Un Atlas de desertificación para España

Jaime Martínez Valderrama

Jaime Martínez Valderrama

Cada vez que se acercan días, como el de la Lucha contra la Desertificación, o los telediarios abren con nuevos récords de temperatura, suele reavivarse el interés sobre la desertificación. Con ello llegan las preguntas habituales por parte de los medios de comunicación. Una de las primeras cuestiones tiene que ver con el alcance del problema. Si es un medio regional quiere saber cuánta desertificación hay en esa comunidad autónoma, y cuál su grado de severidad, dónde están los principales problemas y cómo ha sido la evolución en los últimos años. Lo mismo ocurre a nivel local, provincial o nacional.

Suponen que los expertos sabemos todo eso, y que tenemos perfectamente cuantificada una variable que mide la desertificación. Suponen que, la tupida red de satélites nos permite hacer un seguimiento casi instantáneo del problema. Suponen que basta echar un vistazo a ese mapa, y emitir un breve informe: pues en esta provincia hay este porcentaje de desertificación, de ello este otro porcentaje es severo y este otro medio, y como veis las zonas más afectadas son las de estos valles y se atisba un riesgo importante en esta zona de cultivos.

Suponen mal. En realidad, no tenemos una respuesta a algo básico, que es el estado de la cuestión. No lo tiene nadie en el mundo. Son preguntas que se nos han atragantado, y no tenemos más remedio que seguir dando cifras obsoletas de magnitudes relacionadas con la desertificación, y justificar esta ausencia. Hay mapas de desertificación, sí, pero están todos mal. Al menos eso afirma el último Atlas Mundial de la Desertificación (AMD). Hojeando sus numerosas láminas no encontraremos un solo mapa de desertificación, pero si abundante información gráfica relacionada con el problema. En realidad, hay una advertencia muy clara en la primera página: «Aunque la desertificación sigue figurando en el título, […] no se presentan mapas deterministas sobre la degradación mundial de la tierra. Más bien se considera que la degradación de la tierra es un problema global de dominación humana que implica complejas interacciones entre sistemas sociales, económicos y medioambientales, que no es susceptible de ser cartografiado a escala global.» Los argumentos que justifican esta ausencia son variados, y parten de la propia complejidad de la desertificación, que congrega variados procesos de degradación. Desde la erosión a la pérdida de biodiversidad, pasando por la sobreexplotación de los recursos hídricos. Ello hace que fabricar un indicador capaz de amalgamar una amplia gama de variables haya fracasado. Muchos mapas se han construido sobre este principio, el de sumar peras con manzanas, dando lugar a coloridas representaciones de la desertificación, que carecen de rigor estadístico y conceptual. Otra razón es el excesivo grado de subjetividad en la evaluación de la desertificación. Muchos expertos han calificado esos paisajes ocres y con una vegetación dispersa y lejos de la exuberancia, propios de las zonas áridas, como zonas degradadas. El error parte de compararlos con lugares más húmedos, de donde provienen muchos de esos expertos, y no contextualizar la biomasa de un lugar con su potencial. Es decir, que no en todos los sitios puede haber bosques alpinos. Ni siquiera es deseable, puesto que es necesario que haya espacios abiertos que permitan desarrollar determinadas actividades, como la de producir alimentos. Además, muchas especies se han adaptado a esta estructura, y si hubiese demasiada sombra no prosperarían.

Dada la imposibilidad de hacer mapas, el AMD propone la Convergencia de Evidencias (CE) para contextualizar la desertificación de acuerdo a la realidad socioeconómica de cada lugar y considerar una serie de variables biofísicas y socioenconómicas que retraten una posible amenaza de desertificación. Sin llegar a ser un planteamiento original (en 1998 el proyecto SURMODES ya utilizó esta idea para identificar los «paisajes de desertificación» de España) la idea es una fabulosa herramienta de diagnóstico, puesto que permite detectar, o ese es su propósito, los problemas de desertificación en un estado latente, esto es, antes de que supongan un deterioro del socioecosistema tal, que la vuelta atrás sea imposible. Sin embargo, la CE plantea dudas. No ofrece un marco global en el que se puedan comparar estados de desertificación de diversos lugares, precisamente por priorizar la componente local conceptual, es decir, al considerar que cada contexto proporciona una idea de lo que es desertificación. Además, deja todos esos mapas por lo que constantemente se pregunta, en blanco. El problema de no tener un mapa es que puede valer cualquier mapa. Una cosa son las preguntas de los medios, y otra las necesidades de la administración en la toma de decisiones, que suelen darse en momento poco propicios para la reflexión. En efecto, cuando los políticos se interesan por la desertificación (o por los incendios, o por las sequías o por la contaminación por plásticos) suele ser demasiado tarde, y se cuenta con plazos muy cortos para dar respuesta a problemas muy complejos. En esa tesitura, no es de extrañar que se utilicen, por ejemplo, los mapas de aridez para representar la desertificación. El error es importante, ya que los mapas de zonas áridas representan únicamente dónde puede, potencialmente, ocurrir un problema de desertificación.

No es una opción, si se quiere abordar el problema con garantías, carecer de mapas de desertificación.Teníamos esta idea hace tiempo, y por fin han aparecido los fondos, a través de la Fundación Biodiversidad, para afrontar la tarea. Así, el proyecto ATLAS, liderado desde la Universidad de Alicante, con los aportes de otras instituciones (Fundación Nueva Cultura del Agua, Universidad de Göttingen, Universidad de Castilla-La Mancha y CSIC), tiene como objetivo desarrollar una metodología innovadora que permita cartografiar la desertificación. Somos conscientes de que es mucho más fácil criticar un mapa, que proponer una alternativa. Lo cierto es que es necesario abordar esta tarea y utilizar la mejor información posible para hacer un Atlas de la Desertificación de España, de modo que podamos ofrecer respuestas a las preguntas planteadas. Manos a la obra.

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