tribuna

El efecto Shakira

Shakira y el reloj Casio.

Shakira y el reloj Casio.

Abel Ros

Abel Ros

Aunque no suelo escribir en caliente, reconozco que grandes obras se han escrito en momentos de tristeza. Decía Schopenhauer – el «filósofo pesimista» – que la vida es trágica y que el arte sirve de refugio y anestesia contra las heridas de la morada. A lo largo de la historia, las emociones negativas han sido el motor de la literatura. Así las cosas, Quevedo se reía de la nariz de Góngora y este, a su vez, de los «pies zambos» de aquel. Cervantes también lanzó dardos envenenados contra Lope de Vega. Al final, tal y como cantaba Rafa Sánchez en aquella mítica canción de los noventa, «fueron los celos». Fueron los celos, y vaya si fueron, los mismos que ilustraron los temas de Alaska, John Lennon y Queen, por ejemplo. Y más allá de los celos, el despecho – ante la traición del amado o amada – ha sido el caldo de cultivo para cientos de películas. Películas como American Beauty, Una proposición indecente e Infiel; han llevado, a la pantalla grande, el dolor que suponen «los cuernos» en la jungla de los egos. Un dolor, como les digo, que mueve grandes cantidades de dinero en la industria de la cultura.

El despecho y los deseos de venganza son sentimientos que podemos experimentar cualquiera. Los puede experimentar Jacinta, la mujer del chatarrero o Manolo, el marido de Mari Carmen. El tema de Shakira y Bizarrap refleja «clara-mente» lo que decimos. Refleja, y de una forma magistral, el sufrimiento de una señora por la infidelidad de su pareja. Un sufrimiento que ha transformado el amor en odio y este, en sed de venganza. Estamos ante una canción cuyo recurso discursivo ya ha sido utilizado por artistas como Rocío Jurado, Beyoncé y Malú. Artistas que expresaron el desamor desde los agudos de una canción. Y lo expresaron, faltaría más, desde la libertad que envuelve el altavoz del corazón. Una libertad que también ejerce Shakira. De ahí que nada le impide entonar un tema desde la indignación interior. Las claves del éxito podrían ser – entre muchas variables – lo satírico de la canción, los tintes autobiográficos, la repercusión mediática de los aludidos y la prensa rosa que gira a su alrededor. Ingredientes que sirven la traición en plato frío e inyectan un sentimiento contradictorio en el oyente.

Desde crítica, nos debemos preguntar sobre «el efecto Shakira». Detrás del marketing que envuelve el producto, estamos delante de una mujer valiente. Una mujer que ha sabido vencer el tabú social del despecho. Un tabú que suele cursar con llanto y frustración en quienes lo padecen. De ahí que «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». Una frase que convierte la fragilidad del dolor en fortaleza y oportunidad. Esa actitud es la que sociológicamente debemos admirar. Admiración por la reorientación ante la adversidad. Shakira manifiesta su enojo y lo hace en el escenario. Pero también desde el liderazgo que supone la lucha contra las heridas emocionales. De ahí que encarna el discurso del despecho. De un despecho que suspende, por un instante, los problemas actuales. Un dolor que nos recuerda a Paquita la del Barrio y su «Rata de dos patas».