LA DOS

No apetece

Tonino Guitian

Tonino Guitian

El año 2014 fue extraño en el país africano de Uganda. A la vez que se ponía en marcha la ley anti-pornografía, se activó también la ley anti-minifalda, que prohibía a las mujeres llevar prendas que se consideraran indecentes.

Hasta el 2021 la Corte Constitucional ugandesa no abolió esta norma que impedía a las mujeres el derecho a vestir como quisieran. Durante todo ese tiempo se equiparó el consumo de pornografía con el juicio moral que convertía a las ugandesas en sujetos activos de los extravíos sexuales de los hombres.

Tampoco hace falta viajar a las antiguas colonias británicas para encontrar ejemplos del derribo al que se somete a algunas libertades femeninas. El año pasado, una vergonzosa campaña de la Xunta de Galicia contra el acoso aludía a las cosas malas que pueden pasar si las gallegas se ponían pecaminosas mallas de deporte y salían a correr por la noche.

La pecaminosa minifalda se popularizó en 1962 en Inglaterra, dicen que por obra de Mary Quant, hija de padres galeses, ambos profesores, después de haber estudiado ilustración en la Universidad Goldsmiths de Londres. Junto a su marido y con la ayuda de un amigo, abrieron una atrevida tienda que llamaron Bazaar, en la famosa King’s Road de Londres. Era una mezcla de restaurante y lugar de reunión para músicos de jazz donde Quant vendía y confeccionaba joyas y sombreros. Por allí pasaron desde Brigitte Bardot a los Beatles, escandalizando a los buenos británicos con bombín que miraban con desconfianza las novedades de los años sesenta que se convertirían más tarde en íconos de una época. Una famosa cadena de ropa de Estados Unidos la contrató para que dirigiera sus colecciones y desde allí lanzó diversos modelos de ropa, entre ellos la famosa prenda que permitía ver, completamente descubiertas, las piernas de las mujeres.

La iglesia católica también comparó en su día el uso de la minifalda con la prostitución. Se alegaba que, cuando exhibimos nuestro cuerpo sin recato, provocamos a los demás sentimientos hacia nosotros a los que no tienen derecho, a no ser que deseemos ser propiedad pública, es decir, que nos vendamos aunque sea mentalmente. Y esto, llevado al extremo en la tradición musulmana, hace que sea muy práctico el empleo en la calle de telas tupidas que impidan el pecado en la mente de los hombres. Aunque uno tiende a pensar que pecado y penitencia se juntan para crear imágenes mucho más evocadoras y rijosas que se taponan hasta que salen disparadas como un corcho de champán en determinadas ocasiones.

El caso es que Mary Quant, que desde pequeña quería hacer ropa divertida, según dijo en su biografía, dejó apaciblemente nuestra dimensión corpórea el pasado día 13 de abril. Fue en el sur de Inglaterra, a la edad de 93 años, después de haber vendido su empresa a un grupo japonés en el año 2.000 y sin haber podido ver nunca cumplido su sueño de ver a Margaret Thatcher luciendo su creación.

La minifalda queda como un canto a la responsabilidad y como prueba de que podemos quitarnos las máscaras de prejuicios y convencionalismos. Aquella prenda tuvo también su parte filosófica, ahora que no existe prácticamente ninguna. Si años después de este invento todavía sigue provocando polémicas, es porque permite a quien lo lleva salir del incógnito y hacer verdad aquella frase que dijo la madre de un amigo que me reprochaba haber salido con la camisa excesivamente abierta: «No hagas caso, Tonino, que lo que no se ve, no apetece».

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