Tribuna
El voto que duerme
Hay un porcentaje de voto, cuantificado entre el 20 y el 25%, que no despierta hasta el último instante. Tiene tipologías variadas: indeciso, inconformista, emocional, desencantado... Invoco ese voto dormido para referir una tendencia creciente ejercida por algunos medios de comunicación de la órbita conservadora: la tendencia a determinar y condicionar, con constantes sondeos demoscópicos, los próximos resultados electorales.
La libertad de prensa, que sin duda enriquece nuestra democracia, se torna libertad de influencia. Nada que objetar, son las reglas del juego. Hablemos de ello, pues. El determinismo mediático apela directamente a ese voto que hiberna con la ilusión de dirigirlo y decantarlo. Es así, al amparo de lo virtual, como se regalan fabulosas mayorías a candidatos desconocidos, con escaso recorrido político, mínima popularidad o visible insolvencia. Cambio de ciclo, se afirma, y todo queda sentenciosamente explicado.
Pero algo no encaja en esa facilidad adivinatoria. Hurgando en el baúl de los debates recurrentes reivindico la inteligencia de las personas y huyo de quien las considera torpes o manipulables. Es cierto que la gente pierde menos tiempo en los asuntos políticos de lo que los políticos quisiéramos, pero llegado el momento de intervenir cada cual sabe muy bien quién ha hecho qué y quién no ha hecho nada.
Estoy ya donde quería llegar. El 28 de mayo millones de ciudadanos cuyo derecho al voto duerme como una voluntad todavía lejana activarán su instinto democrático. Y podrán elegir básicamente entre dos modelos: la España ceniza que sí o sí quiebra cuando no la gobierna la derecha y la España de hoy, la que se sobrepone a toda adversidad, la que despunta en crecimiento económico, creación de empleo, inversión extranjera, redistribución de riqueza, justicia social y optimismo de cara al futuro. Marca las horas, reloj.
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