A vuelapluma

El país que nunca se va

Mesa electoral.

Mesa electoral.

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Un país en gritos. El populismo es el concepto que mejor se ajusta a estos días. Populismo bovino en Castilla y León. Populismo acuático en Doñana. Populismo en el trasvase del Tajo. Populismo en Brasil con el racismo. Populismo y populismo en cualquier variante, porque renta. Funciona. El populismo es el presente matando el futuro. No hay mañana, solo el voto de hoy. Es curioso que esta ola se haya exacerbado tras la responsabilidad colectiva (mayoritaria) durante la pandemia. El país del olvido. Todo es pasado muy rápido. Los políticos hablan y hablan, pero el país no es tan diferente. Supuestamente lo es, se ha subido el salario mínimo interprofesional, se ha mejorado la legislación laboral, se han cerrado acuerdos sobre las pensiones, pero eso no está en la calle. Un país de relatos.

Lo que domina es una realidad que no cambia, mientras en Moncloa parece haberse asentado un Gobierno con radicales que solo legisla imprudencias como el cambio en la malversación o el ‘sí es sí’ y no maltrata a independentistas sino que intenta reconducir esos procesos destructivos. Un país de mentira.

Un país a la fuga. La colocación más que cuestionada de la fiscal Delgado, la de los sospechosos audios con el comisario corsario, que no dejan tampoco bien al juez estrella. Un país casposo. El capo de la Gürtel, el que la bautizó, sale en semilibertad tras nueve años en el trullo y se pone a trabajar en un medio de comunicación de la caverna. Un país impúdico. Dos niños de trece años abusan de una compañera en el colegio. Ellos siguen en el colegio con atención especial por su conducta. Ella está en casa. A ella le ofrecen cambiar de escuela. Para ellos, la vida sigue igual. No es una excepción. Es el procedimiento regular. Ha sido en Madrid. Hace poco fue en la Comunitat Valenciana. Un país injusto.

Un país de contradicciones. Dice Lula da Silva sobre todos nosotros: ¿por qué pedimos democracia en Venezuela y no en Arabia Saudí? Gran verdad, mientras no sea una justificación para dejar de pedir la democracia en Venezuela y tampoco pedirla en Arabia Saudí.

Un país en tránsito. El nuevo ciclo de la derecha valenciana aún es un enigma, ni ha empezado, ni parece que sobren las ganas de ir rápido. Ni ha empezado, aunque nos empeñemos en dibujar puentes sobre el tiempo y crear paralelismos con el pasado. El tiempo no perdona, a pesar de que los rostros se parezcan tanto.

Un país oficial de poca alma. Volvemos de viaje. En una carretera de montaña aparece una perra famélica en medio de los carriles, con el paso perdido y mucho miedo. Llamada al 112. «Si no es una emergencia, cuelgue». ¿Qué es una emergencia para usted?, pienso. Pienso demasiado porque cuelga antes de que responda. Un país depende. Llamada de nuevo al 112. Esta vez es una voz femenina y sí que escucha, interesada. «Paso aviso a patrulla». Un país en falso. Dos horas después no ha aparecido nadie. Conseguimos subir la perra al coche. Un país informal. La calle es mejor que sus instituciones allí donde la primera red de atención es la familia y la solidaridad ciudadana.

Un país repetido. El mensaje para la izquierda después del 28 de mayo debería ser que tiene que preocuparse por ofrecer e ilusionar, pero ya están unos y otros, socialistas y sumatorios, embarrados en peleas internas sobre el reparto de la miseria. Las batallas por las listas son el primer presagio de derrota. El mensaje es que lo que importa es la colocación de los propios más que las ganas de cambiar y mejorar el entorno. Un país precocinado. Y mientras tanto, la idea central imperante es la estrategia del miedo. ¡Viene la ultraderecha! Frases y pensamientos hechos y refritos que llevan meses en circulación y que los resultados de las urnas demuestran que no hacen mella. Ha quedado claro que Vox no es un problema para el votante de derechas, aunque las direcciones disimulen ahora porque viste mejor el traje de moderado en las elecciones (y en la vida). Un país a escondidas.

Un país en puntos suspensivos. Debería escribir de políticas, de acuerdos y enfrentamientos. De cosas sesudas. Debería. Pero esta mañana prefiero mirar la vida sin más. Abro como otro día la puerta ignorante de la importancia de estar aquí. Un mirlo joven intenta volar en la plaza de buena mañana. Pasa cada año en estos días largos. Aún tiene la cola por desarrollar, solo se levanta unos palmos del suelo y consigue unos vuelos cortos que difícilmente merecen el nombre. La madre pía cerca mientras busca restos de comida entre la tierra fresca. Quiero pensar que le advierte de los riesgos. No sabe que se está jugando su destino mientras empieza a descubrir el placer de la vida. No sabe que en estos días aún es más vulnerable y que le rodea un mundo depredador entre las rosas. Sigo el camino. En el otro extremo de la plaza, junto a la puerta, hay otro mirlo joven, muerto en el suelo. El país que nunca se va.

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