¿Las bicicletas también son para Fallas?
El caos circulatorio durante las fiestas grandes del Cap i Casal dejan fuera el tan cacareado transporte sostenible y saludable
Los días falleros sirven para redescubrir el centro. Cerrado el primer cinturón -la antigua vuelta de la línea 5, para los boomers-, adentrarse en Ciutat Vella paseando siempre ha sido una exhibición cívica de primer nivel. Llegar hasta allí por metro desde la periferia se ha convertido en una muestra que, con buen transporte público, se pueden reducir el tráfico. Ahora los convoyes van petados porque se ha reducido el precio de los abonos y se ha fomentado la gratuidad para los más jóvenes... pero ¡ay!, se han olvidado de incrementar más servicios, por lo que viajar en horas puntas se está convirtiendo en algo parecido al metro de Tokio. Queda la opción de la bicicleta. Sostenible, saludable y absolutamente recomendable. El impulso a la movilidad ciclista ha sido lo mejor de los últimos años. Falta por resolver algunas cosas como los insufribles usuarios de los patinetes que se toman el carril-bici como si fuera el Ricardo Tormo de Cheste, reparar algunos tramos, como el que pasa junto al Bioparc, y repensarse otros, como el peligrosísimo de las Grandes Vías. Pero la pregunta para los que algunos días nos atrevemos con la bicicleta para desplazamientos urbanos es si también son para Fallas.
«Bici-masclet». Pues, la respuesta es un no rotundo. Al menos como demuestran estos primeros días de marzo. Por varias razones. No se han pensado grandes aparcamientos portátiles y vigilados, en espacios como la Alameda, el Jardí del Túria, Parc Central, junto a las Torres de Quart y Serrans o en los jardines del MuVIM. Tampoco hay ninguna indicación sobre los mejores itinerarios, porque ni las aplicaciones digitales están actualizadas para estos días de caos rodado, ni tampoco existe la cartelería analógica, provocando desvelo entre los vecinos y confusión entre esos turistas dispuestos a meterse sin bajar de la bici debajo de los masclets. Y eso que las previsiones para los días que quedan hasta Sant Josep son de un lleno de época, y por lo visto ya no llegamos a tiempo para una cierta convivencia ciclo-fallera. La improvisación siempre retrasa la normalidad.
¿Ámster...qué? Como València se anuncia en los circuitos internacionales como ciudad-ciclista -aunque nos falta mucho y bastante para compararse con Ámsterdam-, se ha hecho habitual el pelotón de veteranos turistas neerlandeses con las bicis de los hoteles. O pandillas de erasmus germanos y nórdicos en formación ‘valen-bici’ que rememora al avance de las tropas napoleónicas a las puertas del Cap i Casal. Con el problema añadido que nadie se ha erigido en Palleter. Aunque ya he faltado otra vez a la recomendación del mestre de no dar ideas a los que se suponen que cobran por acercarse a algo parecido, ordenar el enredo ciclista en Fallas parece fácil, porque además animaría a una parte mayoritaria de la vecindad a sentirse más cerca de los objetivos del tratado de Maastricht. En caso contrario, me temo la organización espontánea de una partida vecinal contra la amenaza turista en bicicleta por alterar el tradicional desfile fallero de los ciudadanos. Y eso que todavía no les cobramos la tasa.
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