y raíces despertó el interés por nuestro entorno su apariencia de espacio inhabitado y el ansia por el paraíso perdido junto a la ya mencionada tendencia occidental al cartesianismo disciplinar nos ha impedido salvo algunas honrosas excepciones recuperar una visión integrada de nuestro territorio que nunca debería ser comprendido desde una antítesis entre naturaleza y cultura sino todo lo contrario: entender el valor completo de su riqueza y singularidad potenciada por la integración de sus diferentes e inseparables dimensiones cultural y natural característica del Mediterráneo.

Más allá de potenciar la cooperación entre las diferentes y dispersas iniciativas de transporte fluvial a lo largo de España y Europa y su refuerzo como recurso turístico, su mayor y catalítica aportación será permitir abrir los ojos a la población del extenso recurso ocioso que es nuestro territorio y las múltiples y complementarias oportunidades que alberga siempre y cuando lo entendamos como algo inseparable en todas sus diferentes dimensiones.

En un momento en que existe un creciente consenso en ver la madera como el recurso estratégico en la lucha contra el cambio climático en el marco de la bioeconomía, especialmente en la construcción, recuperar tradiciones que nos vinculen con su uso pasado resulta extremadamente oportuno. Para ello también es necesario que los programas educativos y las políticas de las administraciones públicas lo entiendan y superen las visiones sectoriales que nos frenan avanzar como sociedad.