La noche más bonita del mundo

Ponerse en el lugar del otro incluso en circunstancias extremas de dolor debería ser el mensaje para todos, incluso para aquellos que nos gobiernan. Debería ser el mensaje para un sistema que ridiculiza al que se salta la consigna de que la política es guerra.

Amenacer en la playa de la Malvarrosa de València.

Amenacer en la playa de la Malvarrosa de València. / JOSE ALEIXANDRE

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Me he comprometido a escribir el artículo más bonito del mundo. No sé cómo me metí en esto, pero he quedado sin escapatoria. Lo único que se me ocurre es hablar de algunas gentes que mejoran el mundo, lo engalanan, como una calle mayor en Corpus Christi. Mi amigo Juan es ya el rey del hospital Doctor Moliner, un lugar básicamente de tratamientos paliativos, que es una forma dulce de decir que no hay mejora para los que están allí, solo alivio. Y en eso mi amigo es único. Su madre lleva unos meses ingresada y él ya conoce a todo el mundo, dispuesto siempre a una chanza, un café de compañía, un pitillo para respirar (aseguro que no es una contradicción) y hablar un rato, esa experiencia que cada vez practicamos menos sumergidos en los mundos de la pantalla. Allí está él para poner un poco de luz a las malas noticias. 

Una mañana sales con los amigos a hacer un poco de bicicleta y tomar algo con ellos luego con este sol dulce de septiembre y es la última. Llega una furgoneta con demasiadas prisas en una curva y os arrolla. La reacción habitual sería la ira, la sed de venganza más que de justicia contra el culpable. El destello que enseña que este es un lugar que vale la pena aún lo pone el hijo de uno de los muertos en estas circunstancias en Montserrat hace unos días. Le ponen un micrófono delante y no expulsa bilis. Da igual que el conductor se haya dado a la fuga y no haya tenido la humanidad de atender a los heridos por su acción. Su mirada es serena y su discurso reconforta. Si hay que culpar a alguien, culpa al sistema que obliga a ese conductor a realizar más entregas de las que puede a un ritmo aceptable, lo que le lleva a acelerar y conducir de manera agresiva e imprudente. Ponerse en el lugar del otro incluso en circunstancias extremas de dolor debería ser el mensaje para todos aquellos que nos gobiernan, a quienes cuesta tanto una mínima empatía. Debería ser el mensaje para un sistema que ridiculiza al que se salta la consigna de que la política es guerra (Borja Sémper ha vuelto a sentir el aliento de la bestia). No sembrar el odio ni en los momentos más duros es una señal de que hay otro mundo ahí afuera. Quizá solo hace falta abrir las ventanas.

Ana es doctora. Hace unos años decidió que, para pasar consulta con un guardia de seguridad en la puerta del ambulatorio del barrio que le había tocado y con un botón del pánico junto a la mesa, se iba a África. Llevamos 1.200 niños muertos este año en Sudán por desnutrición, que es una manera más dulce de decir que se mueren de hambre, y ella está allí, luchando para que no sean 1.201. E intentando abrazar a las madres para que no desesperen. Aún a sabiendas de que los que salve serán algunos de los que dentro de unos años subirán a una barcaza para cruzar un mar convertido en sarcófago de sueños y esperanzas. No sé cuántos miles hay ahora almacenados como piezas de carne en la isla de Lampedusa, pero sé que han levantado las alarmas de las autoridades italianas y europeas, preocupadas por los riesgos para la seguridad del continente. Y, a pesar de todos esos miles de desesperados que no paran de llegar, las estadísticas dicen que Europa, esta tierra de viejos, perderá población en las próximas décadas. En 2100 la demografía calcula que seremos 30 millones menos. Y uno se pregunta dónde está el problema entonces de que llegue sangre nueva, si solo es racismo porque no son de nuestro color. 

Hamza es uno de los que desembarcó de una patera cuando era casi un niño. En una de mis novelas preferidas de Almudena Grandes se repite una frase que pespuntea las distintas historias. No suele pasar, pero a veces pasa. Creo que decía algo así, hace ya muchos años de aquel libro. Hamza no lo tuvo fácil. Un centro de menores no es el mejor lugar para crecer, pero a veces pasa. Hoy es un cocinero respetado en un restaurante de prestigio. El sistema no fue tan mal para él como algunos cuentan y ha encontrado una vida entre fogones. No es una vida fácil, pero es una vida digna

Dignidad y alivio son palabras bellas en las que colgar una vida. La verdad es que pasa más a menudo de lo que podemos creer. El mundo es algo más que un circo parlamentario y un lugar donde se suceden guerras y catástrofes, a cual peor que la anterior. 

En todo caso, si aún creen que no hay alivio alrededor, háganse un regalo una noche cualquiera. Respiren y salgan a la calle con la cabeza alta. A ser posible, busquen una playa en la medianoche. Miren al firmamento, encuéntrense con Venus, con su brillo que fortalece estos días. Cierren los ojos, escuchen el rumor y solo existan, que no es poco. Luego ábranlos y miren a los lados de la costa. Quizá vean destellos de vida en algún extremo. Quizá un faro de Hopper a lo lejos sobreviviendo en la nada, una luz protectora, un abrigo en la oscuridad. Es difícil que en ese momento no piensen que esta es la noche más bonita del mundo

El artículo más bonito del mundo tendrá que esperar. Quédense con la noche. Y si aún sienten una piedra en el pecho, prueben a escribir sus emociones ante la noche inmensa. No suele pasar, pero a veces pasa. 

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